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Higiene

No es que llegó para quedarse, frase que mucho se pronuncia hoy día. Es que siempre debe estar presente. La higiene resulta vital para el mantenimien­to de la salud en cual­quier circunstancia.

Para todos los tiem­pos son válidos aspec­tos como el frecuente lavado de las manos y el uso de productos desin­fectantes, dígase solu­ciones de cloro, alcohol, gel limpiador bacteri­cida… Ahora acecha el SARS-CoV-2, maña­na estará otro virus de turno que, aunque no fuere letal, nunca debe­mos subestimar.

Buena compañía para las personas son el pañuelo y las ser­villetas, objetos que cumplen una función higiénico-protectora ante las secreciones nasales y la llegada repentina de un es­tornudo, de una tos. Su utilidad es indis­cutible, y mucho más apreciamos tenerlos a mano si andamos por la vía pública o viajamos en un me­dio de transporte.

¿Cuántas veces hemos visto a un su­jeto soplarse la na­riz en plena calle sin usar pañuelo ni papel higiénico? ¿Es­tamos conscientes de que cuando alguien procede así, además de la evidente mala educación, son mi­llones y millones de bacterias las que se expulsan al medio circundante?

Los espacios abiertos, la calle mis­ma y los centros labo­rales son extensiones de nuestros hogares, una suerte de casa grande en la que ha­bitamos los seres so­ciales. En tal sentido debemos procurar que sean ambientes sanos en favor de la salud de todos.

No se justifican los muchos contenedores de desechos sólidos que permanecen sin tapas, desbordados, al punto de convertirse en focos de insalubri­dad.

La higiene am­biental depende de las conductas que seamos capaces de asumir personas e institucio­nes. Por tanto todos tenemos responsabili­dad, pero debe quedar muy claro que esta co­mienza por las autori­dades gubernamenta­les en cada territorio, y les siguen las direc­ciones y trabajadores de la salud en todos los niveles hasta el ba­rrio; por supuesto los integrantes del sec­tor de Comunales, los inspectores facultados para imponer multas por contravenciones y, por qué no, las organi­zaciones de masas.

Vuelvo a las ma­nos, esenciales en los quehaceres de los se­res humanos, porta­doras del saludo que, mientras más preca­vido sea, mejor. Así, entre las incontables maneras de reveren­ciar el afecto a otra persona, este redac­tor se queda con el toque de puños, por­que le parece cordial, seguro, y hasta de­portivo.

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