Icono del sitio Trabajadores

RETRATOS: Maestra de la vida

Sentada en el sofá, con su turbante y porte, parece una reina africana.  A sus 87 años, la vista le falla un poco, y también las piernas, por eso se apoya en su bastón, para evitar cualquier caída. Pero Irma Luaces Wilson se siente aún fuerte, con una memoria prodigiosa, que le permite repasar geografía e historia a sus biznietos.

Irma Luaces Wilson, de 87 años, aún se siente fuerte. Foto: Agustín Borrego Torres.

“Esas asignaturas se complementan. Usted habla de un lugar de la geografía cubana, y a la vez puede rememorar un hecho histórico. Casi todos los sitios recogen hermosas leyendas, lugares donde hubo combates o cayeron mártires; desde los mambises, la clandestinidad, el Ejército Rebelde, la Lucha Contra Bandidos, Playa Girón o las misiones internacionalistas en Angola y Etiopía, por solo poner esos ejemplos”, dice la Licenciada en Geografía.

Nació en la ciudad de Camagüey, el 6 de noviembre de 1933 y escuchó de boca de sus padres los sufrimientos vividos por el pueblo durante el gobierno de Gerardo Machado. En busca de mejoras, la familia viene para La Habana.

Calla por unos segundos. Las palabras le brotan fuertes. “Padecí la discriminación racial, aunque, a decir verdad, aquí no solo maltrataban al negro, también lo hacían con los blancos pobres. Mi difunto padre era masajista del Casino Español, situado en Prado y Ánimas. Papá no podía entrar por la puerta principal, tenía que hacerlo por la parte de atrás, porque de lo contrario, podía perder el trabajo”.

Muestra sus manos. Tuvo que trabajar para ayudar a la familia. “Limpiaba en una casa donde me daban desayuno y almuerzo, y me pagaban 10 pesos al mes para ayudar a pagar el alquiler de la casa donde vivíamos. Por la noche matriculé en el Instituto de La Habana porque quería superarme y convertirme en maestra.

Seguidora de Eduardo Chibás, fue de los estudiantes que llegó hasta la clínica donde fue ingresado el dirigente ortodoxo hasta su muerte. “Allí oramos por él, fuimos al sepelio, que se convirtió en una gran demostración de dolor del pueblo.

“También estuve en la Marcha de las Antorchas, el 28 de enero de 1953 porque seguía el pensamiento de José Martí y estaba, como muchos estudiantes contra el tirano Fulgencio Batista”, recuerda.

Fueron tiempos difíciles. “A veces solo comía por la noche. Algunos muchachos iban con una jaba al mercado de Cuatro Caminos y esperaban a entrar cuando iba a cerrar para recoger las viandas que habían caído al piso: pedazos de plátano o algunos boniatos. Esas viandas eran la comida de la noche. Hoy, algunas personas mayores te dicen que con 10 centavos se podían comprar cosas. Eso es verdad, pero para ganar esos centavos se pasaba tremendo trabajo; de hecho, aquí la mayoría estaba desempleada.

“Ahora veo a muchachos que no cuidan los libros entregados en la escuela. Y digo, ¡no saben lo que hacen!, no es culpa de ellos, los padres son los responsables, pues no los enseñan. Lo único que tienen que hacer es forrarlos, porque en el aula se lo dan todo. Me acuerdo que un grupo de muchachos que nos reuníamos para estudiar en la biblioteca de la Sociedad Amigos del País, buscábamos pedazos de papel en las bodegas para hacer las anotaciones”, expresa.

Irma Luaces Wilson, de 87 años, aún se siente fuerte. Foto: Agustín Borrego Torres.

Con amor, habla del Comandante Fidel Castro. “Porque a los pobres le cambió la existencia. ¡Nos hizo ver tantas cosas! Y lo increíble: él era un hombre que no tenía necesidad ninguna, su familia estaba en muy buena posición y defendió la causa de los pobres y oprimidos”.

Al triunfo de la Revolución, alfabetizó en plena Sierra Maestra y ahí conoció la miseria de los serranos: dormía en una hamaca, se bañaba en los ríos y se alumbraban con el farol. Se convirtió en maestra para siempre. A su regreso daría clases a las domésticas del municipio del Cerro, que se prepararon para trabajar en los bancos,

Tuvo la suerte de ver de cerca al Comandante Ernesto Che Guevara mientras se construía el reparto Cepero Bonilla, en el reparto Martí. “A alguien se le ocurrió llevar café y una merienda para el Che. Y él preguntó que si ya les habían dado a los demás compañeros que estaban trabajando. Cuando le respondieron que no, les dijo que cuando todos merendaran, lo hacía él. Eso fue una lección para. “, apuntó.

Madre, abuela, bisabuela, hoy es una mujer feliz. Ante la COVID-19, afirma que no ha sentido miedo. “Tengo confianza en el sistema de Salud cubano, en la seguridad de que tendremos nuestra vacuna y he seguido todas las orientaciones que han dado para prevenir la pandemia. No salgo a la calle, estoy tranquila en la casa. Mis hijos y nietos me lo traen todo.

“Veo la televisión, le explico a los muchachos cosas que ellos me preguntan sobre las teleclases que se imparten, y así se me pasa el tiempo. Para cuando volvamos a la normalidad, tengo muchos planes, dentro de éstos: quiero que mis hijos me lleven a ver el Capitolio, dicen que está bello después que lo remozaron. Y según mis creencias, iré al Santuario de San Lázaro en el Rincón, y a la iglesia de la Santísima Virgen de las Mercedes”, dice esta mujer de fe y de una fidelidad absoluta a su Revolución.

 

Compartir...
Salir de la versión móvil