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Con Fidel, soñar la ciencia (Especial)

El director fundador del CIM y uno de los investigadores de mayor prestigio de Cuba y el mundo en el ámbito de la lucha contra el cáncer conversó con Trabajadores acerca de su relación con Fidel Castro Ruz; de los resultados obtenidos en la lucha contra el cáncer, del ensayo clínico que desarrollan actualmente en EE. UU., de la empresa mixta creada en la ZED Mariel, y de las ventajas que ofrece el socialismo a la integración científica, entre otros temas

 

Foto: Isabel Aguilera

 

 

Agustín Lage Dávila vive de prisa. Su ágil andar por los brillosos pasillos del Centro de Inmunología Molecular (CIM) marcan el ritmo de la conversación, pero cuando se sienta a compartir saberes sobre temas que le apasionan es como si tuviera todo el tiempo del mundo.

Los resultados científicos obtenidos por el grupo que lidera podrían haberlo encumbrado, pero no sería entonces el tipo sencillo que hace la fila del comedor como uno más, o que dibujan esas frases con el Lage a secas que usan sus compañeros de trabajo: “Lage nos había advertido de su visita”, dice el custodio; o “Siéntense, Lage ya viene en camino”, explica la señora que afanosamente limpia con alcohol cada mueble del lobby.

A lo largo de casi tres horas de conversación los ojos intranquilos que se asomaban por encima del cubrebocas solo brillaron de mundana vanidad en dos momentos: cuando relató que sus dos hijos habían escogido el camino de la ciencia (“Uno es físico, profesor de la facultad de esa especialidad de la UH; y el otro es químico, trabaja en el Instituto de Neurociencia”) y cuando en el recorrido por las áreas exteriores del CIM ratificó que aquellos edificios, abrazados en piedra y singularizados por una hermosa torre de cristal,  habían ganado el premio nacional de arquitectura.

 

Coincidimos en varias reuniones, pero mi primera conversación directa con él fue en la tarde del 28 de septiembre de 1989, cuando visitó los laboratorios de investigaciones del Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología (INOR) donde en ese momento yo era el vicedirector de investigaciones.

No lo esperábamos a él. Dos horas antes nos había llamado el Dr. Julio Teja, por entonces ministro de Salud Pública, e indicó que me mantuviera en el Instituto pues recibiríamos una visita. No dijo quién. Aproximadamente a las 3 de la tarde llegó el Comandante en Jefe y sin protocolo ni formalidad alguna caminó directamente a los laboratorios de investigaciones experimentales que ocupábamos en el cuarto piso pues alguien le había comentado de los anticuerpos monoclonales que estábamos produciendo allí, los primeros en Cuba y algo también muy novedoso a nivel mundial pues el primer registro para uso en humanos tenía apenas tres años y había sido en Estados Unidos.

Ese día Fidel caminó varios laboratorios haciendo preguntas a los científicos que encontraba a su paso. El recorrido terminó en uno donde entró, se sentó en una banqueta y comenzó a hacer preguntas con esa curiosidad insaciable que siempre lo caracterizó. Allí estuvimos varias horas éramos un pequeño grupo, menos de diez. De esa conversación surgió la decisión de construir un nuevo centro dedicado a la investigación y la producción de anticuerpos monoclonales que finalmente fue inaugurado el 5 de diciembre de 1994.

 

Fidel Asistió a la inauguración del CIM y siempre siguió muy de cerca su desarrollo, ampliaciones constructivas. Foto: Cortesía del CIM

 

Pudiera contar muchas, pero hay tres especialmente relevantes de aquellos años fundacionales. La primera es del mismo día de esa visita al INOR, cuando preguntó cuál era la empresa que más anticuerpos monoclonales producía en el mundo. Le dimos el dato, era una empresa británica que producía 5 Kg anuales, una cifra cien mil veces superior a lo que nosotros habíamos logrado. Fidel se dirigió al grupo y preguntó: “¿Ustedes no piensan competir con esa gente?” Nos sorprendió el tamaño de la idea y fue entonces cuando explicó su concepto de “centro de investigación y producción”. Con los años llegamos a esa cifra y la sobrepasamos.

