Lo más lindo que tiene mi ciudad es que se pega en el alma como una bendición. Una vez avistada, quedará allí: en la mirada, en los pensamientos, hasta en el cuerpo y en el corazón.
Sancti Spíritus es de esas ciudades que conservan la mágica sensación de lo nuevo y lo viejo, lo que se restaura y lo que se construye, lo que está detenido -para bien de sus habitantes- y lo que avanza.
Una ciudad que canta, que baila, que susurra, y se desarrolla al compás de los siglos.
Quienes la hemos vivido por más de medio siglo, podemos aquilatar cómo se desempolva en cada aniversario de su fundación y se ramifica en su constante devenir.
A Sancti Spíritus, en este tiempo, le han nacido hospitales, escuelas, edificios multifamiliares, industrias, organopónicos, grandes avenidas, centros telefónicos, hoteles, repartos, instalaciones recreativas, un periódico y hasta un centro de televisión. Poco o mucho, depende de la mirada.
De manera que la fiesta por los 506 años de la fundación de la cuarta villa cubana, será inusual, desacostumbrada. Los espirituanos somos bulliciosos, alegres, contagiosos, enérgicos, musicalísimos, pero todas las actividades, hasta las galas (online), se harán a distancia, porque los avances frente a la Covid-19 no se truncan, se ratifican.
Y hay muchas razones para agasajar a la villa del Espíritu Santo. La primera es su cumpleaños, se le suman todas las que usted quiera; la mía es llevarla en el alma como una bendición.
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