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Otra pandemia

Me pregunto cómo un país —Cuba— se enfrenta seguro de su victoria contra una pandemia provocada por un nuevo y brutal coronavirus, ofrece educación gratuita y de ex­celencia a toda su población, exhibe niveles de salud prácticamente ini­maginables en el mundo, pero a su vez no puede desterrar las maldades, corrupciones, inmoralidades y deli­tos como los que a diario, y a la vista de todos, laceran el sentimiento de sus pobladores.

Hablo —entre otros— de mu­chísimos vendedores ambulantes de productos agrícolas y de otro tipo, de merolicos que revenden los más disí­miles artículos, de expendedores de refresco dispensado, caro y aguado; de bodegueros que abren y cierran sus comercios a la hora que se les ocurre, de gentes que a todo quieren sacar alguna lasca y de muchísimos más que hoy, en medio de tristes circunstancias, ensanchan indigna­mente sus bolsillos sin que aparen­temente se les ponga frenos.

El tema es archiconocido, de vie­ja data y, precisamente, ahí radica el quid del asunto, el mayor peligro, pues es un fenómeno que poco a poco corroe hasta la autoestima personal y muchos se adaptan a vivir con tal pandemia, a creer que no hay otra solución. Me resisto a ello y asumo que no hemos sabido, o no hemos po­dido hallarla.

Quienes más los sufren son las amas de casa, incluso las que de muy diversa forma libran la batalla con­tra la COVID-19, pero a la par “in­ventan” para lograr el mejor boca­do para hijos y familia. La misma que se enfrenta con cara de pocos amigos —aunque tenga muchos— a quien le vende una pequeña cabeza de ajo a cinco pesos, un limón a igual precio, y un aguacate a 15, sin contar los 25 de la frutabomba, los frijoles, en fin… ¿No hay otra opción?

La mayoría de las fechorías que a diario son publicadas por nuestra te­levisión, han sido vox pópuli por mu­chísimos años. No me sorprenden, ya las conocía. Aunque clamo por cono­cerles la cara y saber la sanción que le impusieron a cada bandido, como una manera de hacer aún más creíble la batalla que contra ellos se libra, la misma que hay que multiplicar frente a innumerables bandoleros que me­dran por nuestras calles.

No es solo asunto de precios. Es también vergüenza, honor, es en­trarle al asunto “con la manga al codo”, de reconocer que, de manera general, el sistema de inspección es un fracaso, de saber que la no solu­ción de esas aparentes pequeñas co­sas también agrieta algo tan impor­tante como es la seguridad nacional.

Son tantos los tentáculos de esta no tan nueva pandemia que por mo­mentos no sé cuál es la peor, si la causante de la COVID-19 o la que a diario me daña, poco a poquito: “¡Vaya, lo tuyo aquí, a 35 la cebo­lla!”.

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