Cuatro años después de recibir mucha y repartir poca metralla en la cita mundial de Dinamarca, la selección femenina cubana de balonmano tratará de que su espíritu de juego deje mejor huella en la justa que se celebrará a partir del 30 de noviembre en la ciudad japonesa de Kumamoto.
En 2015 en suelo europeo la coraza de las criollas sufrió y mucho. Al final el esfuerzo se saldó con el escaño 23 entre 24 participantes. Ahora en suelo asiático la atmósfera se antojará también muy ruda para las nuestras, que en eso de levantarse una y mil veces luego de cada contratiempo son verdaderas maestras.
Se iniciará la batalla probando el carácter de Noruega, actual campeón. A continuación, llegarán Serbia, Holanda, Eslovenia y Angola, formaciones cuya mentalidad de acción les permite desarrollar un ritmo de trabajo en el que no hay tregua.
A pesar de lo anterior hay margen para el optimismo, pues a pesar de su juventud el grupo que dirige Jorge Coll ha demostrado ser pura capacidad de superación. Lo confirman sus reales efectos en el año que casi finaliza, donde la captura del metal bronceado en los Juegos Panamericanos de Lima resultó una nota digna.
No obstante de la fe a prueba de balas, sería engañoso y poco serio afirmar que el equipo nacional asiste a la competencia con la intención de capturar el solitario boleto que otorga rumbo a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, sin embargo, no es descabellado asegurar que se peleará por dejar una imagen que ratifique el palpable y humilde crecimiento que se viene gestando.
En la justa mundial Cuba se escudará en el concurso de jugadoras muy jóvenes. Algunas involucradas en ligas europeas, lo que garantiza importantes dosis de calidad, pero no de victorias.
Aún así el solo hecho de participar es sinónimo de evolución y esperanza. Las notas finales de este examen llegarán en diciembre. De aquí y hasta allá calma y entusiasmo.
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