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Junto al profeta de la aurora

Vámonos,/ardiente profeta de la aurora,/por recónditos senderos inalámbricos/a liberar el verde caimán que tanto amas.

Son versos escritos en 1956 por el joven médico argentino Ernesto Guevara de la Serna, quien después de varias pláticas con Fidel en México, convencido de la justeza de la causa que los cubanos habían abrazado, decidió venir a pelear con ellos a la tierra de Martí.

Esta decisión, plasmada en poesía, fue la misma que llevó el 25 de noviembre a 82 patriotas a abordar el Granma, y zarpar del puerto de Tuxpan, desafiando el mal tiempo, rumbo a la patria. Vámonos, /derrotando afrentas con la frente/plena de martianas estrellas insurrectas,/ juremos lograr el triunfo o encontrar la muerte. Seguían las huellas de otras expediciones gloriosas como la que trajo en un pequeño bote a Martí y Gómez a Playitas; la goleta Honor, que desembarcó a Maceo, José y Flor en Duaba; las que no pudieron materializar Mella y Guiteras…

Y es que su causa era continuidad de la gesta librada en el 68 y el 95, de las batallas emprendidas en la República, del asalto al cielo que se intentó el 26 de julio de 1953, y la disposición era la misma: luchar hasta obtener la victoria o entregar la vida en el empeño. Cuando suene el primer disparo y se despierte/ en virginal asombro la manigua entera,/allí, a tu lado, serenos combatientes,/nos tendrás. Ese primer disparo se sustentaba en el compromiso de su líder con el pueblo, expresado en la consigna : “¡En 1956 seremos libres o mártires!”.

Ningún revés los desvió del cumplimiento de la palabra empeñada, ni el complot para eliminar a Fidel en el exilio mexicano, ni la detención de una parte de los futuros expedicionarios, ni la ocupación de las casas de seguridad, ni la incautación de armas… incluso la no coincidencia del desembarco con el alzamiento preparado por Frank País en Santiago de Cuba el 30 de noviembre —lo cual lejos de distraer al enemigo lo atrajo hacia ellos—, pero nada pudo impedir que el yate con su preciosa carga arribara a Las Coloradas el 2 de diciembre. Cuando tu voz derrame hacia los cuatro vientos/ reforma agraria, justicia, pan, libertad,/ allí, a tu lado, con idénticos acentos,/nos tendrás.

No lucharían solo por el derrocamiento de la dictadura sino por la transformación del país anunciada ya por el Jefe del Movimiento en el Programa del Moncada, que se propuso resolver el problema de la tierra, de la industrialización, de la vivienda, del desempleo, de la educación, de la salud del pueblo…

Y cuando llegue al final de la jornada/ la sanitaria operación contra el tirano,/ allí, a tu lado, aguardando la postrer batalla,/ nos tendrás.

Llegaría ese momento y la actitud de aquellos expedicionarios sería de lealtad absoluta a la causa que habían emprendido, al pueblo y a Fidel, con una fe y una convicción inalterables, reflejadas en el grito de Almeida: ¡Aquí no se rinde nadie!, cuando fueron sorprendidos en Alegría de Pío, y en la exclamación de Fidel: ¡Ahora sí ganamos la guerra!, cuando, después de haber perdido a valiosos combatientes asesinados por la soldadesca, logró reunir a un puñado de hombres con solo siete fusiles. El día en que la fiera se lama el flanco herido/donde el dardo nacionalizador le dé,/allí, a tu lado, con el corazón altivo, nos tendrás. La mirada de esos hombres iba más allá de la llegada a tierra cubana.

Surcarían el tiempo y los acontecimientos guerreros hasta concebir una Cuba nueva con un Estado del pueblo y para el pueblo que rescataría para beneficio común los recursos del país, otra de las aspiraciones plasmada en el Programa del Moncada.

No pienses que puedan menguar nuestra entereza/ las decoradas pulgas armadas de regalos;/ pedimos un fusil, sus balas y una peña./Nada más.

Habían demostrado ser de la misma estirpe de los que asaltaron el Moncada, valientes, abnegados, honestos, insobornables, columnas morales de la patria, como los calificó Fidel, que se desplomarían antes de doblegarse.

Y si en nuestro camino se interpone el hierro,/ pedimos un sudario de cubanas lágrimas/ para que se cubran los guerrilleros huesos/ en el tránsito a la historia americana./Nada más.

Sabían que algunos llegarían a ver el triunfo y otros caerían por el camino, pero el premio de los que entregaron sus vidas iba a ser el sencillo cumplimiento del deber ante la historia y su pueblo, que a partir de ese diciembre de 1956 los acogió como héroes.

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