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Y de nuevo, ¡a la lucha! (+ Fotos)

Cuando el 20 de febrero de 1954, las rejas del Reclusorio Nacional para Mujeres, en Guanajay, se abrieron para dejar en libertad a Melba Hernández Rodríguez del Rey y Haydee Santamaría Cuadrado, finalizaban siete largos meses de encierro de los cuales solo guardaban un grato recuerdo.

Foto: radiorebelde.cu

Este había tenido lugar semanas antes, el 6 de enero, cuando a los más de veinte niños alojados allí, hijos de las presidiarias, les entregaron juguetes proporcionados por las compañeras del Frente Cívico de Mujeres Martianas.

De aquel momento Melba contó que los pequeños eran mantenidos allí hasta los cinco años de edad, y apuntó:

“Aquellos niños nacían prisioneros, sancionados por la sociedad, sin haber cometido delito alguno.

“Cuando les entregamos los juguetes algunos se aterraron. Nunca habían visto uno. Hasta las niñas se asombraban ante las muñecas. Después necesitamos días para familiarizarlos con los juguetes, aprovechando las excepcionales ocasiones que se dejó que alguno fuera a vernos”.

Resueltas combatientes

Convencidas de la necesidad de poner fin al régimen tiránico instaurado por Fulgencio Batista Zaldívar, mediante el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, Melba y Haydee integraron desde los inicios el movimiento revolucionario emprendido por el joven abogado Fidel Castro Ruz.

Foto: Canal Caribe

Eficientemente activas, participaron en las innumerables tareas organizativas, y el 26 de julio de 1953 formaron parte del destacamento que, bajo la dirección de Abel Santamaría Cuadrado, tomó el hospital Saturnino Lora, muy próximo al cuartel Moncada, de Santiago de Cuba, principal objetivo a atacar en la heroica jornada.

Frustrado el ataque a la fortaleza militar santiaguera, personalmente dirigido por Fidel, el comando del hospital fue detenido, excepto Ramón Pez Ferro, a quien un veterano de la guerra de independencia hizo pasar por su nieto.

Cuando eran conducidos al cuartel,  en medio de  insultos, empujones, culatazos y brutales golpes, los revolucionarios, entre ellos Melba y Haydee, vieron como los soldados disparaban a la espalda del doctor Mario Muñoz Monroy, ocasionándole la muerte. Tal era la crueldad y el sadismo de sus captores, e imaginaron qué les esperaba una vez se encontraran dentro del cuartel.

A Melba y Haydee las llevaron a la comandancia, no sin antes mostrarles, en la barbería, las ensangrentadas paredes y techo de uno de los locales donde torturaban a los revolucionarios, así como un tragante tupido por la sangre en él acumulada.

Haydee relató que aquellas fueron:

“(…) Las peores, más sangrientas, más crueles, más violentas horas de nuestras vidas (…) la muerte segando a los muchachos que tanto amábamos. La muerte manchando de sangre las paredes y la hierba, la muerte gobernándolo todo. La muerte imponiéndosenos como una necesidad, y el miedo a morir sin que hayan muerto los que deben morir, y el miedo a morir cuando todavía la vida, puede ganarle a la muerte una última batalla”.

Luego siguieron la reclusión en la cárcel de Boniato, el juicio, las sanciones. Ellas fueron condenadas a siete meses, incluida la prisión preventiva, “(…) como autoras, por haber prestado ayuda al Cuerpo armado, de un delito contra los Poderes del Estado, previsto y sancionado (…) que extinguirán en el Reclusorio Nacional para Mujeres (…)”, adonde fueron llevadas el 13 de octubre de 1953. También se disponía que, por tratarse de un delito político, debían permanecer aisladas de las reclusas por delitos comunes.

Foto: 5 de septiembre.cu

Solitarias, sin apenas recibir visitas, aquel 6 de enero de 1954 representó para ellas un agradable respiro. Lejos de desanimarlas, el encierro representó un  fortalecimiento de sus ideales revolucionarios. Del recinto carcelario salieron más convencidas de la urgente necesidad de proseguir la lucha hasta poner fin al ignominioso régimen que asolaba al país.  Y de inmediato reemprendieron ese camino.

 

 

 

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