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Lima.- La Avenida Javier Prado encarna a cabalidad su papel de estampa de la capital peruana. A su manera, es una novela. Tiene la extensión, los dramas lujosos y de dolor, las peripecias del día a día, las contradicciones que adornan el carácter de una gran ciudad y su populoso reparto.
Mientras se avanza a pie o dentro de un auto, escoltan el tránsito y las miradas majestuosos edificios con hambre infinita por las alturas. Se enorgullecen de su brillantez e increíbles diseños. Aísla los carriles por donde circulan en ambas direcciones vertiginosos y modernos automóviles, un amplio espacio en el cual palmeras de gran tamaño nos recuerdan nuestra pequeñez.
Una en particular roba la atención. En su tronco viril y añejo un grafiti tosco y quejoso evoca un amor no correspondido. Muy cerca la historia y la gallardía expresan su parlamento inmortal.
Custodiando un bello parque, adornado de hermosas flores, la efigie del bravo coronel Alfonso Ugarte Vernal cabalga un corcel de negro acero. Su estampa perpetúa que los hombres dignos fulminarán a la infamia para condenarla al ostracismo de los tiempos.
Compite en solemnidad y decoro la impactante estatua ecuestre del general argentino Mariano Necochea, tantas veces lastimado por la lanza, pero que sable en mano revela que todavía tiene bríos para el combate. Banderas peruanas ondean en balcones y postes. Tan digno respeto se escuda en fechas que enaltecen a la patria como la de este 28 de julio, día de la independencia de Perú.
Añejas casas con sus recias memorias se niegan a perecer frente a tanta modernidad, mientras que preciosas mujeres, dueñas de la última moda, circulan altivas y apuradas. Sus miradas desatendidas ni siquiera hurgan sobre un colosal cartel que anuncia la llegada del día del peatón.
Bajo sus raíces de hormigón y acero, una pequeña niña oferta un puñado de golosinas a los choferes que no se detienen ante la infancia bruscamente robada. Su madre, con un bebe atado a la espalda, le ayuda en ese ejercicio de supervivencia, que le obliga a dibujar una triste y cansina sonrisa, que no recibe recompensa.
Tiene mucho para contar la Avenida Javier Prado. Pomposa estampa limeña, poblada por un universo de ensueños, tragedias y contradicciones. Todos escoltan el carácter de una inmensa ciudad, que vive a la velocidad de una contrastante modernidad.
