José Ramón: Más de cinco décadas junto al barrio

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Mongo, como cariñosamente llaman a José Ramón Román Guzmán es fundador de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). A propósito de conmemorarse un nuevo aniversario de esta organización accedió a conversar con Trabajadores

Han pasado casi seis décadas desde que Mongo, como cariñosamente llaman a José Ramón Román Guzmán, llegó al municipio Pinar del Río. Apenas tenía 14 años cuando abandonó al barrio Lajas, ubicado en entronque de Herradura, para vivir con su tía y trabajar en una bodega que administraba el esposo.

Hasta los 16 años vivió en la calle Antonio Rubio, entre Osmany Arenado y 20 de Mayo. Después tuvo viviendas en otras direcciones junto a su madre, y en 1957 regresó al barrio que llamaría hogar hasta el día de hoy: Osmany Arenado, entre Antonio Rubio y Pedro Téllez (CDR #6 José Martí).

Como a la gran mayoría, le sorprendió la Revolución con ánimos de cambio para el porvenir. No dudó en sumarse al proceso vanguardista y dejar su huella en la lucha contra bandidos.

“Soy fundador de las Milicias Nacionales de la Revolución. Fue a mediados de noviembre que fuimos reclutados para asumir nuestra preparación. Fui sargento de mi pelotón que sumaba a una treintena de combatientes y estuve ubicado en la parte norte del Escambray. Estuvimos tres meses hasta nuestro regreso el 17 de febrero de 1962”.

Cubano digno y revolucionario

La disposición es una de sus mayores cualidades. Confianza ciega que no precisaba preguntas o argumentos. Donde se necesitaba podía ser encontrado ocupando la primera fila. Por eso no dudó en dar el paso al frente para fundar los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).

“La primera orientación era que su alcance abarcaría la zona. Pero después quedó a nivel de cuadra. En este barrio fui el primer presidente y mi esposa la organizadora”.

En un papel mantiene anotado los cargos ocupados por los cederistas que lo acompañaron durante 57 años, mas solo él se mantuvo firme durante todo ese tiempo.

“Desde un inicio la vigilancia era lo primero. Dos compañeros recorrían la zona, velando la seguridad de los centros laborales y de los hogares. Además hacíamos trabajos voluntarios de limpieza y embellecimiento de la cuadra, trabajo político-ideológico con la juventud a través de charlas, aportes productivos en el despalillo de tabaco, en la pizzería La Terrazina, hubo quien apoyó en labores de enfermería”.

Mongo relata cuidadosamente cómo convocaba a los vecinos para despalillar tabaco en el exterior del estadio de pelota. En un cuarto guarda celosamente los membretes y condecoraciones que los avalaban como un colectivo destacado en cada una de las acciones que acometían.

“Había mucho ánimo. En las fechas festivas las cuadras se adornaban con banderillas de colores. Cada cual aportaba lo que podía para el ajiaco, y los vecinos eran como familia, lo compartían todo. Los muchachos halaban la cuerda o hacían carreras de sacos. Era una gran fiesta”.

Mientras conversábamos, en mi mente revivían algunos recuerdos de la infancia: mi mamá recorría las calles a oscuras, dando la vuelta a la manzana, junto con otro vecino; la algarabía por la asignación del teléfono; la caldosa del 28 o el aporte para la fiesta; los poemas que debíamos declamar, bien uniformados, los estudiantes.

Pero en el barrio Mongo tenía incluso más detalles: “Cuando una mujer daba a luz y retornaba a su casa le hacíamos una actividad de bienvenida al nuevo inquilino y le tirábamos una fotografía a la madre con el muchachito. Además, todavía hoy, cuando un vecino cumple años yo lo llamo por teléfono para felicitarlo”.

Este líder de barrio tiene innumerables diplomas, medallas y reconocimientos que avalan su destacada trayectoria. A lo largo de estas casi seis décadas realizó 36 donaciones de sangre y más de 500 verificaciones en la zona 12 del consejo popular Capitán San Luis, al cual pertenece.

Quizás muchos extrañan el jolgorio de antaño, sobre todo en aquellos lugares donde el  ánimo cederista ha decaído. Unos atañen las causas a la falta de emulación, a la celeridad de los nuevos tiempos, o a otros motivos. Pero conversar con Mongo, me hizo comprender que al igual que la célula, invisible a simple vista u obviada por casi todos, es vital para el funcionamiento del organismo llamado sociedad.

Los CDR son una organización concebida para interconectar a todos los individuos de nuestra comunidad, para convertir en una gran familia a esas personas que conviven en un mismo espacio a pesar de su credo, raza, sexo, sexualidad o condición social. Es la verdadera expresión de la unidad de todo el pueblo.

Perderla o subvalorarla sería aislarnos en una burbuja invisible y perder la esencia que nos caracteriza. Por eso agradezco a Mongo que con sus 92 años aún apoye a quienes asumen el nuevo reto de unir con hilos invisibles el tejido que somos y me sumo a su clamor: “Que el CDR tenga su frente bien definido para que pueda cumplirlo. De lo contrario no hay avance”.

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