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No hay tiempo para el cansancio Fidel, allá vamos

No se puede hablar de Fidel sin pensar en los jóvenes, sin verlo diariamente en cada uno, en todos los que batallan, construyen, se levantan todos los días con el optimismo perenne de los revolucionarios, los que transforman, renuevan, se entregan, tropiezan, pero no creen en obstáculos, y convierten en sonrisas las más disímiles vicisitudes, porque defienden lo que creen y aman.

 

 

En los jóvenes —si alguien lo sabía bien era él— está el peso de la historia, de los grandes cambios, de las propuestas más atrevidas; y sobre ellos ha recaído el sagrado deber de defender a las mayorías, de abogar por un mundo mejor, de soñar y hacer que eso sea posible.

“A los revolucionarios más jóvenes, especialmente, recomiendo exigencia máxima y disciplina férrea, sin ambición de poder, autosuficiencia, ni vanaglorias. Cuidarse de métodos y mecanismos burocráticos. No caer en simples consignas. Ver en los procedimientos burocráticos el peor obstáculo. Usar la ciencia y la computación sin caer en lenguaje tecnicista e ininteligible de élites especializadas. Sed de saber, constancia, ejercicios físicos y también mentales”, les señaló el joven eterno de Cuba, nuestro Fidel, en aquel Regalo de Reyes convertido en alerta, mensaje profundo y esclarecedor.

Y precisó: “En la nueva era que vivimos, el capitalismo no sirve ni como instrumento. Es como un árbol con raíces podridas del que sólo brotan las peores formas de individualismo, corrupción y desigualdad. Tampoco debe regalarse nada a los que pueden producir y no producen o producen poco. Prémiese el mérito de los que trabajan con sus manos o su inteligencia”.

Nos dijo también que había que cuidarnos de quienes siembran egoísmos y privilegios, que había que ser dialécticos y creadores, y que mientras no se tomara conciencia de las realidades que nos acechan, ningún esfuerzo podría “ʽimpedir a tiempoʼ, como diría Martí, que el imperio al que vio surgir por haber vivido en sus entrañas, destroce los destinos de la humanidad”.

Corresponde a los jóvenes seguir andando con esta humanidad, y con todo lo que de sentimiento y acción colectiva implica esa palabra. Y para ello habrá que remover cielo y tierra, habrá que hacer lo que sea necesario hacer, habrá que entregarse en cuerpo y alma a la lucha por el bienestar común, tendremos que abrazarnos como uno solo para salvar nuestra especie y seguir siendo los abanderados.

No faltaran los falsos cantos de sirena, los que intenten comprarnos, los que humillen lo mejor de nuestros símbolos y de nuestra historia, nuestra herencia rebelde por esencia propia; tampoco los pesimistas, los que no crean en el valor de las ideas o en la sangre derramada, o en el grito de quien clama por justicia e igualdad en cualquier parte del mundo. Pero el esfuerzo de cada cual y el saber estar siempre del lado del deber, allí donde más se necesite, nos devolverá las fuerzas para enfrentar cualquier adversidad y seguir adelante.

Algo sí está claro: habrá siempre que volver a él, reencontrarlo y reencontrarnos todos, beber de su sabiduría y de su visión de futuro, escucharlo, dejar las puertas abiertas para que nos acompañe, nos guíe, nos llame la atención y nos alerte siempre. Los jóvenes de Cuba y del mundo tendremos siempre ―necesariamente― que preguntarnos ante cada cosa que pensaría o haría Fidel, y erigirnos como lo haría hacia la Patria Grande que es la humanidad toda, unidos, esperanzados, cumpliendo nuestro pedacito del deber sin importar donde estemos o adonde vayamos.

No hay tiempo para el cansancio, Fidel, allá vamos.

 

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