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Los deliciosos rescates de Aniceto

Rolando Aniceto.
Rolando Aniceto.

Rescate me parece una palabra atinada para referir el fin último de la estampa, esa modalidad escritural que prefiero no adjetivar como periodística ni como literaria, porque la franja divisoria entre ambos términos ya sabemos que muchas veces es demasiado discutible.

Se trata del rescate de las costumbres, asunto tan caro a la propia urdimbre del país y asociado por lo general al humor, consustancial a la idiosincrasia de los cubanos, y que ha dado a la luz un sustantivo cuya sola mención concita la atención de los lectores: costumbrismo.

Desde sus más tempranas etapas como nación, e incluso en el largo proceso de conformación de la identidad nacional, Cuba ha contado con una larga tradición de cultivadores de esa disciplina, cuya relatoría no viene aquí al caso, por no ser el objeto de estas líneas. Sin embargo, no puedo sustraerme —acaso solo por satisfacer mis preferencias como lector— a la tentación de mencionar nombres como los de Eladio Secades, Guillermo Lagarde, Enrique Núñez Rodríguez, Manuel González Bello, Héctor Zumbado y Ciro Bianchi.

En esa línea de proyección escrita se mueve Rolando Aniceto, cuya trayectoria profesional se bifurca en dos ejercicios tan aparentemente distintos como los del renombrado podólogo que es y el consistente periodista de que ha dado fe, en ambos casos con amplísima ejecutoria. Pareciera querer decirnos que hay que ir por la vida con pies sanos para apreciar cuánto de salud espiritual puede encontrarse en la cotidianidad si se la recorre con pupilas ávidas de sorpresa.

Conocedor profundo, además, de la historia de la ciudad de La Habana, no es casual que en esta urbe se protagonice la mayoría de las estampas que ahora compendia en un volumen, inédito al momento de escribir estas líneas (lógicamente) y que llevan por título el sugerente aserto popular con que nombra una de sus piezas: Papelito jabla lengua.

El sabor de lo popular cubano transita por estas páginas, en las que podrán hallarse singularidades como la de la forma en que llegó el hielo a La Habana o el caso sorprendente de la pareja de enamorados que, tras su ceremonia nupcial, fueron directamente, ella para el hospital y él para el cementerio.

Para su empeño, Aniceto bebe sin duda en la tradición referida, a la cual aporta nuevos momentos plenos de picardía, mediante una capacidad expositiva embridada por sus muchos años como hombre de prensa.

Abramos pues los brazos a esta nueva propuesta de Aniceto, que viene a sumarse a sus varios libros ya publicados con temas para el conocimiento y la  interpretación histórica, y démosle la bienvenida dispuestos tanto a la sonrisa o la risa, como al llamado al hallazgo de cuánto puede depararnos el estudio de lo acontecido y la observación de lo que ahora mismo acontece. Sin olvidar, desde luego, el guiño cómplice de que la sanidad de los pies puede tener mucho que ver con nuestras posibilidades de andar y escudriñar las calles, por donde a veces vamos sin percibir lo que sobre ellas palpita.

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