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Huellas en el alma

Siempre, al acercarse el 6 de octubre, mes en que en 1976 el DC 8, matrícula CUT 1201, de Cubana de Aviación, fue volado, el dolor se acrecienta, y la indignación se dimensiona. En esta oportunidad rememoramos las declaraciones de algunos de los familiares de las víctimas durante el proceso jurídico por la Demanda del pueblo cubano contra el Gobierno de EE.UU. por daños humanos:

Para entonces, Wilfredo Pérez Rodiles tenía 16 años de edad y soñaba con ser piloto, como su padre, de igual nombre y capitán de la nave siniestrada, en bárbara acción concebida por los terroristas Orlando Bosch Ávila y Luis Posada Carriles, nacidos en Cuba, y ejecutada por los mercenarios venezolanos Freddy Lugo y Hernán Ricardo. El estado sicológico que la tragedia provocó en Wilfredo, le impidió lograr su anhelo. El piloto tenía otros cuatro hijos; los menores, de uno y dos años.

«Mi padre, Manuel Permuit Hernández, de 40 años de edad, viajó al frente del equipo juvenil de esgrima. Yo tenía 10 años y al menos tuvimos el consuelo de que su cadáver fuera uno de los que pudieron ser rescatados», dijo Belkis Permuit Díaz, y aseguró que a partir de entonces todo ha sido muy difícil para la familia.

Conmovedor también resultó el testimonio de Dasnay Rey Valdés, de solo nueve meses de nacida cuando su padre, Santiago Rey Pérez, entrenador del equipo juvenil de florete, pereció en la criminal acción que la privó «de su calor y sus consejos».

Marta Hernández Hernández, madre del estudiante universitario Carlos M.  Jiménez, de 20 años de edad, manifestó: «Mi hijo integraba el equipo de esgrima.  Todos los del equipo visitaban mi casa cuando salían de pase y para mí eran como mis hijos. Carlos era mi apoyo; me ayudaba mucho. Era un muchacho muy activo, muy querido, muy ocurrente».

Pedro Escalona Coruya se cuenta entre los cubanos que como Gerardo, Fernando, Ramón, Antonio y René, lograron penetrar las organizaciones anticubanas en Estados Unidos para, desde sus filas, entorpecer o impedir sus acciones contra Cuba.  A estas se vinculó en Miami, y entre las misiones a él encomendadas por su condición de  ciudadano  estadounidense, se cuentan dos viajes a Venezuela, en 1984 y 1986, para visitar en la prisión a Orlando Bosch Ávila y entregar al abogado de este ciertas cantidades de dinero enviadas por Alberto Hernández, vicepresidente de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA).

«En el verano de 1987 —dijo Escalona Coruya en su comparecencia—, Adriana, la esposa de Bosch, me confesó que él había puesto la bomba en el avión cubano; pero que no se podía decir para no empañar su imagen de líder. También pude conocer que Ricardo Morales Navarrete introdujo en Venezuela el explosivo para las bombas, y Posada Carriles se encargó de confeccionarlas.

«Cuando Bosch entró ilegalmente en Miami, a mediados de 1988, tras resultar increíblemente absuelto, fue detenido y se le comunicó que sería deportado; pero él amenazó con hacer público todo lo relacionado con la voladura del avión. En junio de ese año se ordenó iniciar el juicio en su contra; sin embargo, en reunión con ejecutivos de la FNCA en la cual fue analizado el caso, el presidente Bush (padre) expresó que si tenía que valerse de su cargo para resolver el problema, lo haría. Efectivamente, en 1989 Bosch salió en libertad».

Autores confesos del crimen de Barbados, Bosch y Posada Carriles se ufanaron siempre de sus tenebrosos historiales, a pesar de los cuales se pasearon libremente por las calles de Miami, refugio seguro para terroristas, donde ambos murieron tranquilamente sin pagar por ese y otros horrendos  crímenes  que sembraron el luto en el corazón del pueblo donde nunca debieron haber nacido.

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