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El fin de un mal chiste

Los seres humanos no solemos analizar mucho las buenas noticias, menos si benefician nuestra economía individual. Nos alegran, las disfrutamos, comentamos en la calle y la casa, el trabajo y la escuela, pero dejamos los debates y profundizaciones casi siempre para cuando hay problemas.

Sin embargo, las decisiones que anunciara el Gobierno cubano esta última semana, incluido un notable incremento salarial para el sector presupuestado, ameritan que nos detengamos a reflexionar sobre la significación de este paso y sus posibles efectos para toda la sociedad.

 

Foto: Ronald Suárez Rivas

El primer impacto positivo lo constituye, sin duda, el factor sorpresa. En medio de la situación económica y financiera que atraviesa el país como consecuencia del recrudecimiento del bloqueo del Gobierno de los Estados Unidos, era difícil predecir una decisión de esta índole, que apuesta por una forma diferente y compleja de razonar y enfrentar las dificultades actuales.

Durante mucho tiempo especialistas debatieron cuál era la mejor solución para romper el aparente círculo vicioso entre poca eficiencia, baja productividad y salarios deprimidos. La economía no marchaba bien porque no había suficiente estímulo material, y no había suficiente estímulo material porque no marchaba bien la economía.

Los sistemas de pago por resultados en el sector empresarial fueron una inicial y lógica respuesta a ese dilema, que permitió elevar el salario medio en el sector productivo y de servicios.

No obstante una economía estatal como la nuestra, con una significativa y determinante administración pública, requiere una complementariedad en esa relación de las empresas y las unidades presupuestadas, para que el efecto estimulante de las medidas que vinculan los ingresos con los resultados no decaiga en el tiempo por los frenos desde las actividades de dirección, apoyo y control que garantizan la reproducción social.

De modo que el incremento salarial en el sector presupuestado pudiera ser muy bien el nudo gordiano que había que cortar, para darle otro impulso a la efectividad de las transformaciones en el modelo económico cubano. El planteamiento político de que nadie debe quedar atrás resulta quizás la filosofía implícita en este nuevo insuflón de esperanza.

Por supuesto, para que funcione este resorte salarial hay que asegurar desde el comienzo requisitos mínimos en los cuales ya insistió el propio Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.

Seguimiento de los índices de precios y garantías de una circulación mercantil que impida un proceso inflacionario que nos diluya el nuevo salario entre las manos; rigor y exigencia en el manejo de la fuerza laboral en los sectores que ahora reciben beneficios salariales; incremento en la eficacia de los procesos administrativos y políticos que inciden en nuestro funcionamiento económico y social.

En el seguimiento y alerta de todas estas condicionantes puede y tiene que participar el movimiento sindical. Esta respuesta a los reclamos de los trabajadores, cuyo punto de inflexión lo marcó el reciente XXI Congreso de la CTC, pero que eran demandas y urgencias de vieja data en múltiples organismos y sindicatos, merecería una respuesta contundente en términos de mayor compromiso y laboriosidad. Aquel amargo chiste de que el Estado hace como que paga, y el trabajador hace como que trabaja, debe así —para todas las partes— terminar.

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