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David le responde a Goliat

La Primera Declaración de La Habana aprobada por el pueblo el 2 de septiembre de 1960 dio a conocer al imperio y al mundo que Cuba no se doblegaría ante las presiones enemigas, que condenaba la explotación de sus hermanos del continente y apoyaba sus derechos y sus luchas por la liberación nacional y la emancipación social.

 

 

«(…) todo régimen comunista establecido en cualquiera de las repúblicas americanas constituye una intervención extranjera en América”. Fueron palabras del entonces Secretario de Estado de Estados Unidos en la Séptima Reunión de Consulta de Cancilleres de la Organización de Estados Americanos (OEA) que tuvo lugar en Costa Rica a fines de agosto de 1960.

El político estadounidense recalcó: “un régimen semejante se convertirá, automáticamente, por su propia naturaleza, en una base de operaciones para la propagación de las ideas comunistas, de infiltración, subversión e interferencia en los asuntos internos de toda América Latina”.

El régimen comunista a que se refería era el de Cuba, que para aquella fecha ni siquiera había proclamado su carácter socialista, pero el imperio no podía tolerar que aceptara vincularse a la Unión Soviética y a China.

Ya desde marzo de ese año el presidente estadounidense Eisenhower había aprobado el Programa de acción encubierta contra el régimen de Castro, y expresado que le gustaría sentar las bases con la OEA para oponer los países de América Latina contra Cuba, y al final exclamó: «Se trata en esencia que la OEA nos ayude».

Aislar a la Patria de Martí, echar abajo la obra de independencia y justicia social que se había establecido a partir del primero de enero de 1959 en la Mayor de las Antillas, era el propósito de la Casa Blanca que desde el primer momento acudió a todo tipo de acciones agresivas para hacer fracasar el proceso de cambios que se llevaba a cabo en la Mayor de las Antillas, con el fin de dominarla nuevamente.

En el cónclave se había escuchado la voz dignísima del Ministro de Relaciones Exteriores cubano quien expresó: “Digámoslo ya sin ambages. El Gobierno Revolucionario de Cuba no ha venido a San José de Costa Rica como reo, sino como fiscal. Está aquí para lanzar de viva voz, sin remilgos ni miedos, su yo acuso implacable contra la más rica, poderosa y agresiva potencia capitalista del mundo.” Contra esas agresiones la OEA había permanecido indiferente y por el contrario, sus cancilleres se confabularon con el imperio para aprobar la Declaración de San José enfilada contra nuestro país. Así, la OEA ayudó a cumplir los deseos del Presidente yanqui.

Al retirarse de la reunión el Ministerio de Relaciones Exteriores cubano sentenció: «Los gobiernos latinoamericanos han dejado a Cuba sola. Me voy con mi pueblo, y con mi pueblo se van también de aquí los pueblos de nuestra América».

No demoró la respuesta de Cuba a aquella vergonzosa maquinación, y la dio el pueblo, representado en más de un millón de cubanos que reunidos en Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, repletaron la Plaza de la Revolución José Martí el 2 de septiembre de 1960 donde aprobaron la Primera Declaración de La Habana.

Han transcurrido seis décadas y puede afirmarse que en aquel histórico documento se plasmó la política exterior de la Revolución cubana que en esencia se ha mantenido hasta nuestros días.

Además de repudiar la Declaración de San José, condenó la intervención militar que Estados Unidos había realizado contra los pueblos de la región a lo largo de más de un siglo; rechazó el intento de preservar la Doctrina Monroe que en la actualidad sigue siendo esgrimida por el gobierno estadounidense; ratificó su política de amistad con todo el mundo y no con una parte de él; y su decisión de establecer relaciones con las naciones socialistas y de recibir el apoyo solidario de la Unión Soviética si se produjera una invasión de Estados Unidos a Cuba.

La Declaración condenó la explotación del hombre por el hombre, y la explotación de los países subdesarrollados por el capital financiero imperialista; proclamó los derechos de los campesinos y obreros a la tierra y al fruto de su trabajo,de los pueblos a la educación, a la asistencia médica y hospitalaria, de los estudiantes a la enseñanza libre, experimental y científica; a una vida digna para los indios, los negros, las mujeres, los ancianos, a la creación de los intelectuales y artistas y los científicos, al rescate de las riquezas naturales por las naciones latinoamericanas, , a la lucha por su plena soberanía.

Defendió la solidaridad con todos los pueblos oprimidos, colonizados, explotados y agredidos; y la decisión de Cuba de trabajar por una América Latina unida y vencedora, libre de las ataduras que convierten sus economías en riqueza enajenada al imperialismo norteamericano.

La voz vibrante de nuestro archipiélago se alzó para expresar que Cuba no fallaría, y ratificar ante Latinoamérica y el mundo, como un compromiso histórico su lema irrenunciable de Patria o Muerte.

Por primera vez en la historia una nación pequeña que recién se había librado de las cadenas del imperialismo se irguió ante el enemigo con estatura de gigante, y así se ha mantenido desde entonces, como un invencible David que ha sabido seguir adelante frente a todas las maniobras de Goliat.

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