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Diciembre de 1958: el umbral de la victoria

Diciembre de 1958 no fue nada festivo para los cubanos de aquel entonces.  Las tradicionales celebraciones en espera de la Navidad y del Año Nuevo, en La Habana y otras localidades del país, tenían el sabor de una expectante y silenciosa atmósfera que auguraba el fin de la dictadura de Fulgencio Batista.

Según relatan los escritores cubanos José Luis Padrón y Luis Adrián Betancourt en el libro Batista, últimos días en el poder,  la emisora Radio Rebelde desde el macizo montañoso de la Sierra Maestra trasmitió un despacho de la agencia Asociated Press que decía: “La Navidad en Cuba careció de la alegría de otros años. Los cubanos no estaban para las fiestas este año y la Navidad no tuvo la alegría de otros tiempos. Sin garantías constitucionales, el estado de emergencia severamente aplicado, las prisiones repletas de jóvenes revolucionarios, los sangrientos combates entre las tropas gubernamentales y los rebeldes en las tres provincias orientales de la Isla, no incitaron a los cubanos a celebrar con alegría el último mes del año.”

Había entrado en su etapa más candente la lucha insurreccional. Casi a diario los frentes guerrilleros del Ejército Rebelde liberaban ciudades y pueblos en diversos puntos del país y con otras acciones obstaculizaban el envío de refuerzos enemigos hacia los territorios de mayor conflicto.

En la antigua provincia de Oriente se libraban cruentos combates en las localidades de Palma Soriano, Maffo y Contramaestre y de esa forma se tendía un cinturón de fuego sobre Santiago de Cuba, la segunda capital del país.

En cumplimiento de la estrategia concebida por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, máximo líder de la Revolución, de llevar la guerra de liberación hasta el occidente del país, los Comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara llegaban hasta la región central de la Isla, por la zona norte y sur, respectivamente,  donde recibieron el apoyo de otras fuerzas revolucionarias que allí operaban. Sancti Spíritus, Cabaiguán, Yaguajay, Placetas y Fomento eran algunos de los sitios conquistados por las armas rebeldes.

Nada podía impedir la toma de la ciudad de Santa Clara, importante bastión en esa zona geográfica,  donde el régimen concentró unos 3 000 soldados con los más modernos pertrechos suministrados por el gobierno norteamericano y respaldados por la aviación.

Mientras el país estaba prácticamente cortado en dos, en La Habana una consigna revolucionaria –03C- exhortaba a cero cena, ceno cine, cero cabaret. Era el apoyo moral a miles de combatientes que en aquellos instantes ofrendaban sus vidas en pro de la esperanza.

Como en etapas anteriores, desde Washington se diseñaba el destino de Cuba. Esta vez el embajador norteamericano le recetó personalmente a Batista qué debía hacer para abandonar el poder y ponerlo en manos de una junta militar y así escamotear el triunfo de la Revolución conducida por Fidel.

Llegó el primero de enero de 1959

La última hoja del almanaque de 1958 había caído por su propio peso cuando pocas horas después de la medianoche del primero de enero de 1959 Fulgencio Batista, desde su residencia en el campamento militar de Columbia, en La Habana, tenía preparada la fuga.

Y así ocurrió. Casi al amanecer varias emisoras daban las noticias de la huida del tirano. La euforia popular era desbordante en toda la Isla. Desde Palma Soriano, en las cercanías de Santiago de Cuba, Fidel llamó a la huelga general para contrarrestar la maniobra golpista en la capital.

Ha ordenado a las columnas al mando de Camilo y el Che avanzar y tomar posesión de las fortalezas de Columbia y La Cabaña, respectivamente, en la de la capital del país.

El 8 de enero Fidel llegó victorioso a La Habana, luego de recorrer las principales ciudades del país, donde recibió la más entusiasta bienvenida de todo un pueblo que desde entonces sería el protagonista absoluto de la edificación de una sociedad justa, soberana e independiente.

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