El Uno en plural

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Fidel había llenado el saco de azúcar del sexto millón, en la zafra de 1965, la mayor hasta entonces desde los  tiempos de la neocolonia, y con ese motivo se convocó a un acto multitudinario en Puerto Padre, en el  central Antonio Guiteras, antiguo  Delicias. Además de los cañeros  se reunieron allí otros trabajadores, como los portuarios del cayo  Juan Claro. Uno de ellos, un fornido obrero de piel negrísima, gritó:  “¡Fidel, tú eres el uno! ¡Fidel, tú  eres el uno!”

Fidel en el Palacio de las Convenciones. Foto: Ismael Francisco/Cubadebate.

Al escucharlo, en medio de la muchedumbre, el Comandante en Jefe preguntó a Orlando Borrego, que estaba a su lado: “¿Qué dice?”. Y la respuesta fue: “Están diciendo que usted es el uno”. “¿Y eso por  qué?”, insistió Fidel. “Porque popularmente se dice que usted es el uno,  el caballo”, le precisó.

Inmediatamente Fidel se dirigió a Pedro Ross Leal, entonces el  primer secretario del Partido en la  región Tunas-Puerto Padre y quiso  saber quién era el mejor machetero  de aquellos lugares. “Papi Ramírez”,  contestó Pedro. “¿Está aquí?”, indagó el Comandante en Jefe, y al respondérsele afirmativamente, Fidel se volvió de nuevo a Borrego y le pidió su reloj: “Después yo te consigo  otro”, le aseguró. Entonces llamó a  Papi Ramírez, le obsequió el reloj, y les dijo a los allí reunidos: “Este es el uno aquí”.

La anécdota es una de las muchas atesoradas por Ross sobre el  Comandante en Jefe, demostrativas de que este consideró siempre al  pueblo y en particular a los trabajadores, como la fuerza fundamental  de la Revolución.

Su primer encuentro con el líder había ocurrido en el mismo año 1959. Pedro, que era en aquel momento un “media cuchara”, laboraba con otros obreros en la adaptación del antiguo campamento militar de Columbia para convertirlo en centro de enseñanza con el nombre de Ciudad Libertad, y  se apareció Fidel una mañana a explicarles a los trabajadores  la importancia de lo que estaban haciendo, y  las perspectivas de la educación en el país, entre estas la necesidad de abrir más aulas y de contar  con un mayor número de maestros,  para lo cual contingentes de jóvenes  recibirían preparación en Minas del  Frío y otros campamentos.

Ross, que se hallaba subido en un andamio, le preguntó: “¿Y yo puedo ir?”. La respuesta fue otra interrogante: “¿Qué nivel educacional  tú tienes?”, quiso saber. “Acabo de  hacer la preparatoria para el ingreso al Instituto”, le respondió. Dijo: “Sí puedes”, y cuando le preguntó  qué debía hacer, le orientó ir a ver  en el Inra (Instituto Nacional de Reforma Agraria) a un compañero de  apellido Manfugás para que lo inscribiera. Hablé con su secretaria,  quien me explicó que no podía incorporarme al grupo que saldría la  semana siguiente, a lo que repliqué  que el propio Fidel me había enviado  para incorporarme y yo me iba ahí.  Se apareció en ese momento el aludido y al escucharme le ordenó a la  secretaria: “Inclúyelo, que no quiero  problemas con Fidel”.

Ross Leal, que fue durante más de 17 años el secretario general de la Central de Trabajadores de Cuba, lo vio visitar microbrigadas, fábricas, centros científicos, hospitales,  interesarse hasta el detalle por las  condiciones de vida, de alimentación  y los salarios de los trabajadores de  los contingentes y de los macheteros  de alto rendimiento, seguir de cerca  la construcción de obras hidráulicas,  involucrarse de lleno en el desarrollo de la ganadería y en la búsqueda  de alternativas para la alimentación  del ganado, visitar a los obreros, técnicos e ingenieros de la central electronuclear de Juraguá, cuando esta  tuvo que cerrarse y reorganizar a su  colectivo en el contingente Lenin,  destinado a impulsar el turismo en Varadero… en pocas palabras, fue testigo de su admirable capacidad de estar con todos y en todas partes, y de la inmensa confianza depositada por el pueblo en él.

