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Balfour, la Declaración infame

Durante más de 60 años, el genocidio y expansionismo israelí ha contado con el permanente respaldo político, económico y militar del Gobierno de Estados Unidos

El 2 de noviembre del 2017 se cumplirá el centenario de la Declaración Balfour, uno de los documentos más pérfidos y nefastos de la historia, que abrió los causes para la posterior división de Palestina, el ilegal despojo de sus territorios y la creación del Estado sionista de Israel.

La Declaración, rubricada por el Ministro de Relacione Exteriores de Gran Bretaña, Arthur James Balfour y dirigida al barón Lionel Walter Rothschild, líder de la comunidad judía en ese país, fue de hecho una alianza británica con el colonialismo sionista, vínculos que se habían iniciado durante la Primera Guerra Mundial para apoyar la creación de un hogar nacional judío en Palestina, lo cual devino en una catástrofe (Nakba) para el pueblo árabe, habitante originario y milenario de ese territorio.

Para todos los tiempos quedará indeleble la responsabilidad histórica del Gobierno británico —poco después Administrador de Palestina—por las desastrosas consecuencias que resultaron de su incitador apoyo al proyecto del sionismo internacional, materializado con la Resolución 181 del 29 de noviembre de 1947 de la Asamblea General de Naciones Unidas, que estableció la partición de Palestina y la creación, artificiosa, del Estado israelí.

La misiva a Rothschild, tan indecente como lo fue la colonialista  Doctrina Monroe, ni siquiera mencionaba al pueblo palestino y establecía que “El gobierno de Su Majestad considera favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y utilizará sus mejores esfuerzos para facilitar la consecución de este objetivo”.  Se consumaba así una artera conjura que ignoraba que la población árabe palestina conformaba el 97% de la del país, mientras la de la judía apenas llegaba al 10 por ciento.

La colosal injusticia de la decisión de la ONU de cercenar y repartir un territorio que no le era propio, disponía, además, la creación de dos Estados, uno árabe, que no se produjo, y uno judío, favorecido con la concesión de una superficie de 14 mil 942 kilómetros cuadrados, el 56,47 % del total, mientras limitaba a 11 mil 203 kilómetros cuadrados el sector palestino.

Un siglo después de tan trágica usurpación, y mediante limpiezas étnicas, guerras de agresión, terrorismo y racismo, la geofagia del Estado de Israel ha expandido sus fronteras a casi la totalidad de Palestina, edificando miles de ilegales asentamientos de colonos judíos y aplicando criminales acciones represivas a la población civil en la Franja de Gaza y en la ocupada Cisjordania.

Durante más de 60 años, el genocidio y expansionismo israelí ha contado con el permanente respaldo político, económico y militar del Gobierno de Estados Unidos, y la ineficacia de las resoluciones condenatorias del Consejo Seguridad de Naciones Unidas.

Aún en las adversas circunstancias de verse despojados de sus tierras, expulsados de su patria, asesinados, encarcelados, privados de sus medios fundamentales de existencia y diseminados por el mundo, los heroicos palestinos no han cesado en su lucha, pues confían en liberarse del ocupante israelí y constituir un Estado soberano e independiente con las fronteras que tenían antes del año 1967, y con Jerusalén oriental como capital.

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