La segunda anécdota es de cuando discutíamos en su oficina el proyecto del nuevo centro. “¿Cómo se llamará?”, preguntó casi al final del encuentro. Centro de Investigación y Producción de Anticuerpos Monoclonales. “No me gusta, respondió, refleja lo que hacen, pero no lo que harán”. Empezaron a considerarse entonces otras variantes hasta que le comentamos la propuesta del Dr. Rolando Pérez, uno de los investigadores destacados del grupo: Centro de Inmunología Molecular. “Ese nombre me gusta más”, confesó, y con ese nos quedamos.

La tercera historia es de 1991, cuando se decidió que el platanal anexo al hospital Cimeq sería el espacio donde se construiría el centro. Yo no estaba presente, pero los compañeros me contaron que cuando ya habían abandonado el lugar, Fidel preguntó si alguien había conversado con los trabajadores agrícolas que allí laboraban. Nadie había pensado en eso. Fidel ordenó al chofer dar la vuelta y él personalmente les explicó que se iba a demoler el campo para levantar un centro científico.

Poco después, al calcular las dimensiones del terreno, alertó: “Y el otro terreno que queda al oeste que nadie lo toque. Algún día este Centro tendrá que crecer”. Ese día llegó 14 años después, en el 2005, cuando ante la demanda creciente de los productos del CIM fue necesario acometer nuevas inversiones constructivas que hoy están en plena operación.

 

Foto: Isabel Aguilera

 

Nos veíamos regularmente, en sus múltiples visitas al CIM y en las reuniones mensuales que él sostenía con los directivos del Polo Científico. De esa época también tengo varias anécdotas que demuestran su manera de soñar la ciencia en grande y que confirman la sentencia de Gabriel García Márquez de que Fidel era incapaz de concebir un plan que no fuera descomunal. Por ejemplo, luego de su visita al INOR quedamos en enviarle una propuesta para aumentar la producción de anticuerpos monoclonales. Lo hicimos y a los dos o tres días nos responden: “El Comandante vio lo que le mandaste y dice que eso está bien, pero que la propuesta de la fábrica grande dónde está”. Yo había entendido que eso sería a largo plazo, pero con Fidel el futuro era ya.

Desde entonces, y en varias ocasiones, se repitió ese escenario en el que mandábamos una oferta y regresaba cuatro veces mayor, nos subía la parada constantemente porque tenía en su mente estaba desarrollar el sector industrial de la biotecnología, ese era su plan.

Cuando fuimos a Suiza a negociar la compra de la tecnología de los fermentadores montamos mentalmente un proyecto modesto, acorde a lo que yo pensaba podría en esos años cuando entrábamos en el período especial. Le expliqué que para la producción de los anticuerpos monoclonales hay dos tecnologías, la de fibra, en la cual las células se fijan a determinadas fibras por las cuales pasan medios de cultivos; y la de tanques, que es de mayor envergadura. Dentro de esta última, existen dos variantes, 30 litros y 300 litros. Nuestra idea era empezar por las fibras, probar que los anticuerpos funcionaran bien y luego pasar a la de tanques, pero Fidel indicó: “No, la inversión será completa, en las dos tecnologías, hay que traerlo todo ahora”.

Esta decisión confirma su tesis de que la ciencia, para ser fuerza de la economía, tiene que potenciar su versión industrial y también nos permite intuir que Fidel sabían cuán profundo sería el período especial y que, por lo tanto, lo que no se hiciera en ese momento tardaría años.

