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Decir adiós

Decirles adiós; irse sin la certeza de la completa recuperación; dejar atrás más de un año de entrega y sobretodo, saber que, a lo mejor, alguno de sus pacientes podría morir sin su cuidado han sido las realidades más difíciles que han tenido que comprender Irene Jiménez Mendilu y José Rafael Valdés García.

Irene y Rafael, sufrieron mucho decir adiós. Foto: Gretel Díaz Montalvo

Ellos son un matrimonio con unas dos décadas de amor; son Médicos generales integrales y residentes de la provincia de Camagüey. Y de las tres misiones internacionalistas en las que han  participado nunca se habían marchado de un lugar con tanto dolor como de Brasil.

Hace un año y seis meses llegaron a Aguas de Santa Bárbara, en Sao Paulo con la usual incertidumbre de lo nuevo; mas la alegría con la que les recibieron, la credibilidad en su ciencia que tenían muchos, a pesar de ser en casi su totalidad simpatizantes de la derecha, fuero elementos suficientes para trabajar sin preocupaciones.

Cuenta Irene que “cuando llegamos nos indicaron que atenderíamos dos puntos de estrategias de salud. Había además un lugar para las urgencias pero que no trabajaba de noche ni tenía equipos básicos como para hacer ultrasonidos o rayos x, solo remitían a los pacientes hacia otro hospital. Por eso nos volvimos muy importantes porque hacíamos lo que fuera necesario. Allá fuimos ortopédicos, psicólogos, pediatras…

“Abundaban muchas enfermedades producto de gérmenes muy agresivos como las neumonías, pero como a muchos pacientes en estado terminal se les enviaba a sus casas sin ningún seguimiento; solo nosotros los visitábamos y les dábamos seguimiento”.

Dice Rafael que ahí radica la diferencia entre los cubanos y los brasileños. “Nosotros dividíamos las consultas entre diarias y un día para atención domiciliar, pero si alguien lo necesitaba los visitábamos cualquier día. Ahora el programa Mais Médicos será otro, nuestra salida marca un antes y un después”.

Cuentan que no existían diferencias de clases a la hora de atender, incluso muchos de clase media alta preferían sus cuidados; vieron nacer generaciones, salvaron a pequeños de cosas tan comunes como apendicitis; mejoraron la calidad de vida de esa región. Y que cuando alguien les comentaba que no era normal que se relacionaran tan bien con los pacientes pobres, ellos respondían “somos cubanos y nos llevamos con todos por igual”.

Pero llegó la noticia. Comenzaron las despedidas, los llantos. “No eran normales, se sentía el dolor. Yo no paré de llorar hasta que llegué a Cuba, pero fue una decisión acertada. Lo que tenían con nosotros era un chantaje, una falta de respeto”, recuerda Irene.

“Ya a punto de irnos uno de mis pacientes me llamó y me decía, escucha la que siente mi corazón: lágrimas, muchas lágrimas era lo único que escuchaba”, rememora Rafael. “Pero era lo que había que hacer”.

Ahora solo piensan en los pacientes que dejaron sin que nadie los atienda, con cáncer, con neumonía, con complicaciones de diabetes… Tiemblan de pensar en que se repitan casos como los del niño de 11 años que los brasileños le indicaron Domperidona y Dipirona para un dolor de estómago que en realidad era apendicitis, o a que como aquel hombre con un obvio pie lleno de úlceras diabéticas le digan que no lo es. Ahora solo piensan que se quedan desamparados.

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