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El sublime legado de Perucho

Muy lejos estaba de imaginar Perucho que la música por él compuesta en la noche del 13 de agosto de 1867, a la cual puso letra el 20 de octubre de 1868, llegaría a convertirse en la obra musical cubana más tocada y cantada de todos los tiempos, y sería proclamada himno de la patria, como fruto de la decisión de los hijos de este archipiélago de liberarse del yugo colonial español.

Ilustración: Elsy Frómeta

 

En el último verso de la primera estrofa Perucho escribió: “que morir por la patria, es vivir”, y así lo expresó una vez más cuando, prisionero de los españoles y condenado a muerte, era conducido ante el pelotón de fusilamiento.

Culto, sensible y patriota

Nacido en Bayamo, el 18 de febrero de 1818, en el seno de una familia ilustre y rica encabezada por Ángel Figueredo y Eulalia Cisneros, cursó los primeros estudios, incluidos los de piano y violín, en el Convento de Santo Domingo; en la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana, donde en 1838 se tituló como bachiller en Filosofía, tras lo cual inició estudios de bachiller en Derecho y para contribuir a sufragarlos se dedicó a afinar pianos.

Concluyó su segundo bachillerato en 1840, y al año siguiente se trasladó a España para ingresar a la Universidad de Barcelona, primero, y a la Universidad Central de Madrid, después, de donde egresó con el título de abogado, el 5 de enero de 1844. De regreso en Bayamo, luego de recorrer durante varios meses distintos países de Europa, se dedicó a administrar las propiedades familiares, y en esas funciones trató de aliviar las condiciones de vida de los esclavos, a algunos de los cuales concedió la libertad.

En 1845 contrajo matrimonio con Isabel Vázquez Moreno, de cuya unión nacieron 11 hijos; tres años más tarde fue designado alcalde ordinario segundo de Bayamo. En unión de Carlos Manuel de Céspedes del Castillo, con quien iniciara profunda amistad en 1851, fundó la sociedad cultural La Filarmónica, a la cual se sumaron otros destacados intelectuales bayameses, entre ellos Juan Clemente Zenea, José Fornaris, José Joaquín Palma y José María Izaguirre.

Al año siguiente lo designaron regidor del ayuntamiento y delegado de la Marina, y en 1853, ante las sospechas de infidelidad que sobre él recaían, para evitar la deportación se trasladó a La Habana. En 1858, tras morir el padre, retornó al terruño natal, mas poco después, por opinar sobre la incompetencia del alcalde, fue condenado a 14 meses de reclusión domiciliaria, tiempo en el que, además de mantener comunicación secreta con Carlos Manuel de Céspedes, se dedicó a componer música, escribir artículos acerca de la cultura cubana y estudiar arte militar.

En 1867, Francisco Vicente Aguilera fundó la logia masónica Redención, en la cual confluyeron aquellos que, conscientes de que la libertad de la patria solo podría conquistarse mediante las armas, se pronunciaban por la lucha independentista.

El punto de reunión era el hogar de Perucho, donde el 12 de agosto de ese año se encontraron para constituir el Comité Revolucionario de Bayamo, oficialmente fundado la noche siguiente, en la casa de Aguilera, con este como presidente; Francisco Maceo Osorio, secretario, y Perucho, vocal. En esa ocasión, los participantes pidieron a Perucho que compusiera un himno; de ello se ocupó esa misma noche y lo tituló La Bayamesa.

Al día siguiente, en su vivienda, lo interpretó al piano en presencia de los asistentes a la presentación del referido comité. De profundo sentimiento independentista, Perucho Figueredo no dudó en sumarse a la revolución iniciada por Céspedes el 10 de octubre de 1868. Por ello, en unión de José Maceo Osorio y Donato Mármol, en su ingenio Las Mangas organizó a los bayameses comprometidos, armados con rifles, machetes y lanzas de yaya, y les aseguró que con Céspedes marcharía “a la gloria o al cadalso”. Reunido con este en Barranca, el día 15, ambos y el dominicano Luis Marcano planificaron la toma de Bayamo; Perucho fue nombrado jefe del estado mayor del Ejército Libertador.

Rumbo a esa ciudad partió al día siguiente, con 200 hombres armados y su hija Candelaria, de 17 años de edad, como abanderada. Durante tres días, del 18 al 20, se combatió en Bayamo, donde la guarnición española, bajo el mando del coronel Julián Udaeta, gobernador militar de la ciudad, fue derrotada. De acuerdo con la leyenda, ese último día, montado sobre su caballo, Perucho puso letra a la música que compusiera 14 meses antes, y los bayameses la cantaron a viva voz; era aquella que al escucharla, el 11 de junio de 1868, durante el Te Deum con motivo de la festividad del Corpus Christi, llevó a Udaeta a expresarle a Perucho que la pieza tenía “mucho de lo triste y dulce que se cantaba por Bayamo” y a veces era “como una música de guerra que enardece el corazón”.

Víctima de una traición

El mando español se lanzó a recuperar Bayamo. Ante la inminente caída de su ciudad en poder del enemigo, los habitantes optaron por quemarla el 12 de enero de 1869. La familia de Perucho se refugió en la finca de un primo suyo nombrado Luis, y al saber que esa propiedad había sido atacada por los españoles el 18 de junio, hacia allí se encaminaron.

Los familiares de Perucho se habían internado en los bosques. Encontrados por Luis, fueron escondidos en la finca Santa Rosa de Cabaiguán, donde el 3 de agosto se les unió Perucho, quien tenía los pies destrozados y padecía de fiebre tifoidea. Como su estado empeoraba, siete días más tarde la esposa pidió ayuda a Luis Tamayo, antiguo soldado de las tropas de Perucho, que al ser capturado por una patrulla española traicionó a su exjefe, y el 12 de agosto condujo al enemigo al sitio donde se encontraba el entonces desvalido patriota.

Perucho solo pudo ser detenido tras agotársele las balas de su revólver, y un intento de suicidio frustrado por su debilidad física. Conducido a Jobabo amarrado a un caballo, en una cañonera fue trasladado a Santiago de Cuba, donde un tribunal militar lo acusó de traidor y lo condenó a muerte, sentencia ejecutada el 17 de agosto de 1870. Con él fueron ultimados los también patriotas Rodrigo e Ignacio Tamayo, padre e hijo.

Así murió aquel hombre culto, sensible, antiesclavista y amante de la libertad y su familia, que cuando era conducido al lugar donde sería fusilado, sin apenas poder caminar debido a las llagas en los pies y la debilidad que lo aquejaban, supo erguirse y espetar al adversario: “Morir por la patria es vivir”, como indicara en los versos de la melodía por él compuesta, la cual al establecerse el 5 de noviembre de 1900, la Asamblea Constituyente proclamó Himno Nacional cubano, ese que inflama nuestros corazones y nos hace sentir orgullosos de haber nacido en esta tierra. Ese es el sublime legado de Perucho.

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