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Un congreso obrero histórico

Existen acontecimientos que por su importancia y trascendencia precisan de su estudio como parte del enriquecimiento de la historia de una localidad, región o país. También hay sucesos que han marcado un hito en la trayectoria del movimiento obrero y sindical cubano, pero no haber profundizado en ellos ha conllevado a que pasen prácticamente inadvertidos con el transcurrir de los años.

A uno de ellos, nos referimos en las siguientes líneas.

Comenzaba el año 1912 y la zona de Cruces, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Cienfuegos, se preparaba para asumir la realización de un evento en el cual iban a participar delegados de todo el país en representación de organizaciones gremiales, cuya plataforma programática incluía la creación de una Federación Nacional del Trabajo. Por vez primera el movimiento obrero se proponía unir a los trabajadores de todo el país para accionar a favor de lograr mejoras.

Era la localidad crucense ideal para realizar la cita, ya que contaba con un recién fundado Centro Obrero que organizaba a todos con independencia de oficios, sexo, raza y daba muestras de que la auto-segregación propia de aquella etapa había sido dejada atrás y se cumplían los acuerdos del Congreso Obrero de 1892, celebrado en La Habana. Esa organización hizo la convocatoria.

La presencia en Cruces de inmigrantes españoles con ideas anarquistas proporcionaba que todo el acontecer del país se trasladara a los obreros agrícolas, industriales y pobladores en general, lo que hizo que con la labor protagónica de Abelardo Saavedra, ese poblado se convirtiera en la “capital del anarquismo en Cuba” y se nuclearan todos para luchar contra los abusos y desmanes que cometían los burgueses y gobernantes contra los obreros.

Entre los participantes en el evento se encontraba Emilia Rodríguez de Lípiz, quien lo presidió y no por casualidad, sino porque reunía las cualidades y trayectoria necesaria para hacerlo, ya que era una inmigrante española asentada junto a su familia en Matanzas y se destacaba por su accionar contra el gobierno. Junto a su esposo colaboraba también para que en su vivienda se reunieran anarquistas, obreros, comunistas, teosofistas, espiritistas e intelectuales, así como se hospedara el líder revolucionario Julio Antonio Mella. Su vocación movilizadora la llevaría también a participar en la inauguración del Centro Obrero de Cruces, teniendo a su cargo las palabras de clausura.

Aunque la brutal represión y las medidas tomadas por el gobierno imperante de José Miguel Gómez, en cuya Secretaría de Gobernación estaba al frente Gerardo Machado, conocido por la persecución, tortura y asesinato a los líderes obreros, hizo mermar la asistencia al evento, así como el cumplimiento de los acuerdos aprobados. No podemos obviar lo que significó su realización y las enseñanzas que legó al movimiento obrero cubano.

Los acuerdos de este evento quedaron recogidos para la historia en el Manifiesto de Cruces. Se escogió el 24 de febrero para su comienzo, fecha patriótica y de referencia para los cubanos.

El Congreso Obrero de 1892 constituyó el antecedente de ese encuentro, que a 109 años de su realización nos reafirma la continuidad que ha existido en la realización de las luchas obreras en nuestro país, así como el sentir unitario que distinguió el proceso de conformación y consolidación del movimiento sindical cubano desde el siglo XIX hasta la actualidad.

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