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El Indio Naborí: quince años después

Por: Fidel Antonio Orta *

Cuando los hechos son analizados tras el paso del tiempo, la pureza del espíritu permite ver las cosas con mayor claridad. Por tal motivo, dejo a un lado los rigores que impone un pensamiento materialista y afirmo con total certeza lo siguiente: Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, murió a las 00.45 horas del 30 de diciembre de 2005 porque ya estaba cumplido el objetivo de su vida. Resulta sugestivo conocer que meses antes había dejado reeditada toda su poesía: estampas, elegías, poemas políticos, poemas coloquiales y, para mayor fortuna, también el libro de ensayo Décima y folclor. ¿A qué se debió esa realidad, únicamente a intereses editoriales?, ¿no puede pensarse también que el tic-tac interior del poeta, en una pantalla gris, le estaba proyectando la cercanía de su final? Digo entonces que el Indio Naborí no murió cuando le tocaba morir, murió cuando él quiso; y puedo asegurar que murió tranquilo, yo puedo asegurar que murió rodeado de ternura.

 

 

Hace ya quince años que nos dijo adiós. Pero a diario, miles de cubanos, lo traen de vuelta como si se tratara de un familiar cercano. Y es que no solo estamos hablando de un hombre a quien le fueron conferidos el Premio Nacional de Literatura, la Orden Félix Varela de Primer Grado y el título honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba. En este poeta sobresale además su profundo arraigo en las grandes masas, una realidad que se extiende a todos los rincones de la Isla, algo que merece ser estudiado a fondo como un fenómeno sociocultural inédito, como una unidad poeta-poema-poesía-popularidad que trasciende las fronteras de épocas exactas y llega hasta nuestros días.

Que el Indio Naborí sea un elegido del pueblo de Cuba no es nada casual o impuesto. Todo lo contrario: es identidad nacional, localizable hasta en su seudónimo, pero localizable de igual forma cuando observamos el equilibrio de acción y pensamiento que siempre existió entre el poeta y su pueblo. Una realidad que se hace mucho más entendible si este hecho es analizado con sólidos criterios de interpretación histórica; pues su primer poema político, Elegía optimista a Luis Melián, fue escrito en 1936. El poeta tenía catorce años de edad y ya demostraba ser dueño de una poderosa vocación de Patria:…Donde sangre vertiste, brotará una azucena/ y tendrán los humildes un índice de grana…Por eso no debe asombrarle a nadie que algunos años después el Indio Naborí acompañara con su verso a cuatro grandes de las luchas obreras y campesinas: Jesús Menéndez, Blas Roca, Romárico Cordero y Lázaro Peña.

Todavía hoy resulta estremecedor escuchar el testimonio de personas que dicen: “yo crecí con los versos del Indio Naborí”, “yo me eduqué con las poemas del Indio Naborí, “yo me hice revolucionario con la poesía del Indio Naborí”. ¿Cómo es posible?, me pregunté muchas veces. Pero luego comprendí que las palabras Poesía, Patria y Revolución estaban para él en un mismo camino, convirtiéndose en un hombre que hasta el final de sus días fue consecuente con la consecuencia de su vida, la misma actitud que más tarde lo hizo integrarse a la Generación del Centenario  y  dejar  el acento de su letra en los periódicos clandestinos “Son los mismos” y “El acusador”.

Lo digo sin mucho rodeo: toda aquella persona que dude alguna vez de su condición de cubano, o que dude de su entusiasmo revolucionario, puede reaccionar positivamente asomándose a la vida y obra del Indio Naborí; alguien que, además de gran poeta, fue y sigue siendo un ejemplo de compromiso con la causa de los más humildes. El Indio Naborí, hasta su muerte, fue parte y símbolo de esa raíz principalísima. Su caso es un caso atípico en la historia de la cultura cubana; y hay que verlo precisamente así, como un caso atípico, como un caso único e irrepetible, cuya luz conserva un poderío expresivo que produce asombro.

Cuando se cumplen quince años de su desaparición física, debe recordarse que el Indio Naborí vigorizó la elegía, le otorgó un inusual rango de perpetuidad a la lírica social, energizó el verso libre, pontificó el soneto y dejó una huella importantísima en el periodismo y la investigación folclórica. Pero su mayor aporte está en la renovación de la décima,  dado que logró fundir y elevar a categoría estética lo clásico y lo moderno.  En algún momento, más allá de gustos o preferencias, habrá que analizar con mayor calado la relevancia que tuvo para nuestra cultura el proceso  renovador que este poeta le otorgó a la bien llamada estrofa nacional, liberándola del criollismo, despojándola de populismo y vistiéndola de popular desde lo culto, una contribución que ya es reconocida en toda Hispanoamérica.

Al elevado rigor poético, hay que sumarle en todo momento su ya mencionada vocación de Patria, que para él era sinónimo de Revolución.  La victoria de 1959 le regaló al poeta su mayor alegría: ¡Primero de enero! Luminosamente surge la mañana/ ¡Las sombras se han ido!/Fulgura el lucero de la redimida bandera cubana. Por fin veía materializado el gran sueño de emancipación que siempre lo mantuvo en vela; y a la defensa de ese sueño, sin cuestionamientos de ningún tipo, se consagró en cuerpo y alma. Acercarse a su legado, cuya raíz tiene un alcance polifónico, lleva implícito adeudos que deben ser asumidos con la óptica de nunca permitir la superficialidad y el artificio. A este hombre hay que observarlo siempre desde un mirador profundo, como en su momento lo hiciera Eusebio Leal: …cubana como las palmas reales, nunca uso su palabra para servir a otra causa que no fuese la justicia social…El Indio Naborí buscó—hasta encontrar—las huellas de la primera sangre derramada.

 

* Director de la Oficina de Investigación y Promoción Cultural Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí

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