Algo similar ocurrió cuando fundamos la primera empresa mixta en China. Inicialmente solo teníamos un 25 % de participación, hoy tenemos más. En noviembre del 1993, cuando nos visitó el presidente Jiang Zemin le expusimos el proyecto y en una de mis pausas de espera para que el traductor hiciera su parte, Fidel me preguntó por qué teníamos tan baja participación. Le expliqué que la ley china de entonces (ahora no sé cómo es) prohibía a los inversionistas extranjeros tener más si el aporte era solo en tecnología. “Háganme el análisis de cuánto dinero hay que poner”, dijo. Nuevamente yo interpreté que era un proyecto para más adelante, pero pasadas dos o tres semanas, mandó a preguntar si ya estaba completo el estudio. Hoy la biotecnología cubana ha constituido tres empresas mixtas en China, la nuestra y dos del CIGB, una que produce interferón, y la otra, tecnología agropecuaria. Esa primera, la BPL (Biotech Pharmaceutical Co.*), a la que él decidió subirle el porciento de participación, lleva 10 años generando dividendos a Cuba. La inversión se recuperó con creces.

 

BPL (Biotech Pharmaceutical Co.) fue inaugurada en el 2003, es reconocida como una de las empresas líderes en China para la investigación, el desarrollo y la producción de anticuerpos monoclonales y vacunas terapéuticas para el tratamiento del cáncer. Foto: Cortesía del CIM

 

Hay un despliegue de instituciones de la biotecnología cubana en el exterior. Del CIM hay empresas mixtas en Tailandia y Singapur, esta última sin fábrica. También tuvimos una en India. A eso hay que añadir la IIA, (Innovative Immunotherapy Alliance SA, en español, Alianzas Innovadoras de Inmunoterapia), asentada en la Zona Especial de Desarrollo de Mariel, y que me gusta describir como la primera empresa mixta cubano estadounidense en 200 años, ya que antes solo existían compañías de ellos operando acá.

La IIA se ha mantenido estos años a pesar de las sanciones. No se le ha impulsado, pero tampoco se ha prohibido, y sería muy difícil pues cómo explicar a uno de los pacientes estadounidenses que están tratándose con la vacuna contra el cáncer del pulmón que hacemos aquí que no pueden seguir mejorando por el bloqueo

En 1994 hubo una primera negociación con una empresa estadounidense de San Diego, California, (Cancervax). Ellos tenían dos grandes proyectos: el que querían hacer con nuestra vacuna de cáncer de pulmón, y otro de melanoma que tenían en fase de ensayo clínico pero que finalmente no dio ventajas a los pacientes. Ese fracaso desplomó las acciones de la compañía en la bolsa y los llevó a vender la empresa. No obstante, fue una buena experiencia, en el tiempo que estuvo operando, funcionó y pagó a Cuba lo acordado.

Al perderse ese proyecto, recuperamos los derechos y renegociamos años después con el Roswell Park Cancer Institute, del estado de Nueva York. De ahí nace la IIA, que concibe la construcción de una planta de producción en la ZED Mariel, pero primero nos hemos concentrado en concluir el ensayo clínico en EE. UU. De ser positivo, como todos esperamos, será más fácil conseguir los recursos para la construcción de la fábrica.

El ensayo clínico de CIMAvax-EGF en EE. UU. debe durar cinco años, actualmente se encuentra en fase II. Esta vacuna tiene el propósito de estimular la producción de anticuerpos contra el factor de crecimiento epidérmico (EGF, por sus siglas en inglés), una molécula normal que los tumores necesitan para replicarse. Si logras esa respuesta inmune de anticuerpos específicos, el tumor deja de crecer. Hasta ahora hemos visto que funciona, pero tenemos que verificar que esa acción se traduzca también en más supervivencia de los pacientes. Esa es una de las dificultades de los ensayos clínicos de cáncer que, a diferencia del de la Covid-19, por ejemplo, en el que tratas al paciente y mejora a la semana, hay que esperar más tiempo para comprobar su efectividad.

De esa experiencia del CIMAvax-EGF en EE. UU trata el documental Cuba’s Cancer Hope  realizado por la televisora pública PBS, el cual también fue transmitido por la televisión cubana.

 

Fidel los impulsó. A nadie puede sorprender que, en el contexto del período especial y de más de 200 años de hostilidad de ese país contra Cuba (se remonta a 1810), esos encuentros le fueron consultados desde el primer momento y siempre los respaldó.

