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Out 27: Marlon, el pelotero de las piscinas

Hubo un tiempo en que echar pitenes por las tardes, eran las tardes, después de que menguara un poco el sol. Buscar el siempre llorado esparadrapo, o si este se iba con la de trapo, a su primo el escortey, piedras, cajas de fósforos, pomos de bactibec, constituían la materia prima para hacer funcionar la veloz y eficiente fábrica de peloticas.

Luego los palos (gajos de árboles, ramas duras) devenidos en nuestros bates artesanales moldeados por el machete mocho, que no mocha, de Alain, o por el fuerte impacto contra el suelo cuando no disponíamos de mejores instrumentos que los propios brazos. Después se buscaban los guantes, y los zapatos. Lo principal: pelotas duras que avanzaran moderadamente junto a bates redondeados y largos que pensábamos “Bombers” o “Graffitos”.

Marlon Vega Travieso, novato de Mayabeque. Foto: Fabio M. Quintero Pérez

De estadio, el complejo recreativo La musicanga se tornaba en el complejo deportivo “Latinomusicanga”, con sus tres terrenos. El principal, un placer, el parqueo del local, que si bien carecía de grama y abundaba en piedras tenía buenas dimensiones y las cercas delimitadas aunque no acolchonadas.

El segundo era el del caney dentro de la instalación. Por bases poseíamos los bancos y sombrillas de cemento construidos alrededor de los árboles. El límite de jonrón era la cocina o a veces la pipa seca de cerveza o de cerveza seca siempre vigilante de los largos batazos. La vegetación tampoco se perdía nuestro principal divertimento (nacional) local y en ocasiones  fungía de primera base y otras de jardinero (valga la contradicción) del equipo a la defensa.

Y estaba entonces el tercer terreno, las piscinas, las antológicas piscinas vacías de La musicanga. La mayor, con sus 25 metros de largo y buena profundidad se erigía como nuestra catedral de la pelotica. Hubo un tiempo en que ese nos parecía el mejor de los estadios, el Estadio, nuestro cubo de agua del béisbol (aunque es un ortoedro), nuestro terreno azul cielo con sus brochazos de verde moho y el hueco justo en el medio: la segunda base.

Jugamos desde todas sus aristas a lo largo de los años; incluso del muro de largo hasta el otro. Sacar la pelota de la piscina solo marcaba como doblete, el significado de vuelacercas lo poníamos bien en práctica ahí: había que volar las cercas alrededor de los contornos de la piscina para que contara el batazo de cuatro bases.

En ese tiempo en el barrio confluían muchachos de varias edades. Estaban los viejos: Wilfredo, Yasmany el gordo, Lázaro; los cuatro años mayores que yo: Roberto Carlos, Yoanito, Ramón, Alejandro, Alejandro el negro, el alma del juego. Entusiasta y líder de bateo y jonrones de cuanto campeonato se hiciera. También estaban Yandri, el temba, Alain el cojo, Quiqui, y todos los demás que me faltan, todos los demás que eran mayores que yo.

Desde los ocho años jugaba los campeonatos, los juegos que se hicieran cada tarde, con mi pequeño guante zurdo, el segundo que tuve y que lo estrené ahí, no en el terreno de césped y arcilla. Gracias a la paciencia de mis vecinos, amigos, compañeros de juego, fui mejorando y la edad importaba menos cada vez más. R

ecuerdo el primer jonrón que di en el placer. Fue por el center, no me lo creía. La felicidad se tocaba haciendo swing de línea con un palo en la mano y viajaba en una pelota de esparadrapo. Nunca volví a saltar así en mi vida y ya voy por 21 años. Pero me duró poco lo de ser el menor de los peloteros de manigua.

Un día fue a jugar un negrito calvo, flaco, alto para su edad. Era Marlito, el primo de Alejandro. Si yo estaba chiquito, Marlon era un bebé en aquella época, tres años menor que yo. Entre sus cinco y seis comenzó a jugar con nosotros, y yo le pasaba el batón de sentirse el menor. Entre tanta gente resultaba complicado. Jugar con Marlon resultaba complicado. Uno de esos clásicos niños que protestan por casi todo en medio de ese ambiente hostil.

La paciencia del primo no bastaba para contener las perretas de Marlon, que a veces lloraba por gusto y otras lo hacíamos llorar. Se alteraba cuando no bateaba, pero si le recriminaban le echaba las culpas al pitcher contrario porque “se ponía a decirme cosas”. Imposible para las mayores escapar a esa malicia sana de la edad. Nos burlábamos de sus broncas con el primo, de cuando empezaba a gritar: “Abuela, abuela, abuela” (su abuela Acela vivía en la esquina), de cuando se quería fajar con otro muchacho o simplemente se iba para no jugar más.

Así entre nuestras risas, sus berrinches y la paciencia de su primo Alejandro el negro, Marlon fue mejorando y adaptándose a la pelota de La musicanga. Tenía la tradición de peloteros de su tío y su primo y las condiciones se asomaban por encima de sus gritos y comportamientos. Tiraba duro con lo chiquito que estaba, guapeaba al bate. En ese tránsito crecimos entre los dos terrenos, el de la pelota y el del barrio, y Marlon con sus altos y bajos en las distintas categorías fue mostrando la madera que le habíamos visto de pequeño. Por su velocidad y tamaño desde el sub. 15 lo colocaron de pitcher únicamente.

Este domingo 13 de septiembre, Marlito Vega, Marlon (hace rato nos pasó en tamaño) hizo su debut con Mayabeque en Series Nacionales. Este domingo volvió a jugar siendo el menor entre todos sus compañeros y rivales. Y volvía a ser difícil. Salió a lanzarle a los hermanos Alarcón y a Viñales con 18 años recién cumplidos. Pero después de que ponchara a Yosvany y Yordany y retirara a Rafael en fly al right field, pensé que Marlon se imaginó encaramado en la lomita de las piscinas, con una pelota de esparadrapo, un guante más similar a una pizzeta que a un guante, sin zapatos, su primo Alejandro gritándole que tirara duro y los demás muchachos del barrio por rivales.

Alguna vez todos tuvimos sueños de ser peloteros y unos más que otros dilatamos las esperanzas hasta darnos por vencidos, pues por condiciones la mayor era nuestro amor y fanatismo por el béisbol. Entonces, hoy Marlon, más de 10 años después, se burla bajito, una linda venganza del tiempo, y a nosotros solo nos queda aplaudirlo, sonreír, e invitarlo, cuando tenga un chance, a volver una tarde, que ya no es ninguna tarde, a las piscinas de La musicanga, que de seguro la historia no será como la recuerdo aquí, como la recordamos.

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