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Fidel, el 26 de Julio y los asaltos por venir

Cuando muchos de los futuros combatientes les comentaron con entusiasmo a sus allegados que habían conocido a un hombre excepcional, estaban reconociendo en Fidel Castro Ruz al guía que esperaban para conducirlos en la difícil batalla por cambiar aquella sociedad injusta y explotadora.

Abel Santamaría, en su admiración, personificó en él la inminente acción colectiva: “¡Qué sorpresa le va a dar Fidel a la gente de Cuba con la Revolución!”, solía decir en los días previos al asalto. Y después, en el hospital civil, consciente de la importancia de preservar ese liderazgo para la victoria de la causa, Abel le dijo a su hermana que allí los iban a matar, pero el que debía vivir era Fidel.

Tal seguridad no se basaba solamente en las indiscutibles condiciones de jefe y el carisma del joven abogado, sino en su capacidad de inculcarles a sus compañeros, con la fuerza del ejemplo, las virtudes que consideraba necesarias para ser revolucionario: convicciones profundas, absoluta confianza en las masas y una gran decisión de lucha y de sacrificio.

La inmensa mayoría de los que se involucraron en aquella jornada, cuyo promedio de edad era de 26 años, provenían de las filas más humildes del pueblo. Sabían que la acción de un puñado de hombres no derrocaría al régimen pero sí podía convertirse en el motor pequeño que echaría a andar el motor grande de la insurrección, y los principales protagonistas serían las masas.

Se ha afirmado justamente que el 26 de julio de 1953 marcó un antes y un después en aquella república agonizante de esperanzas, y es que con ese hecho se inició el camino de las transformaciones para Cuba y también para América Latina.

Las masas descubrieron que de aquel suceso había emergido un nuevo líder y una vanguardia dispuestos a continuar la obra inconclusa de los libertadores, cuando se difundió clandestinamente el alegato de autodefensa La historia me absolverá. En él Fidel no solo denunció los horrendos crímenes cometidos por la dictadura contra los asaltantes, sino que puso al desnudo los males que padecía la nación, defendió el derecho de rebelión contra un régimen que se había entronizado en el poder contra la voluntad popular y violando mediante la traición y por la fuerza las leyes de la república, y expuso el Programa de la Revolución.

Y fueron hombres y mujeres humildes los que batallaron por conquistar la libertad de los asaltantes presos mediante un poderoso movimiento nacional a favor de la amnistía, la cual el tirano se vio obligado a conceder sin ninguna condición.

Fidel les enseñó a los que lo siguieron en el empeño emancipador a no sentirse derrotados porque factores fortuitos hubiesen impedido el éxito del plan tan cuidadosamente elaborado y se perdiera el gigantesco esfuerzo de organización, preparación, adquisición de recursos y movilización, realizado en plena clandestinidad, partiendo virtualmente de cero. Había que reiniciar una lucha en la que los caídos serían banderas de combate y la victoria se conquistaría por la vía de las armas, manteniendo en alto los principios.

Años después expresó: ”Aquella fe, aquella confianza en que sí era posible —si se lograba despertar al pueblo— liquidar aquel sistema, se mantuvo en nosotros, a pesar de los reveses”.

Y en la materialización de dicha estrategia se derribaron mitos, como el de que las revoluciones no se podían hacer contra el ejército. Las fuerzas armadas rebeldes, surgidas de los oprimidos, que peleaban muchas veces con las armas arrebatadas al enemigo, derrotaron a las del batistato, bien entrenadas y equipadas por el poderoso vecino del Norte.

Después de la victoria se vino abajo la teoría de que no se podía mantener un Gobierno frente a la oposición de Estados Unidos. El imperio se estrelló ante la postura inclaudicable de una dirección revolucionaria que a solo 90 millas de sus costas comenzó a construir una sociedad nueva a favor de los desposeídos.

Tales demostraciones sirvieron de inspiración a las luchas del continente, para las cuales Cuba se convirtió en modelo a seguir.

Arribamos ahora a la primera conmemoración del 26 de Julio sin la presencia física del Comandante en Jefe y son tiempos que reclaman de las convicciones firmes y la confianza en el porvenir que él nos legó. Nos esperan muchos asaltos a cada uno de los obstáculos que se interpongan en la construcción de la sociedad que aspiramos, a la que llegaremos, como señaló Fidel, perfeccionando lo que haya que perfeccionar, en marcha unida. Y no hay dudas de que lo conseguiremos, porque al frente de las acciones del 26 de Julio, en condiciones mucho más adversas, él comenzó a hacer realidad para la historia patria la afirmación martiana de que basta para ser grande, intentar lo grande.

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