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Mañana será tarde

Casi resulta extraño para los cubanos poner la radio o la televisión al despertar y no escuchar la infausta noticia de un accidente de tránsito, con cifras de muertos y lesionados que desgarran el alma y laceran los sentimientos.

Uno de los más recientes, el ocurrido en el kilómetro 268 de la Autopista Nacional, en el que fallecieron seis personas y entre ellas una niña, me indujo a escribir nuevamente sobre el tema.

Pero mientras meditaba en un asunto tan sensible y en los aspectos a abordar, sucedió otro en Santiago de Cuba, al salirse de la vía un camión que formaba parte del entramado logístico del giro ciclístico de Baracoa a La Habana. Sencillamente, es uno detrás de otro.

No cuento con las cifras que reflejan de modo cuantitativo el comportamiento de la accidentalidad vial en Cuba el pasado año. Con solo imaginarlas basta. Para quienes las analizan con asiduidad deben ser alarmantes, y motivar a reflexiones, que si hasta el momento poco o nada han resuelto, sí deben conducir a medidas más adecuadas y enérgicas para que las vías en el archipiélago no sigan siendo verdaderas junglas en las que transitar deviene reto con alto peligro para la vida.

Vayamos por partes.

Ante todo, resulta evidente una impunidad desmedida de los conductores de todo tipo de vehículo (incluyo a los de tracción animal). Muchos —y es fácil apreciarlo— se sienten dueños de las calles, avenidas y carreteras, no se detienen en los pares y zonas con semáforos y circulan a exceso de velocidad o contra el tráfico y, por lo general, en ese momento no hay una autoridad, léase patrullero, que los detecte y multe con severidad, sobre todo en el horario nocturno.

Párrafo aparte merece la ingestión de bebidas alcohólicas mientras se conduce o se va a conducir. Las medidas establecidas para contrarrestar esa actitud irresponsable no son aún suficientes para frenarla o al menos disminuirla de modo notable. Se requieren disposiciones aún más estrictas y mayor cantidad de controles de alcoholemia en las vías, principalmente en los días festivos y el verano o durante las fiestas populares y carnavalescas.

¿Y qué decir de las carreteras? Lo que se exprese será siempre poco. La inmensa mayoría de estas se ven destruidas. La principal, la Autopista Nacional, que une a varias provincias del país tiene badenes y baches que ya son verdaderos cráteres, en los que muchos han caído, perdido el control del vehículo o en el mejor de los casos tuvieron afectaciones serias en las gomas y llantas y el sistema de dirección.

Cierto es, como afirmó un colega en un comentario publicado recientemente sobre ese asunto, reparar, que tanto las necesitan, la vía principal del país y las carreteras denominadas “de interés nacional”, o sea, las más usadas y que comunican ciudades y localidades importantes, le costaría al país millones de pesos y miles de toneladas de mezcla asfáltica. También es verdad que el paso del huracán Irma estremeció el arca financiera de la nación y que persiste la crisis económica, pero algo hay que hacer para al menos, “coger” los baches o señalizarlos de manera tal que los conductores se percaten a tiempo y no caigan estrepitosamente en estos.

Otro problema que persiste por años sin una acción consecuente y permanente es el de los animales sueltos en las vías. ¿Hasta cuándo?, hay que preguntarse. Solo se ejecutan acciones esporádicas. Pocos días después todo se olvida y aparece de nuevo el peligro en las carreteras. ¿Quién debe ocuparse de eso: los directivos de las unidades ganaderas, los campesinos, la Policía…? Pienso que todos, de manera unida, sin culparse unos a los otros o quitarse responsabilidades con justificaciones estériles. Eso sí, la preocupación tiene que ser constante, de día y de noche, los fines de semana y las jornadas feriadas, sin excepción. Avergüenza, sinceramente, convivir aún con esa situación.

A quienes les corresponda deben analizar con profundidad lo que ocurre con la accidentalidad vial en el país y tomar cartas más serias en el asunto, con energía y decisiones que se hagan sentir en mayor medida.

Si la solución está en recrudecer las penalizaciones por violar lo establecido, habrá que reevaluar la ley. Lo que no puede persistir es lo que pasa hoy. Y desterremos la argumentación de que “en todos los lugares del mundo suceden incidentes en la vía”. Esa es una afirmación facilista.

Las carreteras de Cuba son nuestras y los que más mueren y se lesionan son nuestros conciudadanos. Actuemos ahora o mañana seguirá siendo demasiado tarde.

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