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Celia en los recuerdos de María Antonia

Desesperada, con una recién nacida en los brazos, un día de agosto de 1918 una mujer llegó a la farmacia próxima a su hogar, en Santiago de Cuba. “Mire, mi hija se muere. Estaba dándole el pecho y…”. “Espérese, no me siga hablando”, le indicó un hombre allí presente, tras lo cual  tomó a la pequeña por las piernas, le dio una fuerte nalgada, y esta gritó.

Celia dedicó su existencia a la causa revolucionaria. Foto: Archivo

 

“No se asuste señora, era una flemita. Pero, óigame, mi hermano me tiene seco; vengo por el café de aquí y no me lo dan”. Ella le respondió: “Pero yo se lo voy a dar”.

El  hombre decidió acompañarla, y lo hizo con la pequeña cargada. Tras ingerir la estimulante bebida, le advirtió: “Óigame, usted se fastidió conmigo”. Al inquirir ella las razones de tal afirmación, le contestó: “Porque vengo todas las semanas a ver a mi hermano y a estar con él un día entero conversando, porque nos queremos como si fuéramos uno solo”.  Ante la pregunta de  “¿Y qué pasa?”, formulada por la mujer, él aseguró: “Que a partir de ahora vengo para su casa, usted me cuela café, y entonces es que voy a la farmacia”. Ella rió muchísimo.

Así surgió entre el doctor Manuel Sánchez Silveira y Leocadia Araujo Pérez, Cayita, una imperecedera amistad que la vida se encargó de acentuar entre ambas familias.

La anécdota la contó a Trabajadores, María Antonia Figueroa Araujo, la niña en cuestión, en una larga entrevista en la cual no pudo faltar su estrecha relación con Celia.

Pasado un tiempo, el médico llegó al hogar de Cayita con una niña pequeñita. “¿Y esa monada?”, y él le respondió: “Se llama Celia Sánchez Manduley”.

“Él le dijo que siempre la iba a llevar, y no sabía por qué le parecía que iba a ser distinta a las demás, pues estas ‘no se dan conmigo, sino con la mamá. Y yo que soy tan afable con los niños…’.

“Él también era dentista, y así Celia, nacida el 9 de mayo de 1920, creció siendo medio médico y dentista, porque ya adulta sacaba muelas y todo. Su padre vivía orgulloso de ella”.

Más que amigas, hermanas

“Fuimos como hermanas”, afirmó María Antonia al referirse a Celia Sánchez. Foto: Eddy Martin

 

María Antonia rememora la estrecha relación que unió a Celia con la familia Figueroa Araujo, y cuenta que cuando ella llegaba a su casa le decía a uno de ellos: ‘Max Figueroa, llegué, ¿qué?’ y él salía y en la esquina le compraba un sándwich grandísimo. Ella afirmaba: ‘Ya tengo comida para tres días’, porque comía poco, pero el sándwich de la esquina de mi casa no se lo perdía.

“Celia y él también se querían mucho, tanto que en la ocasión en que, para despistar a los guardias y poder trasladarse a Santiago Celia se disfrazó de embarazada, al verla llegar a nuestra casa Max requirió: ‘Dime, quién fue, que lo mato’, y ella le preguntó: ‘¿Y si me gustó?’; él solo pudo pronunciar un  ‘Bueno…’, tras lo cual, riendo a carcajadas, Celia se levantó la bata de maternidad y se quitó el relleno.

Cuenta que, apenas llegaba al hogar de una hermana residente en Santiago, Celia partía hacia donde vivía Cayita.  “Siempre hacía lo mismo, y aquella solía decir: ‘Celia ha dejado de querernos a nosotros por querer a Cayita y María Antonia. Viene desde Manzanillo y enseguida va para la casa de ellas’.

De izquierda a derecha: Cayita Araujo, Celia Sánchez y María Antonia Figueroa, entre quienes existió una relación muy especial.

 

“Ese celo estaba presente en todas ellas. Me acuerdo  de que un día una le reprochó: ‘Oye, tú nada más andas con María Antonia”, ante lo cual le manifestó: ’Ustedes son  mis hermanas de sangre y de origen; ella es mi hermana espiritual. En ella y Cayita he encontrado un hogar, una cosa muy especial, así como en Max’.

“Fuimos como hermanas. Tengo un dolor muy grande en mi alma porque…¿usted sabe que murió con mi nombre en los labios y no pude verla? Fidel me mandó a buscar y la máquina voló, tanto que se metió en una carrilera de la Quinta Avenida de Miramar. Salí y paré la primera máquina que pasó y pedí al chofer que me llevara hasta el Palacio Presidencial. Me dijo que él no podía entrar y le respondí: ¡Yo sí, lléveme! Cuando llegué al hospitalito que ella había preparado allí  para si enfermaba Fidel, este me contó, con lágrimas en los ojos: ‘María Antonia, Celia murió con tu nombre en los labios. Dos veces dijo: María Antonia, María Antonia… y murió’. ¡Ay!, aquello fue el dolor más grande de mi vida. Ella valía mucho. Óigame, la quise más que a Fidel, ¡que eso es mucho decir!”.

 

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