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¿Quién le pone el cascabel al pan?

Mi reloj marca las 3:45 p.m. Nelson Correa Zapata, técnico en procesos tecnológicos y administrador del taller, me recibe e invita a pasar a su oficina. Estamos en la panadería La Marquesita y cámara en mano aprovecho para sacar fotos de los muchachos que trabajan afanosamente desde antes del amanecer, a pesar de que la harina necesaria para hacer el pan nuestro de cada día aún no ha arribado –y se desconoce en qué momento del día lo hará– al establecimiento ubicado en el Consejo Popular Antonio Guiteras, del municipio Habana del Este.

 

 

Que los muchachos del turno de las 6:00 am no se hayan ido a sus casas a esperar a que llegue la harina me confirma su claridad respecto a su misión: satisfacer al pueblo con el producto requerido, ya sean los cakes de boda y de festejos de quince años, el pan normado, las distintas variedades del liberado y las ofertas actuales de dulces, reducidas a causa de la fluctuación en la repartición de huevos.

Saben que llevarle el preciado pan a cada uno de los consumidores no es cosa de broma, independientemente del equipamiento obsoleto y explotado más allá de los años recomendados, de la inestabilidad tanto en la calidad como en el surtido de las materias primas, de la complejidad del proceso de elaboración del producto  –en el que influye la levadura y la harina empleadas, el tiempo de reposo y fermentación y hasta las condiciones climatológicas–, y de las menos que ideales condiciones de trabajo: ausencia de nevera y comedor para almorzar e incluso de un tiempo dentro de su turno de trabajo contemplado para satisfacer esa necesidad primaria.

Si los ingredientes carecen de la calidad que requiere el producto final, explica Frank Contreras, técnico productivo y segundo al mando, ocurren anormalidades en el proceso productivo: el pan se desploma o  se endurece la corteza…y ello obliga al maestro a reiniciar la producción aún cuando el reloj no se detiene ni tampoco los reclamos de la madre que debe preparar el desayuno de sus hijos.

A dichos retos hay que sumarle el aumento de la demanda y las ventas como resultado de la situación epidemiológica actual, así como la implementación de la Tarea Ordenamiento y el incremento del precio, que ha generado no poco descontento e inquietudes, puesto que continúan las mismas materias primas, la misma calidad y el mismo trato al trabajador.

Lo anterior grava con presiones a los trabajadores, quienes se mantuvieron acudiendo a su centro laboral aun cuando no tenían transporte durante la etapa de suspensión de este a causa de la COVID-19.

 

Los consumidores cumplen el debido distanciamiento social mientras esperan para recibir su pan normado.

 

En colaboración con los delegados del mencionado Consejo Popular, Nelson y Frank están proyectando para cuando culmine la actual coyuntura sanitaria, un proyecto de puertas abiertas, en aras de que el público pueda conocer de cerca los retos y realidades de su aporte diario a la alimentación del pueblo.

Sin embargo, sus esfuerzos por generar una buena reputación entre los consumidores están cayendo en saco roto, porque la resolución de las quejas –e incluso agresiones verbales– que reciben respecto a la calidad y costo del pan normado y a la insuficiencia del liberado, en la mayoría de las ocasiones, escapa a las competencias de la entidad.

La cantidad de pan liberado que se elabora es dictada a nivel provincial por la Empresa Provincial de la Industria Alimentaria de La Habana (EPIA), cuyas directrices se transmiten a las unidades básicas de la industria alimentaria de los municipios (UBIA) para ser acatadas por los talleres o panaderías en última instancia.

Dicha cifra no es aproximada: si se ordenan 1565 panes bun y 641 flautas esa es la cantidad final, ni más ni menos. De igual forma, aunque se elevara la asignación diaria de materias primas, el número de panaderos en plantilla, la capacidad de la cámara de fermentación y del horno y el tiempo que demora la producción de cada una de las variedades impondrían un límite en la capacidad productiva.

No es menos cierto que hoy La Marquesita trabaja con un plan aumentado para satisfacer en la medida de lo posible las necesidades de la población. Sin dudas el mejoramiento de las condiciones de trabajo de las personas que se encargan de alimentar a la población y que muchas veces se llevan la peor parte del trato con el público, repercute en la cadena productiva para mejorar directamente la alimentación y la calidad de vida del pueblo.

 

Nelson Correa Zapata, técnico en procesos tecnológicos y administrador del taller.

 

Termino la entrevista a las 5:54 pm porque, finalmente y de improviso, arribó la materia prima necesaria y los trabajadores se apresuran a descargarla, acomodarla y entrar en faena. Nadie sabe si esta harina se parece a la última, puesto que su adquisición suele depender del presupuesto del país y de sus proveedores.

A esa avanzada hora de la tarde, ignoro cómo se las van a arreglar para elaborar el pan normado que debe salir a las 6: 00 a.m., y no me extraña que coloquen en los cristales exteriores el letrero que advierte del posible retraso en la terminación del pan normado que recibe cada cubano.

Sin embargo, los muchachos no pierden tiempo, sino que se apresuran a trabajar porque, así como en el mundo del espectáculo «el show debe continuar», dentro de la industria alimentaria la producción no se puede detener. Sencillamente: hay que llevarles el alimento a los consumidores.

Frank me asegura que para este 2021 sus objetivos son el mejoramiento constante y gradual en aras de ofrecer el mejor servicio al pueblo. “Quisiera que al menos una persona se asomara y dijera: “qué buen trabajo están haciendo´, comenta Nelson, al inquirir sobre qué regalo les habría gustado recibir el pasado lunes 25 de enero, Día del Trabajador de la Industria Alimentaria.

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