Los negocios internacionales en el ámbito de la ciencia casi siempre comienzan por relaciones académicas, así ocurrió con el acuerdo de 1994 con Cancervax y más tarde con Roswell Park. En ambos momentos investigadoras nuestras participaron en eventos internacionales de terapias contra el cáncer y al terminar sus presentaciones se les acercaron representantes de EE. UU.  interesados por lo que habían escuchado. En el primer caso fue la doctora Gisela González, ya jubilada; y en el segundo, la doctora Tania Crombet.

Vale añadir que el Roswell Park es el instituto de lucha contra el cáncer más antiguo del país y que su directora, Candance Johnson, fue designada por el gobernador Andrew Cuomo para integrar la delegación que le acompañó en la visita que realizó a Cuba en abril del 2015. En esa ocasión, Johnson vino al CIM y durante la conversación nos propuso tener una empresa conjunta, mi respuesta fue: “Vamos a hacerla”. Tuvimos dos años de negociaciones. Constituir algo así siempre es complicado, con los estadounidenses, tres veces más, pero al final se logró y ahí está.

 

Un montón, sobre todo por los insumos y las piezas de repuesto. En estos cuatro años se nos han intensificado al menos tres tragedias: la primera, la carencia de piezas e insumos de origen estadounidense; la segunda, cuando no son estadounidenses, pero sí de compañías sometidas a los efectos extraterritoriales del bloqueo; y la tercera, el miedo a comerciar con Cuba. Y cuando crees que has superado esos obstáculos y encuentras a alguien que tiene lo que necesitas y te lo quiere vender, entonces son los bancos los que se niegan a hacer las transacciones pues pueden ser multados.

Hoy los fenómenos productivos son muy globales, lo normal es que cada proceso tenga componentes de distintos países. Es la manera normal de producir en la economía moderna, por ello el bloqueo genera un montón de problemas. A veces son los pacientes los que están pidiendo un producto y no podemos fabricarlo. No exagero cuando afirmo que no ha existido, desde el imperio romano hasta la actualidad, un cerco económico en tiempo de paz igual al bloqueo. No es solo un acto de hostilidad, es una vergüenza, y dentro de un tiempo ese pueblo sentirá pavor de lo que han hecho sus gobernantes.

 

El primer paso sería estimular la colaboración científica, tratar de que nuestros productos lleguen a los pacientes y hacer ensayos clínicos allí pues esa fase imprescindible de la investigación es muy costosa, toma tiempo, y necesita de un potencial de población que Cuba no tiene. Cuando investigamos una enfermedad frecuente, los estudios se puede hacer bien, pero si se trata de algo muy específico como un tumor de tipo tal, puede ser que en Cuba solo haya 10 al año. Allí, en cambio, con 328 millones de habitantes, la probabilidad aumenta. El segundo propósito sería potenciar las inversiones de ellos para establecer empresas mixtas con los centros científicos de alta tecnología que tenemos en los ámbitos de la biotecnología y el software.

 

En general la comunidad científica internacional respeta la ciencia cubana, es algo que nos hemos ganado también en EE. UU. Desde 1992 Cuba organiza, cada dos años, los Talleres Internacionales de Inmunoterapia Contra el Cáncer. A pesar de las prohibiciones, el país del cual asisten más científicos es EE. UU.  Ellos buscan la manera de llegar, a veces vienen por un tercer país.

Cuando interactuamos con investigadores de otras naciones, se impone el lenguaje común de la ciencia, ese que supera diferencias ideológicas y hostilidades políticas. También permite sortear barreras culturales como las que existen con China, por ejemplo, donde todo es extraño hasta que entras a un laboratorio y descubres que los criterios para evaluar un experimento son los mismos.

La ciencia es una actividad intelectual humana marcada por la objetividad, busca explicar los fenómenos a partir de leyes de la naturaleza. Eso explica por qué personas de sociedades totalmente diferentes pueden entenderse en el entorno de la ciencia y también por qué me irrito cuando se intenta dar por científico algo que no lo es. Un resultado científico es objetivo, reproducible y potencialmente refutable. Lo que no cumple esas tres condiciones no pertenece a la ciencia. Yo no digo que determinadas ideas o propuestas sean espurias o intrínsecamente criminales, quizás pueda llamárseles tradición o cultura, pero ciencia no.

