Icono del sitio Trabajadores

Falleció Martinto, Héroe machetero

Dimas Ramón Martinto Brown no siempre se llamó así. Su padre, jamaicano de nacimiento y quien había llegado a Cuba luego de convulsos sucesos revolucionarios en su país, hizo aquí familia y puso por nombre Dimas Ramón al más pequeño de sus cuatro hijos.

| foto: José R. Rodríguez Robleda

Pero razones que se pierden en el tiempo impulsaron el regreso del padre a su tierra y quedaron los muchachos al amparo de María Ernestina Martinto, la madre tremenda.

Cuatro veces regresó Jaime Brown a buscar al niño, y la vieja, en su defensa, y para evitar perderlo, invirtió sus apellidos; desde entonces se nombró Dimas Ramón Martinto Brown. Así lo conocí.

Pobre, pero honrado

“Mamá siempre nos hablaba del viejo —aseguraba Martinto—. Nos decía que era un hombre bueno, un cortador de caña que en Cuba se vio aplastado por la miseria y regresó a su tierra, vaya usted a saber si con la intención de retornar definitivamente algún día. Yo no lo conocí, y ese es mi único dolor, no haber tenido un padre”.

Desde entonces María Ernestina, doméstica de casa de gente rica en el exclusivo reparto Miramar, multiplicó sus esfuerzos para llevar adelante la familia, “siempre con una divisa superior: pobres, pero honrados”, rememora Martinto. En 1960 llegó como estibador al sector del comercio, y en 1961 —por embullo— marchó a Chambas, en Camagüey, a su primera zafra azucarera, a la leyenda.

Su gran decisión

Esa fue su gran decisión, pues a partir de ahí, poco a poco, y a fuerza de un extraordinario sacrificio, Martinto comenzó a tejer su heroica historia, en la que primó el pensamiento de que “siempre hay que estar haciendo algo, de lo contrario hasta los huesos te duelen”.

Al finalizar la zafra en 1962, el joven, fuerte a más no poder pero carente de la habilidad necesaria para empeños mayores, sumó solo 17 mil arrobas de caña cortada. En 1964 cortó 65 mil arrobas, y en agosto de 1969 inició la contienda más larga de su vida, concluida en julio de 1970. “Cuando Fidel anunció que los 10 millones de toneladas de azúcar no iban, ¡qué frustración!”.

Al año siguiente, como miembro ya de una brigada de alta productividad, Martinto llegó a las 192 mil arrobas y tres años después logró 301 mil 165, su récord personal, y con el que se convertía en uno de los grandes del corte manual en Cuba.

Tal fue la virtud desplegada, y tantos sus resultados productivos, que en 1983, en Santiago de Cuba, en el acto por el aniversario 30 del ataque al cuartel Moncada, cuando se otorgó el Título Honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, Fidel puso sobre su pecho la estrella acreditativa. Su modestia no le impide el orgullo: “Ese es mi mayor privilegio, ser de los primeros”.

Su mejor obra

Eran años de abnegado esfuerzo mocha en mano. Su fama crecía, y también las hazañas de su brigada Evelio Rodríguez Curbelo, de la que fue jefe desde 1976, dos años después de su fundación.

“Con ese grupo hice realidad mis sueños; en 33 zafras cortamos 128 millones de arrobas, algo casi imposible. Allí completé mi zafra 46 y los 4 millones 745 mil arrobas de por vida, mi mejor obra”.

Una vida de contrastes

La ruda vida de machetero obligó a Martinto a olvidar su deseo juvenil de convertirse en pelotero famoso. Le encantaba el baile. Nunca fumó. Entraba cada día al corte con cuatro mochas bien afiladitas, pero nunca gustó de amolarlas. “Yo le daba mis cigarros a quien me afilara las mochas”.

Su hablar pausado, suave, y su carácter —más bien dado a la timidez— rivalizaban con el vigor que desplegaba en el corte y con sus manos grandes, corpulentas, que delataban al gran machetero. La pasada semana nos llegó la triste noticia. El cañaveral está de luto: murió Martinto, el Héroe.

Compartir...
Salir de la versión móvil