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Creer… y luchar por lo que se cree

Internet puede ser tapadera, care­ta, disfraz. Uno puede ser mucha gente en las redes… y no ser uno mismo. Uno puede opinar, pole­mizar, discutir… y hasta ofender, insultar, agredir desde una falsa identidad. O desde la seguridad re­lativa de una pantalla por el medio. Francisco Rodríguez Cruz —que es opinante, polemista y “discutidor” por vocación— ha optado por la franqueza, por mostrar la cara, por defender lo que cree con argumentos y no con palabrería vana.

Obviamente es un ejercicio deman­dante, sobre todo si se abordan temas en los que es difícil con­seguir consensos: la política, la sexuali­dad, el periodismo… Fácil sería hablar de valores universales sin detenerse en su concreción cotidia­na.

Francisco Ro­dríguez Cruz (o Pa­quito, porque a él casi todo el mundo lo conoce como Paquito) celebra la rosa sin temerle a la espina. Y no va a recoger papas vestido de museli­na. Durante más de una década ha nutrido una bitácora en la red, Pa­quito el de Cuba. Y ha conseguido un público amplísimo, que lo adora o lo demoniza con igual entusias­mo. Ni aplausos ni ataques le han hecho apartarse de su rumbo. Él es Paquito, guste o no guste. Se trata de exponer y defender su credo (sin asumirlo infalible) con la esperanza de contribuir al debate público sobre temas esenciales, que no siempre han encontrado expresión contun­dente en los medios de comunica­ción. Ahí está una de las claves del blog: Paquito es periodista, pero el periódico (este periódico) es tribu­na compartida, mediada. Su blog es su tribuna. Y una cosa no va en contra de la otra cuando prima la coherencia.

Ha salido a la luz un libro que resume su trabajo en el blog: Pa­quito el de Cuba. Una década de ciberactivismo, publicado por la editorial Caminos. Es una selección rigurosa de textos, articulada en seis capítulos que ofrecen variadas pistas: I. Martiano y periodista; II. Comunista y gay; III. Padre de un hijo varón a quien adoro y pareja de un hombre seronegativo que me ama; IV. Paciente de sida desde el 2003 y sobreviviente a un linfoma no Hodgkin; V. Opinático inconti­nente y beligerante mesurado; y VI. Optimista empedernido y entusias­ta eterno.

Esos títulos coinciden con la presentación que se hace Paquito en el blog, en la que añade que es “ateo convencido y supersticioso ocasio­nal; seguidor de temas económicos cubanos y apasionado devorador de literatura universal; amigo de mis amigos y compasivo con mis enemigos; equivocado muchas ve­ces y arrepentido nunca; vivito y coleando; en fin, otro tipo normal y corriente, que quiere compartir contigo su historia, opiniones y an­helos…”.

Tal estilo es el del blog y del li­bro todo: diáfano, directo, natural, chispeante. Es una lectura fácil para cualquiera, lo que no significa que sea una propuesta superficial. Paquito aborda asuntos complejos con una claridad ejemplar. No hay arabescos en su escritura, no hay alardes de sapiencia o lirismo.

No obstante, la virtud mayor de este libro es su posicionamiento decidido, ajeno a rejuegos o conve­niencias puntuales. El autor sabe suya la lucha por la justicia, por el reconocimiento pleno de todos los derechos para todos los ciudada­nos, en contra de las discriminacio­nes, por la dignidad. Y defiende su posición sin eufemismos, sin doble­ces, sin cálculos mezquinos.

Francisco Rodríguez Cruz ha estado muchas veces en el epicen­tro de batallas campales en la red. Y las ha librado con humor y res­ponsabilidad. Él sabe, porque lo ha sufrido, del ciberacoso. Pero lo ha enfrentado con integridad. Y no le ha temido nunca a la opinión dis­cordante, pues sabe que el debate sereno y comprometido es uno de los pilares del buen periodismo.

Algunos creerán que varios de estos textos son francos en dema­sía; algunos considerarán que hay paños que uno debe lavar en casa, sin que nadie mire la batea; y algu­nos pensarán que muchos de estos posts, por heterodoxos, no mere­cían haber sido publicados en un libro. Para esas personas unas re­flexiones: ignorar el problema no hace que desaparezca; el país que nos merecemos tenemos que cons­truirlo entre todos, con el aporte de todos. Es una tarea titánica, pero entre muchos parece posible. Pa­quito está haciendo lo suyo.

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