 

Los cubanos estamos tan acostumbrados a ciertas cosas que a veces no percibimos lo extraño que es, por ejemplo, que el presidente se reúna con los científicos todas las semanas. Eso no pasa en otros lugares, ni en Europa ni en América Latina donde hay jefes de gobierno que no saben lo que es la investigación científica.

Esa relación directa de la dirección del país con los científicos la sembró Fidel. Yo recuerdo una conversación alrededor del alcance de los anticuerpos monoclonales que duró cinco horas. Luego, medio en broma, contaba a los compañeros: ¿ustedes se imaginan cuántas preguntas puede hacer Fidel en cinco horas? Y esa fue otra de las observaciones de García Márquez, el Comandante es un hombre de una curiosidad insaciable, decía, y tenía razón. Le gustaba conocer y entender los procesos hasta sus más mínimos detalles.

El fenómeno de Fidel con la ciencia es muy interesante. Yo le escuché decir, y es la primera vez que lo comento a la prensa: “Si la vida no me hubiera obligado a ser político, sería científico”. Su vocación era profunda, no solo por la biotecnología, también por la ciencia agropecuaria. Recuerdo haberlo visto por televisión con André Voisin, en un acto donde primero habló el invitado y luego el Comandante para explicar las teorías del francés sobre la alimentación animal. Al terminar, el traductor se acercó a la tribuna y solicitó el micrófono: “El profesor me está pidiendo que diga que Fidel Castro es su mejor alumno, el que mejor entiende sus teorías”.

 

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El sabio francés André Voisin, quien había desarrollado con éxito su tesis sobre los pastos permanentes y pastoreos en rotación, llegó a La Habana el 3 de diciembre de 1964.

Recorrió zonas y granjas ganaderas acompañado del Comandante en Jefe Fidel Castro e impartió 8 de las 10 conferencias previstas, pues el 21 de diciembre le sorprendió la muerte a causa de una crisis cardíaca.

El Gobierno decretó el receso de las actividades laborales y profesores, estudiantes, investigadores y obreros desfilaron ante el féretro expuesto en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.

Cuba se convirtió en el lugar de descanso definitivo al cumplir la viuda el deseo de André de ser sepultado en el país donde ocurriera su fallecimiento.

Fuente: Nota de la Redacción[/column][/row][/box]

 

Cuando revisas los datos globales de la Covid-19 en el sitio Worldometers, por ejemplo, puedes verificar que en la cifra de oro –cantidad de fallecidos por millón de habitantes– Cuba tiene 12. La diferencia con el resto del mundo es muy grande, incluidos países desarrollados. (EE. UU., por ejemplo, tiene 774; España, 899; Alemania, 162; y el promedio mundial es 174)

Explicar ese resultado resulta complicado, no es posible atribuirlo a una medida, sino que responde a lo que en medicina se llama “intervenciones sanitarias complejas”, que se emplean para tratar de resolver problemas de salud combinando medidas de prevención, epidemiológicas, de ingresos, de seguimiento, de desarrollo de medicamentos… Es un paquete de intervención donde es muy difícil identificar la medida protagónica.

Para explicar ese tema uso en clase el ejemplo de la mortalidad infantil. ¿Qué la redujo? ¿La lactancia materna, hervir el agua, los partos institucionalizados, la disponibilidad de antibióticos? Fueron unas 12 medidas adoptadas luego del triunfo de la Revolución las que consiguieron disminuir la mortalidad infantil de 60 a 4, no podría identificarse una, fue el paquete.

En el caso de la Covid-19, Cuba ingresa a todos los casos positivos, incluidos los asintomáticos, otros países no lo hacen; se aíslan los contactos de los casos positivos, cosa que en otros lugares tampoco es posible. Los costos de esa estrategia son altos y en televisión vemos al presidente, al primer ministro y a los secretarios del Partido reunidos sistemáticamente para evaluar esos asuntos.

