Historia de amor en la amazonia venezolana

Historia de amor en la amazonia venezolana

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San Juan es el núcleo poblacional de Manapiare. La aldea se ubica a la orilla del río de igual nombre, rodeada por la majestuosa selva que desciende por el sur desde sierra Guanay  y por el este desde el cerro Morrocoy.

En su única y rústica pista aterrizamos uno de los primeros días del verano que actualmente vive el hemisferio sur. Fueron 40 minutos de vuelo en el Cessna 208 Caravan de la Fuerza Aérea Bolivariana desde la base José Antonio Páez, en puerto Ayacucho, capital del estado Amazonas. Sin esa colaboración habitual del Ejército sería difícil llegarles a los habitantes de tan apartadas regiones con los beneficios sociales diseñados por la Revolución Bolivariana.

El encuentro con el personal médico cubano-venezolano que allí labora confirma la complementariedad construida por las dos naciones, y deshace los argumentos con que los enemigos han pretendido manchar el prestigio y el valor de las misiones médicas de Cuba en Venezuela, y en el mundo.

En esta paradisíaca comarca encontré además una historia de dos jóvenes cubanos que han fortalecido su amor y sus principios rodeados por la exótica belleza de la amazonia venezolana.

 Juntos desafían los retos

Ni Guantánamo y Pinar del Río están tan lejos; ni Caracas y sus municipios selváticos tampoco. Así piensan Betsy Utria Lamber  y Yuriel Pérez Vázquez, unidos por el amor, la profesión,  la añoranza por la familia y la patria, y la voluntad de cumplir con el deber internacionalista que los llevó hasta Venezuela.

 

Foto: Jorge Pérez

Guantanamera ella, pinareño él, los dos son licenciados en Enfermería y asumen tareas como intensivistas en el Centro de Diagnóstico Integral (CDI) San Juan, capital de Manapiare, uno de los siete municipios autónomos del estado Amazonas, adonde llegaron el 26 de junio del 2019 motivados  por “los principios de solidaridad inculcados por Fidel y la Revolución cubana”, dicen casi al unísono.

Como una manera eficaz de complementarse en el matrimonio, cotidianamente intercambian roles. A Betsy le toca hablar  de esta bonita historia que comenzó dos años atrás, en la capital de todos los cubanos: “Tuvimos un bonito noviazgo y nos casamos en diciembre del 2017”.

 

Foto: Jorge Pérez

 

La preparación que realiza todo el personal de salud que se brinda voluntariamente para cumplir una misión internacionalista los  llevó a La Habana: “Yuriel llegó a finales de agosto y yo en los primeros días de septiembre. Muy pronto nos conocimos y enseguida descubrimos que muchas cosas nos aproximaban. Hoy la relación que nos une es muy fuerte”.

Desde entonces Betsy se convirtió en pinareña por adopción: “Antes de venir a Venezuela trabajamos juntos en el cuerpo de guardia del policlínico Manuel, Piti, Fajardo, en el municipio de Guane, Pinar del Río, adonde me mudé una temporada junto a mis dos niños, a los cuales Yuriel asumió con cariño, como propios”.

Yuriel pospuso su salida para la misión en seis ocasiones. Esa actitud de esperarla  fue para Betsy otra prueba de amor: “Mi papá estaba muy enfermo, en esa situación no podía alejarme y él esperó a que todo estuviera en orden en mi familia para irnos juntos a donde nos asignaran. Así lo hicimos”.

“Aquí las condiciones de vida y de trabajo son bastante difíciles, y es una suerte tenerlo a mi lado. Extraño mi casa, a mis niños y cuando la nostalgia llega, ahí está su hombro para recuperar fuerzas y seguir adelante”.

Comparten suerte con otros ocho colaboradores cubanos y cuatro médicos venezolanos que, en este apartado paraje de la vasta geografía venezolana, dispensan atenciones sanitarias a unas 10 mil personas residentes en muchas y dispersas comunidades indígenas de las etnias piaroa (mayoritaria),  jivi, puinave, yekuana, y hoti.

Velar por la salud de pueblos originarios de esta gran nación sudamericana  es un gesto altruista y humanista. Al preguntarles acerca de cómo laboran, corresponde, según el juego de roles, a Yuriel responde: “Trabajamos como un gran equipo y ante las emergencias médicas acudimos todos, sin excepción”.

Juntos han desandado por los estrechos senderos abiertos a punta de machete en los tupidos bosques donde acechan serpientes, cuyas mordidas puede ser letales, tigres y otros peligros: “Desafiamos esos riesgos para visitar pacientes encamados, con síndrome de Down, adultos mayores o aquejados de otras patologías que les impiden visitar al CDI”.

Singular ha sido la experiencia en la atención a las mujeres y a las  embarazadas: “Solo nuestras compañeras pueden hacer pruebas citológicas a las nativas, no se dejan tocar por los hombres, es parte de su cultura y lo respetamos”.

“A la hora del parto muchas prefieren acudir primero a las comadronas, cuando llegan al CDI es porque tienen alguna complicación, eso nos hace más embarazosa la labor. Sin embargo, en los pocos meses que llevo aquí ya he participado en 21 alumbramientos, poco a poco ha ido creciendo la confianza y aceptación”.

Cuenta Yuriel continúa con que la comunidad más cercana es San Juan Viejo, a unos 40 minutos del CDI, pero “para otras, como Cayo Coporo, por ejemplo, hay que caminar no menos de dos horas”. Hasta esas remotas aldeas han viajado, guiados por nativos que los auxilian en el noble propósito de llevar salud y sosiego a los enfermos.

Crecimiento profesional y humano

Betsy y Yuriel coinciden en que esta misión les ha permitido crecer como profesionales y como seres humanos: “Hemos tratado enfermedades que antes solo habíamos visto en la literatura y eso nos obliga a seguir estudiando, a profundizar en los conocimientos para estar a la altura de este reto. También nos ha hecho mejores personas.

Foto: Jorge Pérez

“A los pocos días de nuestra llegada, entre agosto y septiembre,  participamos en una campaña de vacunación, para niños y adultos, contra enfermedades como la hepatitis, difteria,  tétanos,  gripe,  parotiditis, rubeola, sarampión, meningoencefalitis, y otras”. Eso es parte de los esfuerzos del Gobierno bolivariano para erradicar padecimientos que no tienen por qué ser mortales.

“Con respeto absoluto a las creencias y costumbres de las poblaciones autóctonas, “aprovechamos cada ocasión para ofrecer charlas sanitarias acerca de la higiene, la planificación familiar y otros temas de medicina preventiva”.

 

Foto: Jorge Pérez

Las experiencias vividas también les han permitido aquilatar mejor cuánto se quiere a la patria; lo que hace el Estado cubano por la salud y el bienestar de su gente;  y el verdadero valor de la ayuda solidaria que Cuba brinda a países como Venezuela, nación que, sin renunciar a los programas de beneficio social diseñados para su pueblo,  enfrenta hoy una guerra económica injusta y cruel impuesta por Estados Unidos.

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3 comentarios en Historia de amor en la amazonia venezolana

  1. Es muy linda la labor de los colaboradores cubanos,pero que bueno sería,que ellos tan adnegados en su labor se les facilitará comunicarse con la familia que han dejado en Cuba que se hace tan difícil,debía crearse algun mecanismo aunque sea una vez cada 15 dias

    • Los jóvenes cubanos son un ejemplo tangible de que el eslogan Somos Continuidad trasciende la teoría, porque ellos están escribiendo una gran historia

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