Dentro de sus recuerdos Ross conserva con emoción lo ocurrido en el XVI Congreso de l a CTC efectuado en enero de 1990. Fidel se sorprendió de que todos los participantes vistieran el uniforme miliciano. “Era  una manera inequívoca de expresar  nuestra decisión de  enfrentar las dificultades que nos  deparaba el futuro inmediato, de las cuales él nos  advirtiera ya en su discurso del 26  de julio del año anterior, cuando habló de los problemas por los que estaba atravesando la URSS y dijo que  si cualquier día nos despertáramos  con la noticia de que esta se había  desintegrado, Cuba y  su Revolución  seguirían luchando y resistiendo.

“Fue precisamente en ese congreso que el Comandante en Jefe habló  por primera vez públicamente del  concepto de período especial en tiempo de paz,  alertó sobre las innumerables dificultades  económicas que  traería consigo y nos llamó a consagrarnos a la defensa y al trabajo”.

Otro gran momento vivido por Pedro junto a Fidel se produjo a partir de la sesión de la Asamblea Nacional  del Poder Popular, efectuada  el 26 de diciembre de 1993, donde  se debatieron las medidas para enfrentar la compleja  situación en que  se vio inmerso el país.

“En mi condición de diputado intervine al final para opinar que la  situación creada y las medidas que se  estaban valorando debían analizarse  con los trabajadores. El Comandante en Jefe consideró que si bien teníamos apuro no podíamos desesperarnos  y debíamos analizar las cuestiones con mucha reflexión. Me preguntó qué tiempo demoraría esa consulta y le respondí que entre 45 días y dos meses. Y orientó que los diputados allí presentes y los delegados del Poder Popular de los territorios se incorporaran con los dirigentes sindicales y de la CTC a esa consulta con los trabajadores. ‘De esa manera trasladamos el parlamento a los centros laborales’, indicó. Él fue quien acuñó el concepto  de los parlamentos obreros.

“En realidad el proceso duró 45 días. Cada noche  nos convocaba   para interesarse por los planteamientos que se habían hecho en  las asambleas. Se leía cada editorial  que publicó semanalmente el periódico Trabajadores y en varias ocasiones me llamó para conocer sobre  cuestiones relativas a su contenido,  incluso de una palabra, en eso era  meticuloso. Al principio me preguntó: ‘¿Quién escribió este artículo?’,  porque los llamaba así, y  le  expliqué que era una obra colectiva, en  la cual yo ponía ‘el pie forzado’ y el  enfoque, y un grupo de compañeros  experimentados le daba forma. En  una oportunidad me señaló sobre  uno de esos textos la falta de algunos elementos que podían haberse  incluido, expresión de la gran importancia que le concedía a los mensajes a través de la prensa, y le respondí: ‘Comandante, si algo quedó  por decir es responsabilidad mía’.

“Otras veces he mencionado el resultado de los parlamentos y creo que  vale recordarlo: se efectuaron más de   80 mil en todo el  país con una participación superior a  los 3 millones de  trabajadores; se realizaron,  además,  3 mil 400 asambleas con más de 258  mil cooperativistas  y campesinos, y  reuniones similares  en los centros de  segunda enseñanza  y universitarios,  bajo la dirección de la Juventud, que  abarcaron a  más de 300 mil jóvenes”.

Los parlamentos, en opinión de Fidel,  constituyeron una inmensa escuela de economía y de política que elevó la conciencia en la lucha por la eficiencia económica, sanear las finanzas internas y enfrentar cualquier  intento de sembrar el desaliento. “Se convirtieron asimismo en tribunas para reafirmar la  confianza de los trabajadores en su  líder y en la Revolución. “Fidel, que había participado en todos los congresos obreros  desde el triunfo de la Revolución,  nos acompañó hasta el XVIII. En  uno de los últimos en los que estuvo le mandamos a hacer una condecoración especial, a manera de  medalla olímpica del trabajo político, porque en nuestro criterio era  un récord más que olímpico no haberse dejado vencer por el período  especial. En esto fue también un  gigante”.

Acerca del autor

Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …

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