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Las palabras y las cosas cambian en El hombre con la guitarra azul

Filosofía y poesía, su vecindad en el lenguaje que “ordena las cosas”, y coloca textos “de naturaleza diferente” en este espacio común: El hombre con la guitarra azul, 1937 (poema de Wallace Stevens, escritor estadounidense) y Las palabras y las cosas, 1966 (ensayo filosófico de Michel Foucault, escritor francés).

 

 

“El hombre se inclinó sobre su guitarra,/ un artesano más. El día era verde. // Le dijeron: “Tienes una guitarra azul;/ pero no tocas las cosas como son”. Así comienza el poema que da nombre al cuaderno de Stevens; versos de apertura a la duda, ¿las cosas son/pudieran ser como una melodía de guitarra, azul, de otro color? ¿Interpretadas por quién?

Wallace Stevens, escritor estadounidense

“El hombre respondió: “Las cosas como son/ cambian en la guitarra azul”. // Entonces le dijeron: “Pero tócanos una melodía/ que nos sea ajena, y sea nosotros mismos, // una melodía en la guitarra azul/ de las cosas exactamente como son”. La guitarra cual espejo, en la imagen eres ajeno y tú mismo: reconocernos en ese extrañamiento.

En Las palabras y las cosas Foucault usa también el juego de espejo —somos objeto reflejado y sujeto que percibe, un punto ciego entre ambos—, y a partir de esta figura estructura un viaje… el del saber, una arqueología de lo humano…

En el prefacio del ensayo comparte sus motivos, recurre a un texto de Borges en el que se cita cierta enciclopedia china que establece un “no-normal” criterio de clasificación: “(…) ʽlos animales se dividen en a] pertenecientes al Emperador, b] embalsamados, c] amaestrados, d] lechones, e] sirenas, f] fabulosos, g] perros sueltos, h] incluidos en esta clasificación, i] que se agitan como locos, j] innumerables, k] dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l] etcétera, m] que acaban de romper el jarrón, n] que de lejos parecen moscasʼ”.

La primera reacción ante la propuesta es sonreír (quizás nos parezca simpática por “arbitraria”), mas casi inmediatamente una emoción rara, que nos detiene frente a esa posibilidad de un orden, otro, (nuestros condicionamientos y límites para asumirlo, de ahí lo gracioso, y quizás el miedo…). Un sistema que tiene (o así pudiéramos juzgarlo) de irracional, loco, ficticio…

Algo no encaja en la estructura de tal realidad, y el asombro ―recelo― emerge justamente del quiebre (de nuestros esquemas) entre Las palabras y las cosas; pues como pasa con El hombre con la guitarra azul hay una expectativa, exigimos similitud, como si al decir rosa, o cielo, ya dijésemos una verdad natural irrefutable.

 

“El sol es el que rige nuestras obras./ La luna no las rige. Es un mar. // ¿Cuándo, entonces, podré decir del sol:/ Es un mar; nada rige;”. ¿Acaso hay una verdad natural en el signo? ¿Hay una verdad?

Pedirle a un verso ―melodía, cuadro― un “violín real”, apresar la cosa en el texto; movernos en esa “realidad” como si nos moviéramos en la vida misma.

La arqueología de Foucault muestra el tránsito de la pérdida irrecuperable de tal ingenuidad, “ (…) cómo un signo puede estar ligado a lo que significa. (…) Se ha deshecho la profunda pertenencia del lenguaje y del mundo. (…). Las cosas y las palabras van a separarse. El ojo será destinado a ver y solo a ver; la oreja solo a oír. El discurso tendrá desde luego como tarea el decir lo que es, pero no será más que lo que dice”.

 

Escritor francés Michel Foucault

 

Foucault en Las palabras… ilustra con la figura del Quijote ese errar en la maravillosa aventura de saber(nos), andar en un mundo simbólico que puede tensarnos si intentamos ver, significar gigantes en molinos de viento… Las palabras no son las cosas, ni siquiera las representan… Las palabras hablan de otras palabras.

“Don Quijote debe ser fiel a este libro en el que, de hecho, se ha convertido; (…) debe añadir los detalles omitidos, debe mantener su verdad. (…). Él, que, a fuerza de leer libros, se había convertido en un signo errante en un mundo que no lo reconoce, se ha convertido ahora, a pesar de sí mismo y sin saberlo, en un libro que detenta su verdad, recoge exactamente todo lo que él ha hecho, dicho, visto y pensado, y permite, en última instancia, que se le reconozca en la medida en que se asemeja a todos estos signos que ha dejado tras sí como un surco imborrable”. (Las palabras y las cosas).

Sentirnos cual Quijotes, no dar las cosas por sentadas, a fin de cuentas, si “ordenamos las cosas” a través del lenguaje, lo hacemos desde un orden que nos ha sido dado (no fue elegido), y que nos ordena a nosotros mismos, cual mito de Sísifo, algo de absurdo contiene ese destino circular, algo de fatídico…, de salvífico en cierto modo, siempre la paradoja.

“¿Qué hay en la vida excepto las propias ideas,/ buen aire, buen amigo, qué hay en la vida? // ¿Son ideas lo que creo?/ Buen aire, mi único amigo, cree, // Creer sería un hermano lleno/ de amor, creer sería un amigo, // más amigo que mi único amigo,/ buen aire. Pobre, pobre guitarra pálida…”.

¿Qué es ser hombre o mujer o el signo que se haya creado para nombrarnos (¡a todos y a cada uno en sus particularidades!)? ¿Qué significa ser exitoso, o feliz, frustrado o derrotado (para quién y según qué sitio, cuál época)? ¿Quién representa y quién lee esa representación?

Tanteamos cuadrados, círculos, avenidas, objetos, de los que vemos la intención: es importante que un parque tenga árboles, bancos, flores, fuentes (podría prescindir de alguno de estos elementos, no de todos), sino de qué otro modo lo reconoceríamos, o acaso ¿podríamos ver un parque en una escuela?

“Echa fuera las luces, las definiciones,/ y habla de lo que ves en lo oscuro // Esto es esto o aquello es aquello,/ pero no uses los nombres corrompidos”. Despertar con algo de mariposa o dragón puede no ser “normal”; pero es humanamente “lógico”, una normalidad diversa, la del imaginar, escapar…; la lógica de lo irracional. “¿Cómo caminarás en este espacio y no sabrás nada de la demencia del espacio, // nada de sus jocosas creaciones?” (El hombre con la guitarra azul).

Una estructura sin necesidad de cruces y altares en una iglesia; ni panópticos o celdas en una cárcel; ni camisas de fuerza o manicomios para el loco. “Nada debe interponerse/ entre tú y las formas que escoges, cuando/ la corteza de la forma ha sido destruida. // ¿Tal como tú eres? Eres tú mismo./ La azul guitarra te sorprende”.

Poesía y filosofía se confunden ―permiten desencajar los muebles de la sala, los árboles del parque, los alumnos del aula; cierta arqueología para llegar a lo “que somos”, para dibujar en un papel los márgenes de lo que “nos constituye”.  ¿acaso lo que somos está en lo que nos define?

Ser una melodía azul, de cualquier color, una verdad más en el cambiante texto.

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