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¿Magia? No, robo

Uno de los datos más reveladores que escuché en la todavía reciente sesión extraordinaria de nuestro Parlamento lo ofreció el viceministro primero de Economía y Planificación, René Hernández Castellanos, ante la Comisión de Asuntos Económicos.

De acuerdo con el alto funcionario, el promedio de venta de combustible por vehículo privado con licencia de transportación solo alcanzó 0,483 litros diarios hasta abril del 2018 en toda Cuba.

Dicho de otro modo, todos esos carros particulares repletos de pasaje que vemos recorrer las calles durante el día y la noche, lo hacen solamente con poco menos de medio litro de combustible por cada jornada…

¿Magia? ¿Acaso hemos descubierto en nuestro país los motores de combustión interna más eficientes del universo? Me temo que no, lamentablemente.

Esa ridícula facturación por los casi 16 mil vehículos con licencia de transportación masiva indica, claramente, que hay desvío y robo de combustible de otros orígenes que va a parar a los tanques de los porteadores privados.

Y ya sabemos qué entidades son las que manejan la mayor cantidad de portadores energéticos en nuestro país: las que nos pertenecen a toda la ciudadanía, representada por el Estado, y operadas y administradas por trabajadores y directivos, que nos deben, a toda la población, explicaciones.

Todavía, definitivamente, el control de combustible en el sector estatal de la economía es una asignatura pendiente. La absurda cantidad de menos de medio litro diario con que trabajan los transportistas particulares lo está diciendo a gritos.

Pero ojo, no quiere decir esto que sean los poseedores de esos vehículos los únicos ni los mayores responsables de este manejo ilícito, ni que la solución del problema sea emprenderla contra la actividad que ellos realizan.

Ya sabemos que a veces caemos en la tentación de botar el sofá, en lugar de resolver la cuestión del adulterio. Las acciones tienen que ir hacia el cierre del grifo del combustible estatal para realizar labores en función del lucro individual.

Es en los organismos, empresas y otras instituciones donde hay que revisar muy bien el empleo del combustible y los destinos que toma. Todo el combustible, el de todos los vehículos, sea cual sea la responsabilidad de quien lo tenga asignado para su utilización. Y este énfasis casi redundante, no lo hago por gusto.

Solo cuando ese suministro subterráneo cese, los transportistas particulares tendrán que ir al servicentro a comprar y echar petróleo o gasolina en sus tanques.

Que nadie se crea ese cuento de choferes prestidigitadores con autos milagrosos que pueden recorrer kilómetros y kilómetros con la compra promedio en el país de 0,483 litros —menos de medio litro— de combustible al día. ¿Magia? No, robo.

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