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La fuerza vital del “Amalia”

Los primeros casos de Camagüey y Ciego de Ávila fueron a dar allí, al Hospital Clínico Quirúrgico Amalia Simoni, ubicado en la llanura agramontina. Todos sus trabajadores habían dado su disposición, algunos, por cosas de la vida, no podían prestar servicios aunque quisieran. Estudiaban, preguntaban, buscaban en Internet, sabían que asumirían casos positivos al nuevo coronavirus y sospechosos de esta enfermedad.

 

Liberaron la totalidad de los servicios médicos que brindan para habilitar más de 300 camas; el cuerpo de guardia se reunificó y se clasifica a quienes llegan con manifestaciones de infecciones respiratorias agudas y las urgencias se trasladan para el Hospital Universitario Manuel Ascunce Domenech.

Pero esto es algo nuevo. Según el doctor Eduardo Rivero Peláez, director del hospital, a pesar de tener experiencia en el tratamiento de enfermedades epidemiológicas, “asumir este reto implicó estudiar, preguntar y entregarse.

“Todos nuestros recursos humanos dieron su disposición para estar aquí y salvar vidas. También han venido médicos y especialistas de otros centros médicos a apoyarnos en el tratamiento con niños y embarazadas, pero el éxito de este empeño solo es posible gracias a quienes están ahí en los trabajos vitales, en la cocina, en la lavandería, en la limpieza, manejando, transportando muestras”; con miedo, pero ahí.

Para el director del centro médico, Eduardo Rivero Peláez, los trabajadores de los servicios, las auxiliares generales, los choferes, todo ese personal ha sido vital en el cumplimiento de esta tarea. (Foto: Yahily Hernández Porto)

Así piensa Norelvis Reyes, pantrista del centro médico, quien teme contagiarse, pero no dejaría nunca de trabajar. Ella junto a Esperanza Rodríguez son las encargadas de llevar el alimento diariamente a los pacientes de la zona roja. Pero eso no es lo complejo, dicen.

“Lo más duro es fregar. Primero se deja la bandeja con las sobras durante 30 minutos en cloro puro para matar el virus; luego comenzamos a fregar con cloro, agua y detergente, y le sigue el enjuague con más cloro y agua caliente. Todo se hace con mucha paciencia para que no salpique el agua y cuidarnos”, aseguró Reyes.

Otra de las valientes es Yumilaydi Espinosa Hinojosa, joven que lleva unos seis años en el hospital como auxiliar de limpieza de la sala de terapia intensiva. Esa es el área más restringida, la zona a la que pocos entran.

Desde que empezó todo no ha podido dormir igual, extraña los besos y abrazos de sus pequeños Melisa y Daniel, y la limpieza, que ahora es más fuerte, la cansa más. “A veces en un mismo lugar se limpia hasta tres veces y si alguien vomita es cuando todo se complejiza y se extreman las medidas de seguridad”, explica.

Pero se siente útil. Es ella la que a veces, cuando más nadie puede o está, es quien levanta el ánimo de los enfermos: “yo les digo que pueden estar tranquilos, que de aquí todos salen”. Y sonríe, con los ojos, porque es, como muchos, una especie de heroína también.

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