Luchar y soñar con los pies en la tierra (+Infografía)

Luchar y soñar con los pies en la tierra (+Infografía)

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La conceptualización acerca de los derechos humanos es resultado de la evolución ética de la humanidad, específicamente de la jurisprudencia, pero su esencia se remonta a tiempo atrás y transversaliza culturas y civilizaciones.

Lo que conocemos hoy como derechos humanos es un legado de las revoluciones burguesas del siglo XVIII, sobre todo la de las Trece Colonias y la francesa, enriquecida poco después por la mexicana y las experiencias socialistas del siglo XX. Actualmente, en la era de la informatización, el tema permanece como obra en construcción.

No obstante, desde el 10 de diciembre de 1948 la humanidad dispone de una Declaración Universal de los Derechos del Hombre, cuyo nacimiento dibujó en el horizonte de las naciones el anhelo común de convertir ese articulado en el “ideal por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse” para que, “inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades”, según la letra del propio documento.

Aunque cuenta con un reconocimiento mayoritario, la Declaración ha sido cuestionada por etnocéntrica y limitada, al enfatizar en derechos políticos y civiles, minimizando otros espacios como la economía y la sociedad.

Teóricos, políticos y juristas coinciden en que ninguna sociedad puede garantizar el cumplimiento, en su espectro más amplio, de todos los derechos humanos. Las variables que operan son diversas y en muchos casos no existen mecanismos válidos de control que escapen a la frecuente politización del tema.

Varios de los autores consultados coinciden en clasificar los derechos humanos en cuatro grupos o “generaciones”, sin que ninguno de ellos sea más importante que el otro, al menos en teoría.

Los de primera generación corresponden a los derechos civiles y políticos. Entre ellos prevalecen conceptos heredados de la Ilustración y las revoluciones burguesas a que hicimos referencia, reivindican espacios de autonomía y libertad frente al Estado, y le imponen a este obligaciones para con los ciudadanos, por ejemplo el respeto al derecho a la vida, a la integridad física, a la libertad, a la igualdad ante la ley, la prohibición de la tortura, y otros.

Los derechos de segunda generación, conocidos también como de la igualdad o económicos, sociales y culturales, fueron impulsados en gran medida por el pensamiento marxista que concibe al Estado no como limitante para su ejercicio, sino como facilitador, propiciador y garante de la satisfacción de necesidades básicas de los ciudadanos.  En este grupo se hallan el derecho a disfrutar de una adecuada calidad de vida, al trabajo, a pertenecer a un sindicato, a la salud y a la educación.

Aparecen luego los derechos de tercera generación, colectivos, de la solidaridad o emergentes. Comienzan a expresarse a partir de la segunda mitad del siglo XX, especialmente en el último tercio. Emergen en respuesta a problemas globales, pero la teoría aún discute la conceptualización de muchos de ellos. Incluyen el derecho al desarrollo sostenible, a la paz, al medioambiente sano; así como los derechos de los consumidores, o a la protección frente a la manipulación genética.

Por último, y no menos polémico que los grupos anteriores, aparecen los de cuarta generación, vinculados al desarrollo tecnológico, las tecnologías de la información y la comunicación, y el ciberespacio, fenómenos propios de los siglos XX y lo que va del XXI.

Se habla aquí de derechos de acceso a la informática, a la sociedad de la información en condiciones de igualdad y no discriminación, al uso del espectro radioeléctrico y de la infraestructura para servicios en línea (satelitales o por cable), a formarse en las nuevas tecnologías, a la autodeterminación informativa, al habeas data y a la seguridad digital.

El crecimiento dialéctico de los conceptos vinculados al tema de los derechos humanos, cuyo respaldo primero es ético, demanda además de acompañamiento legal, social y educativo hacia lo interno de las naciones, para que más allá de compromisos internacionales (usualmente no vinculantes), los activistas que los defienden puedan luchar y soñar con los pies en la tierra.

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