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Celia, pasión y entrega

Profundamente martiana, Celia Sánchez Manduley hizo a un lado su acomodada clase social y unió su vida a la de los humildes, lo cual le proporcionó sinsabores, alegrías, sobresaltos y peligros en un quehacer clandestino que se prolongó hasta mediados de 1957, cuando definitivamente se sumó a la guerrilla comandada por Fidel Castro Ruz en la Sierra Maestra.

Tal postura se correspondía con una activa militancia ortodoxa, la total comprensión de la problemática nacional y el convencimiento de que esta solo podía ser resuelta mediante la lucha armada.

Por esas razones brindó su ayuda y apoyo a los jóvenes que sufrían prisión por haber participado en las acciones del 26 de julio de 1953, dirigidas por Fidel contra los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente. No dudó en incorporarse al Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7), fundado en junio de 1955, a pocas semanas de ser puestos en libertad los asaltantes gracias a una campaña popular de grandes proporciones.

A ella confió Frank País los preparativos de la recepción de la expedición del Granma. Ante el revés que siguió al demorado desembarco, mantuvo la esperanza de que no todo estuviera perdido, y cuando días después recibió la noticia de que Fidel se hallaba en la finca Cinco Palmas, envió hacia allá “(…) los primeros víveres, las primeras ropas, el primer dinero”, como señalara oportunamente el Comandante en Jefe.

Indeleble huella

No fue hasta el 16 de febrero de 1957 que pudo satisfacer sus ansias de conocer a Fidel. El encuentro con el líder revolucionario tuvo lugar en las estribaciones de la Sierra Maestra, adonde acudió en compañía de Frank País para participar en una reunión de la dirección nacional del MR-26-7.

Por su sencillez, modestia, franqueza, lealtad y contagioso entusiasmo, dejó una indeleble huella en cuantos tuvieron la oportunidad de conocerla. Para quienes compartieron con ella los rigores de la lucha armada, fue la compañera preocupada porque no les faltara lo imprescindible, la que pacientemente les escuchaba hasta el más intrascendente de los problemas; la que, enemiga de la hipocresía y la traición, convencía con su ejemplo.

Así la apreció su pueblo, junto al cual vibró en los instantes de alegría o peligro; sufrió la muerte de los compañeros caídos en defensa del proceso, se irguió indignada ante cada agresión enemiga, coreó feliz la consigna ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!, y por la cual trabajó incansablemente hasta el último aliento.

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