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Verano responsable

No importa cuán caluroso es el día: los ómnibus con destino a las playas, tanto del este como del oeste de la capital cubana, van abarrotados: familias enteras; grupos de jóvenes que concluyeron sus estudios; otros que en septiembre se incorporarán al preuniversitario o a la añorada universidad.

La imagen no es única de La Habana. En toda Cuba el verano —digo que julio y agosto son simple pretexto, pues en el país las altas temperaturas permanecen todo el año— convoca a un buen chapuzón. Muchos eligen el campismo, sobre todo aquellos que con antelación hicieron su reservación y encuentran en esta la propuesta más económica para pasar estos días.

Otros accedieron a los atractivos paquetes turísticos que para el disfrute de algunos cubanos presentaron las agencias de viajes del Ministerio de Turismo, un segmento cada vez mayor, que de acuerdo con su preferencia y disponibilidad de dinero opta por excursiones, estancias en hoteles, villas y casas en la playa.

Pero cuando las personas desean divertirse y pasarla bien, encuentran motivos. Porque a veces los grandes momentos de felicidad vienen con esos poquitos que cada quien le aporta, ya sea una rueda de casino —sin mucha planificación—, o el paseo por un museo, de esos tantos que hay en las ciudades y que claman porque los muchachos entren a sus salas.

Todos quieren tener en sus vacaciones un recuerdo agradable; sin embargo, no siempre esta etapa culmina de una manera feliz. Y es que, como todo, también hay que hacerlo con responsabilidad.

¿No se ha percatado en los últimos tiempos, y cada vez con más frecuencia, de la presencia de adolescentes a altas horas de la noche en las calles, ya sea en el barrio o en espacios donde se pone música, en ocasiones, incluso, consumiendo bebidas alcohólicas o fumando?

Ante determinadas situaciones no puede existir tolerancia, en primer lugar, de la familia, la cual debe estar consciente de que la adicción puede iniciarse un día con la incorporación de una sustancia nociva.

“¿Quién le dice a mi hija que no puede salir? No hay quién le ponga freno”, expresó preocupada una amiga. “Pues tú eres la encargada”, le respondí. Claro, no está en prohibir, sino en dialogar y negociar. Insisto en que es la familia la que debe poner el límite porque una muchacha o muchacho de 14 o 15 años aún es menor de edad. Y no es que no salgan a la calle, pero si van a estar hasta la madrugada, una persona mayor debe ser responsable de ellos.

Es saludable ocupar el tiempo y ocuparlo bien: una obra de teatro, la lectura de un libro. Hace poco estaba en la librería de la terminal de Ómnibus Nacionales y me percaté de que dos o tres de las personas que estaban a mi lado eran menores de 20 años. No pude evitar preguntar a una de ellas qué buscaba y me dijo que un título de la poetisa matancera Carilda Oliver Labra. Por suerte, estaba al alcance y lo adquirió.

Es decir, que si bien muchos se aferran a celulares, táblets y computadoras, cada vez con un espíritu adictivo peligroso, otros todavía apuestan por el tentador goce de sostener un libro entre las manos.

Semanas atrás, mientras visitaba la Editorial de la Mujer, descubrí a un grupo de niñas y niños que participaban allí de uno de los talleres de fotografía digital convocado por la institución.

La entusiasta colega y amiga Gladys Egües me habló de la aceptación que han tenido entre los muchachos. Y es que desde ahí se han buscado opciones que contribuyen a ocupar el espacio y el tiempo, de manera educativa, con ese importante segmento poblacional.

Como una propuesta interesante la doctora Isabel Moya, directora de la Editorial, habló del taller que harán dirigido a adolescentes, titulado Gente con swing, “orientado al desarrollo de una sexualidad responsable, actitudes no violentas ni discriminatorias”. Educar en valores y contribuir al conocimiento es el fin. El proyecto Rutas y Andares para Descubrir en Familia, de la Oficina del Historiador de la Ciudad, es un ejemplo de cuánto es posible hacer en ese sentido.

Todo es válido cuando se apuesta al corazón y al alma de los que afortunadamente conciben el verano como una temporada en la cual el espíritu puede crecer más allá de modas y modos.

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