Cuito Cuanavale: Claves para la victoria

Cuito Cuanavale: Claves para la victoria

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Para el avileño Idalberto Pereira Moreno marzo vuelve a ser como una caña de pescar halando recuerdos a punta de ese cordel seguro e inter­minable llamado tiempo.

Foto: Cortesía de Idalberto Pereira Moreno
Foto: Cortesía de Idalberto Pereira Moreno

O sea, fuiste preparado para…

Para cifrar y descifrar mensajes entre el man­do allá y las máximas direcciones políticas y mili­tares en Cuba.

¿Y a quién se le ocurrió mandar a un guagüe­ro como clavista? (Frente a mí, ahora, una espo­leta de humor le hace explotar abierta carcajada. Nunca olvidó la “memorable” frase de quien ha­bía ido a buscarlo, un año antes, a la Unidad de Tránsito en Luanda).

“Una Revolución como la nuestra se hace con todos y para el bien de todos”, le dijo. Y no se ha­bló más.

Cuito, cifra a cifra

“No habíamos acabado de tocar tierra y ahí mis­mo empezó el fuego. Ni que nos estuvieran miran­do por un hoyito.

“Un mayor y yo nos metimos en un hangar abandonado. Había huecos por todas partes. Humm, en cualquier momento sale una co­bra; algo se mueve y… por suerte es un ratón. Por tanto aquí no hay serpientes. ¿Y tú por qué disparas en todas direcciones, contra quién? ¡Cálmate coño! El mayor logra controlarse. El hostigamiento va cediendo. Cuando se llega a un lugar alguien te espera. Aquí nadie. Solo la guerra, acaso la muerte y esos altavoces de la inteligencia enemiga, desde lejos, llamando a los angolanos a rendirse y repitiendo: ‘Lo nues­tro no es contra ustedes, sino contra los cuba­nos; sabemos que están llegando…’.

“Al carajo todo eso. Yo vine a transmitir y allá voy con mi primer mensaje en clave. Este no lo para nadie”.

Como páginas de un libro, Pereira podría des­hojar, uno a uno, el zumo de los principales com­bates a lo largo de enero, febrero y marzo, incluido el del 23: de la victoria.

“Ya ese día yo no estaba en Cuito. Había vuelto a Luan­da. Desde allí no podía ima­ginar que ese sería el punti­llazo. Pero por la labor que realizaba sí estuve al tanto.

A la derecha, junto a Campillo, en la boca del refugio desde donde cifraban o descifraban mensajes en Cuito Cuanavale. Foto: Cortesía de Idalberto Pereira Moreno
A la derecha, junto a Campillo, en la boca del refugio desde donde cifraban o descifraban mensajes en Cuito Cuanavale. Foto: Cortesía de Idalberto Pereira Moreno

“Los sudafricanos hasta marcaron con fu­mígenos la dirección principal de ataque, pero se escacharon frente a nuestros cañones de 130 mm, obuses 122 D-30, tanques, aviación, las estreme­cedoras BM-21, encabezadas por ‘Cachita, Victo­ria, Libertad y Patria o Muerte: las buscapleitos’, como les pusieron nuestros combatientes, y cam­pos minados donde quedaron atrapados o volaron por el aire tanques, armamentos, hombres…

“Sin embargo, el combate que con más orgu­llo recuerdo es el del 25 de febrero. Les dimos con todo. Volvió a brillar el genio militar de Fidel. Ha­bía indicado cambiar de posición, en la noche, a las 25 y 59 brigadas de Infantería Ligera. Cuando en la madrugada el enemigo llegó allí, no había un alma ni un arma, solo minas. Les esperaba un verdadero infierno”.

Haber cifrado y descifrado mensajes de la más alta dirección política y militar, incluidos los de Fidel, ¿cómo te hacen sentir?

Como se sentiría cualquier otro cubano. Fue una oportunidad, un honor, el granito de arena que en silencio también pusieron clavistas como mi yunta Regino Rodríguez; Gilberto Campillo, quien me acompañó en Cuito, y otros que éramos una familia moviendo cielo y tierra para que a Fi­del y a Cuba no les faltara la información en clave, precisa, segura, al instante.

Y fue el privilegio de trabajar con los hoy gene­rales retirados Miguel Lorente y Venancio Ávila, con el ahora general de cuerpo de Ejército Álvaro López Miera, con hombres como Ciro Gómez, mé­dicos como José Miguel Hernández y, sobre todo, con muchachos que fueron verdaderos héroes sin saberlo ni proponerse serlo.

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