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Entre el folletín y la arenga

Ante la magnificencia de la puesta en pantalla de Lado a lado, la telenovela brasileña que concluyó por Cubavisión, no queda más remedio que quitarse el sombrero. Los valores de los diseños de decorados y vestuario, la iluminación, la fotografía… son tan evidentes, que no insistiremos demasiado en ellos.

Patricia Pillar “bordó” su personaje.

Los estándares de la producción de dramatizados en Brasil nada tienen que envidiar a la mejor televisión que se hace ahora mismo en el mundo. Pero esa calidad va más allá de cuestiones puramente técnicas: hay arte, mucho arte a la hora de “armar” una escena: la “coreografía” de los actores, la manera en que se ubican y mueven las cámaras, las dinámicas con los planos, el “diálogo” entre lo que se dice y lo que se ve…

La televisora Globo hace de esa visualidad tan singular de principios del siglo XX un espectáculo gratificante. Pero una telenovela es mucho más que su puesta. Lado a lado hizo suyas varias demandas sociales, causas y reivindicaciones históricas que, en principio, son pertinentes: la lucha contra el racismo y por la emancipación y empoderamiento de la mujer, el reconocimiento de la naturaleza mestiza de la cultura brasileña… Son temas que una y otra vez han asumido los dramatizados de ese país, y el enfoque suele ser acertado.

Pero el problema está en las dosis y en los énfasis: Lado a lado forzó las lógicas del folletín y de la época que recrea para enarbolar ese discurso. Al final “machacó” con cierto didactismo y cierto tono arengador que bordearon la propaganda. Hubo situaciones y hasta personajes que parecen insólitos a principios del siglo pasado. Hay conceptos en boca de los protagonistas que alcanzaron su definición justa muchos años después. Si no se hubiera insistido en el “realismo”, en el “historicismo” de la narración, no se hubieran notado tanto las inconsecuencias. No significa que una telenovela no pueda asumir estos discursos.

Es más, hay que aplaudir ese interés por ir más allá de la sempiterna historia de amor e interesarse por problemáticas sociales. Fue también afortunado el tránsito que se propuso en la escena final entre dos épocas y dos contextos: las luchas de hoy tienen su semilla en las de ayer. Pero aquí faltó sutileza. El mismo armazón dramático no fue del todo firme, algo muy notable en los capítulos finales.

Es muy posible que la edición internacional haya mutilado más de la cuenta (eso suele suceder), pero muchos de los conflictos (incluso, conflictos “complejizados” a última hora, como en el internamiento de Laura en el sanatorio) fueron solucionados muy fácilmente, de correcorre, “matando y salando”. La eficacia de los actores es siempre punto fuerte de las telenovelas brasileñas (aunque el doblaje suele ayudar bastante); pero entre todas las buenas interpretaciones habría que destacar la de Patricia Pillar.

Su villana ha sido un deleite, de principio a fin, y no solo por la proverbial belleza de la actriz, sino por el maravilloso espectro de sus habilidades. Terminó Lado a lado y comienza Fina estampa (Globo, 2011, Aguinaldo Silva). La telenovela brasileña sigue siendo un puntal de nuestra programación.

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