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La oferta de la discordia

Con el mejor de los de­seos de contribuir a los festejos hogareños por el nuevo año, el gobierno de la capital, mediante la acción coordinada de organismos, ministerios, empresas productoras y las autoridades de la ciudad, acome­tió diferentes propuestas de ofertas alimentarias: esa loable idea se con­virtió en un gran problema que llevó a penosas y agresivas disputas entre vecinos y amigos, pues no se tuvo en cuenta que La Habana es un territo­rio superpoblado y que resultaron in­suficientes los puntos de venta para satisfacer a la mayoría de los más de 2 millones de personas que en esta ha­bitan.

¿Quiénes han podido acceder a esta oferta? Generalmente los que no trabajan y pueden permanecer en las interminables colas durante va­rios días y noches, a riesgo de con­tagiarse mediante la propagación de la COVID-19, que aún amenaza a la gran urbe metropolitana. Algu­nos habilitaron deplorables espacios para pernoctar en los alrededores de los centros donde se comerciali­zan estos productos bajo el control de la libreta de abastecimiento, fun­damentalmente el cerdo, el pescado y las cervezas, para las que se exigió un vacío de botellas que muy pocos tienen.

Aunque el gobierno en la capi­tal, a través de su departamento coordinador de programas, advirtió que estos suministros “se encuen­tran todavía muy lejos de la de­manda de la población”, pienso que esta favorecedora decisión no contó con un previo y profundo análisis de las experiencias hasta ahora re­gistradas en la comercialización de gran parte de los artículos que se expenden en las tiendas de las ca­denas Panamericana, TRD, Caracol y otras.

He tenido la posibilidad de dia­logar sobre este asunto con innumera­bles capitalinos que han considerado esta propuesta como un error en la distribución de alimentos extras por el fin de año, en tiempos de tantas ca­rencias y necesidades alimentarias. Solo han podido adquirirlos los que se arriesgan a enfrentar un verdadero tormento de personas que, con mirada amenazante, cuidan con celo sus pues­tos en la fila. Tiques, listas, guardias permanentes, broncas… dinamizan el lamentable suceso “colero”.

La casi totalidad opina que hu­biese sido más justo y lógico que es­tos productos se hubiesen ofertado en establecimientos en las zonas de resi­dencia familiar, bajo el control de la libreta de abastecimiento, aunque las cantidades (libras) a distribuir fueran menores a las estipuladas por piezas de cerdo que quedan entre unos pocos de la fila.

Muchos piensan que, en medio de las limitaciones, era mejor mantener la distribución equitativa a pesar de la engorrosa repartición en las uni­dades existentes en los barrios.

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