De la tierra a la mesa

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Allá en el intrincado lomerío, o en las escasas llanuras de la suroriental Santiago de Cuba, el campesino escudriña el cielo, busca con vehemencia un atisbo, un soplo de lluvia. La sequía es látigo de cuero curtido y cae con todas sus fuerzas sobre la gente de campo, le zanja las ansias de sembrar, arranca algún que otro quejido, mas no mengua los empeños, labrar el surco para dejarlo presto a la semilla. Producir alimentos ha sido siempre una prioridad; hoy es un ultimátum de vida.

En la industria alimentaria de Santiago de Cuba la prioridad es garantizar los productos de la canasta básica familiar, entre ellos el picadillo. Foto: Betty Beatón Ruiz
En la industria alimentaria de Santiago de Cuba la prioridad es garantizar los productos de la canasta básica familiar, entre ellos el picadillo. Foto: Betty Beatón Ruiz

Como de eso se trata, los de monte adentro aplican tecnologías de cultivo en busca de más rendimientos, “inventan” la comida animal, en especial para los cerdos, dan prioridad a los renglones de ciclo corto, cosechan, envían a las placitas, al consumo social y con particular tino a la industria.

En Santiago de Cuba crecen los espacios donde el encadenamiento productivo permite optimizar las cosechas procesándolas de diversas formas, incluidos sus usos como extensores y en conservas.

La unidad Barquillo, perteneciente a la Empresa Provincial de la Industria Alimentaria, es uno de esos sitios, punto de partida para que cada uno de los nueve municipios de la provincia cuente hoy con uno similar para la elaboración de más de una veintena de surtidos.

Con poco o nulo uso de portadores energéticos, aprovechando el carbón o la leña, en alianza con centros científicos para aplicar inventivas como los secadores solares, el centenar de trabajadores de Barquillo, divididos en tres turnos de labores, “amasan” galletas, panqués, caramelos, raspaduras, vinagre, vino seco, chicharritas de yuca, cremas de frutas, casabe, dulces en almíbar…

Estos, junto a otros, se distribuyen con celeridad en 65 establecimientos del comercio y la gastronomía seleccionados para la venta controlada, no sin antes pasar por la supervisión de calidad e inocuidad.

De ello se encarga el laboratorio santiaguero de la Oficina Nacional de Inspección Estatal del Ministerio de la Industria Alimentaria (Minal), centro acreditado con la Norma ISO 17025.

¿El cuerno de la abundancia?

Según Roberto Álvarez Solano, director general de la empresa cárnica y coordinador de las entidades del Ministerio de la Industria Alimentaria y la Pesca, en Santiago de Cuba se asume “la urgencia de incrementar producciones” ahora que se tensa la cuerda por la escasez de materias primas como consecuencia de la pandemia que vive el mundo y el país, a lo que se suma el recrudecimiento del bloqueo.

“Eso obliga a buscar alternativas y cambiar conceptos tradicionales”, precisa el directivo, quien explica las experiencias en el uso de viandas y vegetales como extensores, el fomento de las minindustrias, el aprovechamiento de subproductos cárnicos y pesqueros en croquetas, hamburguesas, picadillos, la ampliación de los polígonos industriales, entre otras variantes.

“Además de asegurar la canasta básica familiar y las dietas en los renglones comprometidos: pastas, aceite, café, lácteos, pescado y cárnicos”.

Todo lo anterior es saldo del intenso quehacer de los 13 mil afiliados al sindicato del sector en la provincia, “una tropa que ha sabido ponerse a tono con cada momento y ahora no será menos”, sentencia Irma Jay, su secretaria general en el territorio, que para nada posee el soñado cuerno de la abundancia, pero sí ejemplo, con el liderazgo de las máximas autoridades, de que es posible dar más y mejores alimentos al pueblo.

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