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El derecho de comer

Acabar con el hambre en el mundo sigue siendo una utopía a pesar de esfuerzos aislados para acabar con este flagelo.  La humanidad llega al 2019 con la vergonzosa cifra de más de 821 millones de hambrientos registrada a fines de 2017, según el informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo  2018, presentado en septiembre de este año.


Quiere decir que una de cada nueve personas son víctimas de este azote. No bastan las buenas intenciones para acabar con un mal que, sobre todo, sufren los países más pobres del planeta aunque también se hace presente en las llamadas naciones ricas o industrializadas

Surge entonces una inevitable pregunta: ¿Resulta imposible acabar con el hambre o, por lo menos, disminuir sensiblemente la enorme cantidad de hambrientos en el mundo?

Además de las ya señaladas buenas intenciones, las ocasionales declaraciones de políticos, en especial previo a elecciones, y los proyectos internacionales, cada año crecen las muertes por esta causa y aumentan los hambrientos.

Que conste que solo hablamos del hambre, es decir, la imposibilidad de un ser humano de comer. No se trata de la desnutrición, o de malos hábitos alimenticios.

Quien lea estas líneas podrá pensar que exagero, pero una vez más las frías estadísticas dejan clara la situación. Ellas no reflejan en su totalidad el verdadero rostro de este fenómeno social que sigue sin resolverse. Principalmente, por la ausencia de la voluntad política de quienes gobernaron y gobiernan países e instituciones internacionales.

Hace ocho años la Federación Internacional de la Cruz Roja (FICR) denunciaba que mil millones de personas iban con hambre cada día a la cama, a pesar de vivir en un mundo que produce comida suficiente para alimentar en esos momentos a los casi 7 mil millones de habitantes, cifra que en la actualidad  ha aumentado.

La organización internacional aseguraba que entre los más afectados estaban  los niños, con nueve millones de fallecimientos antes de alcanzar los 5 años de edad y concluía que «unos 178 millones de niños entre 0 y 5 años sufren problemas de crecimiento por una deficiente alimentación”, fenómeno que se origina en el seno materno».

Año nuevo, nuevos hambrientos

El problema del hambre en el mundo es viejo y, al mismo tiempo, tan nuevo que en el 2017 el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) advirtió que más de un millón 400 mil niños estaban en inminente peligro de sufrir desnutrición en Nigeria, Somalia, Sudán del Sur y Yemen.

«El tiempo se acaba para estos niños, pero todavía podemos hacer algo para salvar muchas vidas», aseguró el director ejecutivo de esa institución, Anthony Lake, para precisar que «no podemos permitir la repetición de la hambruna de 2011 en el Cuerno de África”, en producto a un fenómeno asociado a la sequía en esa región, que afectó a 13 millones de personas. El Yemen de siete años después muestra igual situación pero otras son las razones.

Según los expertos, varias son las causas que provocan que buena parte de la humanidad pase hambre. Se mencionan los fenómenos meteorológicos, las guerras, la ausencia de políticas para combatirla, la crisis económica. Miles de escritos explican las causas, pero son pocas las medidas encaminadas para eliminar este grave problema.

Y cuando hay avances, cambios políticos en algunas naciones pueden acabar con ellos. El ejemplo más claro en nuestra región fue la lucha que llevó el entonces mandatario Lula da Silva bajo la consigna de «hambre cero» que, durante sus dos gobiernos y el de Dilma, evidenciaron logros concretos.

Un dato interesante nos brinda un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribeb (Cepal), al  asegurar que la reducción de la pobreza y la indigencia en América Latina se estancaron desde el 2014, en un contexto de desaceleración económica en la región.

No se necesita ser experto para saber que pobreza e indigencia tienen una relación directa con hambrientos y desnutridos. Si a eso se le suma desempleo y aplicación de políticas neoliberales, entonces puede entenderse la gravedad del asunto para una parte del planeta considerada como la de mayor desigualdades en el mundo.


Hambre a pesar de los compromisos

Hace dos años el director regional para Mesoamérica de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (Fao), recordó que en 2015 comenzó a implementarse la iniciativa llamada “Mesoamérica sin hambre”, lanzada por ese organismo con apoyo económico de México. Se buscaba entonces fomentar la agricultura familiar y erradicar el hambre en nueve países para el 2025, lo que evidentemente resulta una meta muy difícil de alcanzar dadas las diferencias sociales existentes en la región.


En esa ocasión el funcionario aseguró a los periodistas que Latinoamérica es una región que produce mucha más comida de la que realmente requiere, por lo que el hambre no es por falta de alimentos, “sino que va mucho más allá”.

Uno de los mayores desafíos identificados por la Fao es la necesidad de proyectos nacionales e internacionales coherentes y eficaces, con objetivos claros de desarrollo y compromisos para alcanzarlos, pues de ello dependerá encontrar las soluciones que por lo menos hagan menos crítica la situación de los hambrientos.

En reciente informe preparatorio del Marco Estratégico y el Plan 2018-2021, la organización internacional insta a una mejora sostenible de la productividad agrícola para «satisfacer la demanda creciente con el debido cuidado de los recursos naturales”.

En este documento se señala la necesidad de mejorar los ingresos en las zonas rurales y abordar las profundas causas de la emigración, así como reforzar la capacidad de las personas para hacer frente a crisis prolongadas, desastres y conflictos, ya que el escenario mundial exige cambios.

Las crisis, los conflictos y las catástrofes naturales aumentan y traen consigo la disminución en la producción de alimentos, en un ambiente donde prevalece la ausencia de servicios médicos y la protección social de los ciudadanos.

Por otra parte, señala el organismo de la Onu, «no se puede producir a costa de la deforestación masiva, con escasez de agua, agotamiento de los suelos y elevados niveles de emisores de gases de efectos invernadero». Nuestra región, considerada una de las más desiguales del planeta, se encuentra en un círculo vicioso. Siempre que ha existido un gobierno progresista que pretende acabar con el hambre y la miseria, la reacción de la derecha nacional e internacional conspira y finalmente, si no logra derrocarlo, sencillamente hacen imposible que puedan llevar adelante esos planes.

Asombrosa, y paradójicamente, otro problema se presenta en Latinoamérica y el Caribe, junto con el hambre y la desnutrición, se observa la presencia de más de 360 millones de personas (el 49 %) que viven con sobrepeso, sobre todo en Bahamas, México y Chile.

«La obesidad y el sobrepeso han crecido a lo largo de América Latina y el Caribe, como si se tratara de una epidemia, amenazando la salud, el bienestar y la seguridad alimentaria y nutricional de millones de personas», apuntó recientemente Eve Crowley, representante de la Fao para la región.

A punto de comenzar el año 2019, el hambre no solo persiste sino que tienda a aumentar. Los presupuestos oficiales de las potencias mundiales dedican cada vez más dinero para la fabricación de armamentos y menos para erradicar el hambre.

Como señalara el Comandante en Jefe Fidel Castro en las Naciones Unidas en histórico discurso, “las armas podrán acabar con los hambrientos, pero no con el hambre”.

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