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Columna festivalera II

De nuevo en Festival, con mucho para ver, disfrutar, aplaudir y, como todos los años, con recomendaciones de primera mano en este espacio.

La religión como escudo y espada para cometer los peores crímenes, el sagrado patronímico en manto destinado a envolver pecados y horrores aparece como asunto de varias películas extraordinarias en el Panorama Contemporáneo Internacional de esta edición 41: Gráce a Dieu, del siempre enjundioso y gratamente sorpresivo François Ozon (8 mujeres; El amante doble, En la casa…) pone el dedo en la supurante llaga de la pedofilia, sobre todo en su lado más bochornoso: la indiferencia y escamoteo de las autoridades eclesiásticas ante la culpa de los sacerdotes que abusaron de muchísimos niños a ellos confiados, hoy hombres marcados y traumados.

Varios de ellos, otrora pertenecientes a un grupo de boy scouts se unen en una lucha sin cuartel contra el cura que los dañó: Bernard Preynat, que en el 2016 fue denunciado por su acción criminal desde los años 70 en Francia.

Con la fuerza ideoestética, la gracia en la puesta y el esmerado diseño caracterológico de siempre, el célebre director galo emplea esta vez técnicas provenientes del documental para acercarse al delicado tema, entregándonos un testimonio contundente y aleccionador que, sin embargo, huye todo el tiempo del panfleto y la retórica; aun con la abundosa carga informativa que se maneja, estamos todo el tiempo frente a una cámara inquieta, escrutadora, unos planos que profundizan en ambientes y caracteres, un guión abarcador de los costados y bordes más afilados, que no se queda en la exploitation, sino que incluye las implicaciones sociopolíticas del caso.

Resultan muy valiosas las actuaciones de Melvil Poupaud, Denis Ménochet, Swann Arlaud, Éric Caravaca y la siempre inmensa Josiane Balasko, que completa los méritos de este excelente filme, que no gratuitamente resultó  ganador del Gran Premio del Jurado en el último Festival de Berlín …¡de veras hay que dar gracias a Dios por François Ozon!

Otro que pulsa el ítem religioso, aunque lo trasciende, e insiste en el nombre divino es Dios existe, su nombre es Petrunya, una coproducción entre Macedonia, Bélgica, Eslovenia, Croacia y Francia. Claro que, en esta ocasión, lo cristiano es pretextual, encierra connotaciones sociales que, con mucho, lo superan, desde la anécdota que implica a una mujer que recoge la cruz lanzada al agua por un sacerdote todos los inicios de año, como tradición en un pueblito macedónico, pero ese ritual, siempre de signo masculino, se torna un escándalo cuando es una fémina quien lo protagoniza y vence en la competencia, alguien que además se niega por todos los medios a devolver la citada cruz.

Fundamentalismo social, misoginia, prejuicios, obsoletos códigos honoríficos, matriarcado inútil, actitudes derechistas y machistas que escapan de las relaciones cotidianas para instalarse en las directrices políticas, son algunas de las fichas que magistralmente mueve la directora Teona Strugar Mitevska, con una historia que tiene mucho de thriller y maneja con esmero y conocimiento de causa el sarcasmo dentro de un relato nada simpático, más bien suficientemente grave y, como tal, preocupante.

La puesta es ágil, los elementos técnicos se ponen en función de una trama sencilla y, sin embargo, demoledora, llena de subtextos y sugerencias. Zorica Nusheva entrega un protagónico lleno de sutilezas y matices, como el resto de sus colegas.

De Rumania, que como es sabido tiene un cine tan vanguardista, a la cabeza de los exsocialistas del Este, nos llega Monstri, donde se pulsan los problemas de la relación de pareja a partir del “ruido en el sistema”, que supone la confesión de él a ella de que ha tenido relaciones con otro hombre.

El realizador Marius Olteanu baraja con sapiencia la simultaneidad y a la vez diversidad temporales mediante una estructura capitular, con las perspectivas diversas de sus personajes protagonizando los mismos episodios desde varias miradas y enfoques, algo nada nuevo, y donde maestros como Tarantino o Gaspar Noé han sentado cátedra, pero lo cierto es que el rumano lo lleva muy bien, y dentro de un magma denso y sólido en la hechura de sus personajes, su relación con el contexto y los otros (vecino impertinente, madre controladora y tradicionalista, amante masculino prejuicioso, taxista indolente…) reflexiona con agudeza en torno a la bisexualidad  y la complejidad de los vínculos eróticos de cualquier signo.

Para destacar, las excelentes actuaciones y un montaje de premio… Seguimos mañana.

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