Felo (+ Video y Fotos)

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Desde el anonimato del silencio, Felo luce como un gallego de ciudad. Blanco, delgado, bajito; manos de dedos finos y ojos medio oscuros, o medio claros. Pero ese silencio que pudiera ocultar su cubanía es menos que efímero porque Felo habla siempre. Es rápido y ágil con las palabras, casi como si le fuera imposible retenerlas. Estas revelan lo que en verdad es él, justo como lo hacen las botas negras largas, el sombrero y el machete que cuelga en su cintura.

Felo a la entrada del Bosque Martiano del Ariguanabo. Foto: De la autora
Felo a la entrada del Bosque Martiano del Ariguanabo. Foto: De la autora

Con más de 70 años destroza cualquier estereotipo formado por el imaginario popular acerca del hombre de campo. Es extrovertido, zalamero y culto, muy culto. Conoce al dedillo la historia de Cuba y los secretos de la tierra. No le huye a las anécdotas de discrepancias entre Martí, Gómez y Maceo y entiende que los jóvenes no son el futuro, sino el presente.

Hizo de un basurero, de unas tierras abandonadas en las afueras de San Antonio de los Baños el célebre Bosque Martiano del Ariguanabo, donde están sembradas todas las especies de árboles que el apóstol José Martí describe en su diario de campaña. Hasta allí llegan, todos los años, miles de visitantes nacionales y extranjeros.

Y también, todos los años, va algún grupo para sembrar un árbol con sus propias manos. Una especie de peregrinaje no solo como recordación y tributo a las hazañas pasadas, sino como forma de perpetuar lo que poco a poco se transforma en eso que algunas llaman tradición.

Una parte del bosque recuerda la histórica reunión de La Mejorana. Foto: De la autora
Una parte del bosque recuerda la histórica reunión de La Mejorana. Foto: De la autora

“Aquí la entrada es gratis y todo esto duerme solo”, repite una y otra vez Felo, con esa energía inusual para un hombre de su edad. Lo dice con un orgullo casi desmedido porque sabe que esos detalles —que en otra época fueran información consabida e insignificante— esbozan uno de los trazos que complementan el país que a rato soñamos: Disfrutar de la historia no tiene precio y la naturaleza y la tierra son sagradas.

El 19 de mayo de 1994 Rafael Rodríguez Ortiz (Felo) sembró las primeras especies, iniciando así la conquista de los que parecía imposible. A más de 50 variedades de árboles hace referencia el Héroe Nacional en su diario. Todas había que localizarlas, trasladar las posturas al lugar de donde fuera que estuvieran y encima, lograr que crecieran.

Ahí está el bosque como prueba de que, con voluntad, deseo y perseverancia son posibles casi todas las cosas; y hoy, ese altar de la historia y la naturaleza se ha trascendido a sí mismo o, más bien, Felo —como casi todos los hombres sabios— ha expandido las raíces de su idea original.

Sucesos como la reunión de La Mejorana, el desembarco del yate Granma o el encuentro de Fidel y Raúl en Cinco Palmas son reflejados, casi como pequeñas obras de arte esculpidas en piedra o talladas en árboles, en diferentes espacios de este bosque que, sin dejar de ser martiano, va ganando la universalidad de lo cubano.

Dice Felo que a él “todo el mundo lo ayuda”. A las instituciones políticas y culturales las acompañan los pobladores de la localidad que, ni siquiera por el placer de la fruta madura al alcance de una mano —o de una piedra—, osan mancillar eso que, con sus propias manos ha edificado uno de los suyos para todos ellos.

El bosque martiano del Ariguanabo ha crecido y seguramente seguirá creciendo. Pero su mística, esa que va más allá de la historia y de la naturaleza, tiene el nombre de un campesino: Felo.

Para Felo el futuro de Cuba está en la tierra. Foto: De la autora
Para Felo el futuro de Cuba está en la tierra. Foto: De la autora

 

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