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Una hoguera para el béisbol

Confieso que soy un devoto de las acertadas tradiciones. Algunas me hacen sentir orgulloso de lo que somos como nación. Una de ellas es la pelota, a la cual considero un depósito sentimental que debe atenderse con esmero.

La reducción de los partidos a siete entradas que propone la WBSC persigue atornillarse en el calendario olímpico y alcanzar su añorada universalización, dos metas en tiempos donde la avaricia comercial es capaz de convertir en cenizas las esencias del deporte que se cruce en la mirilla de sus intereses.

Aunque prefiero las transformaciones (muchas nos permiten evolucionar como sociedad) esta idea, envuelta en buenas intenciones, ataca la más profunda naturaleza de la disciplina. ¿Por qué? Pues arremete contra la integridad, las reglas y la estrategia.

¿Lo duda? Sin intención de atiborrarlo, se me ocurre marcarles un par de strikes con sencillas interrogantes, que sin profundizar abruman: ¿Cuantos innings deberá almacenar un abridor para descorchar el triunfo? Podría ganar sin desafiar siquiera en par de ocasiones a la alineación rival ¿Se asignará un número de relevistas por duelo y se reducirán las visitas al box?

Ofensivamente también provocaría un cisma. Serán menores las oportunidades en el cajón de bateo, lo cual influiría en los liderazgos, pues habría menos comparecencias por juego. De este modo las estadísticas y los récords sufrirán importantes descensos.

Ello sin olvidar que la idea ataca la savia de un juego que tiene entre sus tesoros más preciados los impredecibles contextos técnico-tácticos que brotan de la acción.

Es justo aclarar que los designios de la WBSC solo serán efectivos en justas que ellos organicen. Es decir los principales certámenes profesionales del mundo, las Grandes Ligas de EE. UU. y la Liga Profesional de Japón no llevarán a efecto la intención. Ambos circuitos, fieles defensores de un legado que se edificó reverenciando su más pura esencia, conocen lo que significaría una mutación de tal magnitud.

Desconozco que camino tomará el béisbol patrio en cuanto a este experimento. Me permito recordar que a pesar de sus tribulaciones, para los cubanos es una necesidad espiritual que nos acompaña y emociona. Es de igual forma arte y ritual vivo, al que nada humano le es ajeno. Su autenticidad, una de las más lúcidas de la nacionalidad, nos convoca a plantar bandera para defender su pura esencia. ¿No lo cree?

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