Todo el que piensa y escribe con honestidad sobre estos temas coincide en que los mecanismos de la economía de mercado en la salud son un desastre, no funcionan. Los centros de investigaciones y otras instituciones cubanas pudieron integrarse en la lucha contra la Covid-19 porque son propiedad social, eso nos ha permitido diseñar un programa que ha conseguido frenar la epidemia.

 

 

En los años 90 sucedió algo similar con el sida y también se frenó, hace unos años fuimos certificados como el primer país en cortar la transmisión materno infantil del VIH. Eso solo fue posible por la captación temprana de todas las embarazadas, porque el 99 % de los partos son institucionales, y porque en general la población cubana es sana y está bien nutrida.

Tales resultados son una consecuencia del sistema socialista pero no es solo eso. Nuestros indicadores de salud eran mejores que los de algunos países del campo socialista europeo que tenían una economía industrial más fuerte. Y es que el socialismo te da la oportunidad, pero necesitas al dirigente que la capture e implemente, ese fue Fidel, a quien se le debe, por ejemplo, un proyecto como el del médico y la enfermera de la familia.

Fidel pensaba que salud y educación no son consecuencias distales del desarrollo económico, sino prerrequisitos, ellas tienen que ir por delante. Es decir, el desarrollo económico se construye sobre la base de una población saludable y educada. Cuando los científicos sociales cruzan, por ejemplo, las estadísticas de la mortalidad infantil con el producto interno bruto, se obtiene una tendencia mundial, y Cuba queda fuera de la curva. Y si analizan los correlatos específicos de la mortalidad infantil, el dato que mejor predice su reducción es el nivel educacional de las mujeres, son elementos aparentemente ajenos entre los cuales existe una relación muy sólida.

A mediados de los 60, siendo yo estudiante de preuniversitario, fuimos a un acto en la Colina Universitaria donde Fidel habló sobre el tema de la universalización de la enseñanza. Había personas que no estaban de acuerdo con él y recuerdo que dijo: “Si a mí me preguntan para qué necesitamos tantos técnicos, quién cortará la caña si todos son técnicos, yo respondo que la cortarán los técnicos con sus manos, pero la gente tiene que acceder a la educación”. Esa fue otra de las batallas de ideas de Fidel, quien se pasó toda la vida en eso, batallando con las ideas y demostrando que era un intelectual con una ética coherente de hacer, de implementar, de no dejarlas plasmadas solo en libros.

 

 

Fidel siempre defendió la integración, pero yo creo que eso fue posible en Cuba, como el desarrollo científico mismo, porque hay socialismo. ¿Te imaginas qué sucedería si nuestro Centro tratara de competir contra el CIGB o con el Instituto Finlay? Un desastre, y eso es lo que pasa en muchos países.

En 1981 Fidel creó el Frente Biológico donde todos los meses se reunían directivos de los diferentes centros para discutir los proyectos y las posibilidades de colaboración. Eso duró hasta 1992 cuando fundó el Polo Científico, donde además participaban los institutos y las universidades. Se mantuvieron los debates y Fidel participaba en muchos de ellos. Este dispositivo se comunicaba directo con su oficina y los centros grandes estaban subordinados al Consejo de Estado hasta que en el 2012 nació BioCubaFarma, que es una Organización Superior del Dirección Empresarial (OSDE).

El proyecto de las vacunas contra la Covid-19  es un ejemplo de la integración, lidera el Instituto Finlay, pero hay componentes de nosotros, del CIGB, y del Centro de Inmunoensayo.

 

Cuando se produce una vacuna contra un virus tienes varias cosas que demostrar:1-que es segura, es decir, que no tiene efectos secundarios; 2-que levanta anticuerpos específicos; 3-que esos anticuerpos, en cultivo, matan al virus; y 4-que protege de la enfermedad. Cuando se dan las primeras tres condiciones es muy probable que también se cumpla la 4, fase que se puede acortar. Ese es uno de los diseños que permite recortar el ciclo, y también hay otros para las fases de ensayos clínicos, aunque el verdadero y definitivo efecto protector solo se conocerá meses después.

