OEA, sombra voraz

OEA, sombra voraz

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El Gobierno de EE. UU. comenzó a sistematizar asistencia financiera y militar a Bolivia en 1946. En seis décadas el monto de la supuesta cooperación, canalizada a través de agencias y el Programa Estadouni­dense de Cooperación (Usaid), su­peró los 5 mil millones de dólares, según fuentes bolivianas.

Foto: Tomado del Twitter de Evo Morales
Foto: Tomado del Twitter de Evo Morales

Con la llegada de Evo Morales al poder, la relación neometrópoli-neocolonia cambió de color y en sep­tiembre del 2008 ocurrió la ruptura total al conocerse de los vínculos de los agentes de la Agencia Antidro­gas (DEA) y el embajador estadou­nidense Philip Goldberg con líderes opositores secesionistas de las go­bernaciones de Santa Cruz, Pando, Beni y Tarija, que intentaban boico­tear el Gobierno de Morales y balca­nizar el país.

En 1968 el presidente Richard Nixon definió la lucha contra las drogas como asunto de seguridad nacional para EE. UU., lo cual sir­vió de pretexto a las agencias gu­bernamentales para expandirse en la región. Más tarde, en 1989, George Bush declaró que el De­partamento de Defensa lideraría esa batalla en el exterior. Casi un decenio después, en 1998, William Clinton la nombró “primera prio­ridad en el hemisferio”.

Desde entonces la presencia de agentes de la DEA en Latinoaméri­ca y el Caribe ha sido habitual, en algunas naciones parecen actores naturales de la sociedad y no intru­sos. Tener al enemigo en casa con­lleva, entre otros perjuicios, tolerar la aplicación extraterritorial de le­yes estadounidenses y condicionar el ejercicio de la soberanía nacional a los intereses imperiales.

Bolivia se convirtió en el epicen­tro de las operaciones para erradicar los campos de coca en la región, ope­ración asumida por la DEA, y en un símbolo de los afanes colonizado­res de Estados Unidos. Documentos desclasificados posteriormente con­firmaron que en realidad aquello fue una pantalla para experimentar la llamada “guerra de baja intensidad” que luego replicaron en otros países.

Con esa fachada operaba Gol­dberg, embajador de siniestro cu­rrículo: se desempeñó como jefe de la misión en Kosovo durante la guerra que desmembró Yugosla­via; permaneció en Bolivia hasta que Morales precipitó su salida; a Filipinas llegó en el 2013, donde tuvo fuertes controversias con el entonces mandatario Rodrigo Du­terte; de febrero a julio del 2018 en­cabezó la embajada en La Habana y abrazó la absurda historia de los ataques sónicos para obstaculizar el acercamiento entre Cuba y EE. UU.; en el 2019 fue nombrado em­bajador en Colombia, nación en la que años atrás coordinó el Plan Co­lombia y las operaciones de espio­naje que ello implica.

La expulsión de Goldberg, la DEA y la Usaid fue una medida soberana, valiente y oportuna que amplió el margen de gobernabili­dad del presidente Evo Morales. En solidaridad, el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, echó al embajador de EE. UU. de su país y pronunció la memorable frase de “Váyanse al carajo, yanquis de mierda, que aquí hay un pueblo digno. Váyanse al carajo 100 veces”.

Cuando el 10 de noviembre del 2019 sobrevino el golpe de Estado que sacó del poder a Evo Morales y le arrebató una clara victoria al Movimiento al Socialismo, Bolivia no tenía embajador de EE. UU., pero allí estaba la Organización de Estados Americanos (OEA), que hoy puja para que sus cómplices queden impunes.

El pasado 15 de marzo la insti­tución recomendó conformar una comisión internacional para inves­tigar casos de corrupción, reformar el sistema judicial y liberar a los detenidos. Apenas 24 horas después los Comités Cívicos bolivianos hi­cieron suyos tales reclamos.

Tal como denunció en La Paz el periodista Freddy Morales del dia­rio La Razón: “Pudo ser a la inversa para intentar algo de dignidad: que primero se pronuncien los Comités Cívicos y un día después la OEA apoye sus demandas. Pero ahí te­nemos a la derecha defendiendo la posición de la OEA, y a otro sector de la población, incluido el Gobier­no de Luis Arce, en campaña de de­nuncia de inaceptable injerencia en los asuntos internos”.

Es así que el ministerio de co­lonia yanqui, efectivo instrumento de injerencia, se ratifica como esa sombra imperial que permanece inamovible y voraz sobre Latinoa­mérica.

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