Ni rendición ni derrota

Ni rendición ni derrota

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El rotundo “No nos entendemos” con que en Baraguá, el 15 de marzo de 1878 el mayor general Antonio Maceo puso término a su entrevista con el general español Arsenio Martínez Campos, expresaba el sentir del más de millar y medio de hombres bajo su mando ante el oneroso pacto que, firmado el 10 de febrero de ese año en el Zanjón, echaba por tierra los objetivos por los cuales los cubanos se habían lanzado a la lucha armada por la conquista de la independencia y la total abolición de la esclavitud.

La decisión de Maceo y sus seguidores demostraba que para ellos continuar la guerra constituía el único acuerdo posible con el enemigo. La rebeldía e intransigencia revolucionaria demostradas con aquel acto de protesta, se contraponía a la inconsecuente actitud de quienes abandonaban la lucha sin que se hubieran alcanzado los objetivos supremos enarbolados el 10 de octubre de 1868.

A pesar de no contar con la necesaria ayuda externa, y carecer de armas, municiones, ropa y alimentos, Maceo y sus hombres se sintieron en el deber moral de no transigir en sus principios, actitud por la cual Martí calificó Baraguá como uno de los hechos más gloriosos de nuestra historia.

Salvar el honor patrio

La postura asumida por Maceo y sus hombres ante el vergonzoso acto de deponer las armas, demostró al propio jefe español participante en el Zanjón, y al mundo, que quienes se abrogaron el derecho de hacerlo no representaban en modo alguno los intereses y posiciones de la generalidad, porque numerosos combatientes no renunciaban a sus ideales ni rendían sus armas sin obtener, como condición mínima, el cese del infamante régimen esclavista.

La Protesta de Baraguá fue la confirmación del amor a la independencia y a la justicia social. Pero aquella revolución estaba herida de muerte a causa del regionalismo, las indisciplinas y los intereses personales, generadores de discordias y desalientos entre los participantes en aquella gesta que no obstante haber sido convocada por las figuras más progresistas y radicales de la burguesía criolla, fue abrazada por las capas más humildes de la población, entre ellas el negro esclavo.

Representó, asimismo, el sentir de numerosos patriotas persuadidos de la necesidad de unir los comunes esfuerzos y organizarse para proseguir la obra, frente a un adversario que, liberado ya de las guerras internas que acapararon su atención durante varios años, dedicó numerosos hombres y recursos a pacificar la isla, y para lograrlo recurrió a uno de sus más eficientes generales, Arsenio Martínez Campos, quien conocedor de que no podría vencer al Ejército Libertador en el campo de batalla, puso todo su empeño en minar su moral a partir de sus propias contradicciones internas y realidades objetivas.

Aquel 15 de marzo, Maceo y sus seguidores no solo salvaron su honor como combatientes, sino que enaltecieron el de Cuba al demostrar que, desde el primer intento independentista, sus hijos jamás han sido ni vencidos ni derrotados. Así lo manifestó Fidel en ocasión del centenario del histórico gesto: “(…) con la Protesta de Baraguá llegó a su punto más alto, llegó a su clímax, llegó a su cumbre el espíritu patriótico de nuestro pueblo; y que las banderas de la Patria y de la revolución, de la verdadera revolución, con independencia y con justicia social, fueron colocadas en su sitial más alto”.

Acerca del autor

Graduada de Licenciatura en Periodismo, en 1972.
Trabajó en el Centro de Estudios de Historia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el desaparecido periódico Bastión, y como editora en la Casa Editorial Verde Olivo, ambos también de las FAR. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico Trabajadores.
Ha publicado varios libros en calidad de autora y otros como coautora.
Especializada en temas de la historia de Cuba y del movimiento sindical cubano.

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