En clases uso el gráfico de la curva que vivimos en Cuba durante la epidemia de la meningitis meningocócica. Cuando empezó a ponerse la vacuna, la enfermedad disminuyó de manera brusca y sostenida. Yo me paro frente a esa lámina y la disfruto, le digo a mis alumnos que vale la pena trabajar durante 20 años, 20 horas al día, solo para ver ese resultado por cinco minutos. Eso compensa todo.

 

Debemos empezar por aclarar que el cáncer no es una enfermedad, sino más de 200, cada una distinta en sí misma y en su respuesta a los tratamientos. Es como decir infección, que va desde una meningitis hasta un acceso en una uña.

Algunos expertos consideran que actualmente existe un 40 % de tumores que se curan. Cuando yo era estudiante algunos tipos de tumores provocaban la muerte de los pacientes en 6 meses, hoy pueden sobrevivir 10-15-20 años bajo tratamiento. A ese proceso le llamamos “transición a la cronicidad” y ha ido en aumento en Cuba, al igual que la tasa de curabilidad.

La OMS estima que alrededor del 40 % de las personas por encima de los 60 años tiene alguna enfermedad crónica, el 25 % tiene dos. Es decir, que el fenómeno de las enfermedades crónicas está vinculado al envejecimiento poblacional, no se curan, se controlan. El cáncer poco a poco se está convirtiendo en una enfermedad crónica que lleva tratamiento, compatible con la vida y con la calidad de vida.

Cuando la Dra. Margaret Chan, directora general de la Organización Mundial de la Salud nos visitó manejó un concepto interesante: “El problema del cáncer no es morir de, sino vivir con”. Nosotros tenemos los datos que demuestran cómo la curva de la supervivencia al cáncer se ha ido desplazando, año por año, de manera favorable.

En Cuba existe el Programa Nacional de Cáncer dirigido por el Ministerio de Salud Pública, nosotros participamos como representantes de BioCubaFarma, y también están el Instituto de Oncología, el hospital Hermanos Amejeiras, y otros.

 

 

 

En general existen muchos prejuicios con respecto al cáncer, personas que cuando las diagnostican piensan que se van a morir, no van al médico, no se tratan correctamente, o le cogen miedo. El mito de que cáncer es equivalente a muerte hay que erradicarlo.  Es cierto que existen ciertos tipos de tumores en los que el pronóstico es muy malo, pero también hay otros en los que es muy bueno.

Hay un porcentaje de tumores, que mucha gente estima cercanos al 20 %, que están vinculados a agentes infecciosos como puede ser, por ejemplo, el virus del papiloma en el cuello del útero, o el helicobacter pylori en el estómago. Otros tumores están vinculados a la exposición prolongada a agentes químicos, como el cigarro, y también existe un porcentaje importante donde el agente inductor es igual a cero.

El cáncer implica un daño genético a nivel molecular. Cuando las células se replican, a veces introducen errores en la copia del DNA, que no son 100 % exactas, esos errores ocurren al azar, y algunos pueden ser cancerígenos. En esos casos no hay agente inductor, solo un asunto de probabilidad, que aumenta con los años pues las mutaciones se acumulan.

 

Es un tema apasionante. Mi primera decisión fue dedicarme a las Ciencias Básicas, específicamente a la Bioquímica, en lo que entonces se llamaba “internado vertical” y era el sexto año de los estudios de Medicina. En aquel momento había una convocatoria para hacer esa especialidad en el Instituto de Oncología, apliqué y me aceptaron. Allí trabajaba cuando Fidel nos visitó en 1989 a propósito de la producción de anticuerpos monoclonales.

Es verdad que las Ciencias Básicas son muy estimulantes desde el punto de vista intelectual y de la investigación, pero hay una satisfacción muy atractiva cuando estás resolviendo problemas todos los días en una consulta, o en un cuerpo de guardia. Yo hubiera sido cirujano perfectamente. De estudiante hacia guardias en el Hospital Carlos J. Finlay, y las recuerdo con placer, fueron momentos de atender a cientos de pacientes en un día, y cada uno puede ser un logro. En las ciencias básicas, en cambio, puedes dedicarle 10 años a un proyecto y no obtener ningún resultado. En este camino va y descubres un medicamento, va y no.

