Siempre se puede más

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Por Víctor Joaquín Ortega

Glorias del Deporte, Glorias Deportivas. Palabras enlazadas en noticias, comentarios, reportajes, crónicas, entrevistas… y que hacen vibrar mucho más desde cuartillas y micrófonos.  Esos atletas estremecieron las tribunas, a los televidentes, a los radioescuchas, y hasta a personas con menor dominio y apasionamiento sobre las lides del músculo.

A dichos deportistas no debemos atarlos a medallas,  marcas y trofeos. Detrás de los combates, vencieran o no, ¡cuánto de sacrifico, de entrega, de amor!

Abiertas las puertas del ámbito cada vez más a partir de 1959, roto el muro que lo separaba de las masas, unida la masividad y el uso de la técnica y la ciencia, la cultura física se vistió de pueblo aquí, y sus representantes fueron embajadores especiales y espejos, vencedores del bloqueo yanqui y de errores propios, y lograron alimentar el patriotismo, la virtud latinoamericana, y lo mejor: la gente de abajo, que son la verdadera cima.

El movimiento deportivo de la Cuba nueva tuvo gran apoyo, con decisivo peso en lo espiritual. En esos primeros pasos, lo material, no obstante el avance en relación con la vieja sociedad, estaba bastante lejos de lo que hoy tenemos sin que sea un paraíso.

Sin embargo, no puede negarse que ha existido una baja en ese sentido. El brillo de las preseas por encima de lo humano en algunos casos, pasos burocráticos en otros, la espalda ante el revés, incluso el olvido. Fidel arremetió en varias oportunidades contra estos desatinos de los que no escaparon funcionarios, organizaciones, organismos, medios  de comunicación y parte de la afición mordida por el fanatismo y el championismo.

Surgiría la Comisión Nacional de Atención  a Atletas y las glorias pasaron al lugar primario, aunque tardó demasiado en aparecer. Ha intentado fortalecer la querencia y el respeto necesarios. Cierta alza, sin ser suficiente. Lo peor: hay quien cree que con las justas y dialécticas transformaciones del sector, la remuneración, los contratos en filas importantes, ya está resuelto todo.

No siempre lo espiritual ha alcanzado el escalón imprescindible para dotarnos de antivirus protectores ante tanta infección, de la que no se salva ni el olimpismo mundial.

Por ejemplo, el centenario de Martín Dihigo no lo celebramos como lo merecía ni se ha nombrado así a una instalación. Pero no es el único as que sufre ese soslayar. ¿Por qué la Escuela Nacional de Voleibol  y el Coliseo de la Ciudad Deportiva no llevan el nombre de figuras destacadas? ¿Por qué  Eugenio George y Teófilo Stevenson no tuvieron al morir un adiós al nivel del gran músico Juan Formell? ¿Por qué a magníficos deportistas y entrenadores se les debe un acto de retiro a la altura del que se le ofreció a Pedro Luis Lazo?

Hay más y se me acaba el espacio. Y no puedo dejar de agregar que nos falta muchísimo todavía. Y urge recorrerlo a plenitud y con zancadas firmes.

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