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Roque Dalton: 85 años (+ Poemas)

Según Julio Cortazar, hablar con Roque Dalton era como vivir más intensamente, como vivir por dos.

Ernesto Cardenal lo evocaba: “No sé por qué siempre te recuerdo riendo, Roque Dalton”. Y Elena Poniatowska también lo recuerda así: “Roquito hacía reír hasta a las piedras”.

Hace 85 años nació este escritor, periodista y activista salvadoreño, un ser humano cuya poesía y vida personal, al decir de Claribel Alegría, eran una sola cosa.

Tantos, tantísimos escritores, artistas, intelectuales han dejado testimonio, anécdotas, vivencias sobre Roque, tanto fue su influjo sobre sus contemporáneos, que pareciera que el poeta se multiplicaba.

Simpático e irreverente, heterogéneo en sus referencias, comprometido con el destino de su país y su continente, se prodigaba en sus versos y en sus acciones. Su poesía revolucionaria nunca fue panfleto: era impulso raigal, reivindicación, sueño colectivo.

Poeta meritísimo de El Salvador, asumió a Cuba como su segunda patria. Aquí, según su testimonio, se forjó como escritor.

La Casa de las Américas fue su casa. Y Radio Habana Cuba. Y la Uneac. En todos lados dejó huella, dejó afectos.

No podía ser de otra manera, Roque Dalton regresó a su país, regresó a luchar. Murió ejecutado, a unos días de cumplir 40 años, víctima del quiebre del movimiento guerrillero.

Dejó desolados a sus amigos, a sus lectores.

Tres poemas de Roque Dalton

El descanso del guerrero

Los muertos están cada día más indóciles.

Antes era fácil con ellos:
les dábamos un cuello duro una flor
loábamos sus nombres en una larga lista:
que los recintos de la patria
que las sombras notables
que el mármol monstruoso.

El cadáver firmaba en pos de la memoria:
iba de nuevo a filas
y marchaba al compás de nuestra vieja música.

Pero qué va
los muertos
son otros desde entonces.

Hoy se ponen irónicos
preguntan.

Me parece que caen en la cuenta
de ser cada vez más la mayoría.

Odiar el amor

La luna se me murió
aunque no creo en los ángeles.
La copa final transcurre
antes de la sed que sufro.
La grama azul se ha perdido
huyendo tras tu velamen.

La mariposa incendiando
su color, fue de ceniza.
La madrugada fusila
rocío y pájaros mudos.
La desnudez me avergüenza
y me hace heridas de niño.

El corazón sin tus manos
es mi enemigo en el pecho.

Hora de la ceniza

Finaliza Septiembre. Es hora de decirte
lo difícil que ha sido no morir.

Por ejemplo, esta tarde
tengo en las manos grises
libros hermosos que no entiendo,
no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia
y me cae sin motivo el recuerdo
del primer perro a quien amé cuando niño.

Desde ayer que te fuiste
hay humedad y frío hasta en la música.

Cuando yo muera,
sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable,
mi bandera sin derecho a cansarse,
la concreta verdad que repartí desde el fuego,
el puño que hice unánime
con el clamor de piedra que eligió la esperanza.

Hace frío sin ti. Cuando yo muera,
cuando yo muera
dirán con buenas intenciones
que no supe llorar.

Ahora llueve de nuevo.
Nunca ha sido tan tarde a las siete menos cuarto
como hoy.

Siento unas ganas locas de reír
o de matarme.

 

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