 

Jamás, ni siquiera ante la muerte. En ese momento lo que pienso es: tengo que estudiar más, tengo que trabajar más, tengo que hacer nuevos experimentos.

 

 

Foto: Isabel Aguilera

 

Imagínate, vine para acá cuando esto era un platanal, mi primera oficina estuvo en las facilidades temporales del Contingente VI Congreso que construyó la primera parte del Centro. Allí estuvimos un año aproximadamente. Una buena parte del equipo de científicos que trabajábamos en el laboratorio del Oncológico vinimos a construir. Luego vimos levantarse el segundo edificio y el tercero. Todo eso crea creó una relación emocional con el lugar. Los aniversarios del Centro como ese que se nos acerca siempre son momentos propicios para recordar y recapitular resultados.

Pero tengo que reconocer que aquí ningún resultado es personal y no es falsa modestia. Un científico bueno lo hay en cualquier lugar del mundo, lo que no existe en otros lugares es un sistema social de la ciencia. Aquí la noticia no son los directores, sino los 400 trabajadores de un laboratorio donde el promedio de esas es 34 años.

 

 

Aquí tengo alegrías y frustraciones todos los días. El trabajo científico está muy marcado por la inconformidad. El día que veas a uno totalmente satisfecho quítalo de la lista que ese ya no es científico, pues la ciencia es un camino infinito, siempre con preguntas nuevas, y si un resultado te tomó dos años, cuestionas si no podría haber salido en uno; o si del ensayo clínico resultó un aumento de la supervivencia en un 30 %, piensas que quizás pudo ser de 45 porciento.

La vacuna de cáncer del pulmón fue sin duda una alegría, en ella yo inyecté ratones, que es una forma en la que nos referirnos a los primeros experimentos de un proyecto, pero que en este caso es literal. Luego fui tutor de tres tesis de doctorado basadas en ella.

CIMAvax-EGF tiene el incentivo de que es original, totalmente cubana, y que ha dado buenos resultados. En uno de los actos de aniversario se invitó a un grupo de pacientes, y entre ellos había un anciano que llevaba 8 años luchando contra un cáncer de pulmón. Dijo: “Miren, muchachos, yo bajé con Camilo de la Sierra. Fui combatiente en África. Esto del cáncer es mi tercera guerra, y la estoy ganando”. Aquellas palabras nos llegaron hondo a todos los investigadores.

Un día, al concluir una reunión de negociación en Indonesia, la directora del hospital de cáncer de Jakarta que había servido de sede nos invitó a recorrer la instalación, al llegar al Departamento de Radioterapia, me señala a una muchacha, muy joven, acompañada de sus padres. “Se está poniendo el monoclonal de ustedes”, me dice. Aquello me impactó, conversar con una persona que al otro lado del mundo nos agradecía la ayuda que le estábamos brindando en su lucha contra un tumo, pero eso no te puede acomodar, al contrario, te tiene que estimular a entregar más.

 

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Dr. Agustín Lage Dávila, director fundador del Centro de Inmunología Molecular, Miembro de la Academia de Ciencias de Cuba

Fecha de Nacimiento: 22/03/1949

Doctor en Medicina, Universidad de la Habana (1972). Especialista de 2º Grado en Bioquímica (CNIC, 1985). Realizó estudios de postgrado en Bioquímica en el Instituto Pasteur de ParÍs (1976-1978).

Alcanzó el grado científico de Doctor en Ciencias Médicas (1979) con una tesis sobre las alteraciones de la membrana plasmática en células neoplásicas. También ostenta las categorías científica y docente de Investigador Titular, Profesor Adjunto (Instituto Superior de Ciencias Médicas, U.H.), Profesor Titular de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de La Habana, Académico de Mérito de la Academia de Ciencias de Cuba.

Campos de trabajo científico:

Trayectoria profesional:

Algunas órdenes y condecoraciones:

 

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