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Un cura muy terrenal

No son pocos los que al encontrarla ocasionalmente o llamarla por teléfono le dicen madrina y le piden la bendición, costumbre campesina tan arraigada que, señala Teté Puebla, el tiempo y los estudios no han podido eliminar.

Excepto en los oficios religiosos, el padre Sardiñas siempre vestía de verde olivo,
aunque jamás usó armas. Foto: revista Bohemia

 

Fue en la Sierra Maestra, en plena guerra de liberación, donde la hoy general de brigada Delsa Esther Puebla Viltre, bautizó a no pocos combatientes, campesinos e hijos de estos.

Todo comenzó cuando, el 8 de julio de 1957, el padre Guillermo Isaías Sardiñas Menéndez, incorporado al Movimiento Revolucionario 26 de Julio en Nueva Gerona, donde fungía como párroco, llegó a Palma Mocha y se integró al Ejército Rebelde. Las razones de esa decisión las expuso a un periodista tras el triunfo de la Revolución: “Nuestro país tenía que reconquistar su libertad. Y no cabía la vacilación. Por eso partí para Oriente el 6 de junio de 1957”.

El padre Sardiñas en el recuerdo de Teté Puebla

El padre Sardiñas, “una persona muy querida por todos los combatientes y el campesinado”, apunta la general de brigada Delsa Esther Puebla Viltre.Foto: Eddy Martin

 

Al sumarse a la guerrilla, Teté Puebla, como el pueblo la conoce, tenía 16 años de edad, aunque le dijo a Fidel que 17, por temor a que no le permitiera quedarse. Como era casi una niña todos los combatientes velaban por ella, y el padre Sardiñas, asignado a su escuadra, no fue una excepción:

“Él hablaba mucho conmigo. Me preguntaba cómo había hecho la comunión, cómo me bautizaron… Soy de Yara, donde pertenecía a la Juventud Católica, y tenía determinados conocimientos en los cuales se apoyó cuando oficiaba los servicios religiosos, porque en la Sierra el padre Sadiñas realizó bautizos de combatientes, campesinos e hijos de estos; bodas, misas…

“Yo le ayudaba en cuanto podía y fui madrina de muchos, tanto de rebeldes como de vecinos de la Sierra. Tengo guardado un rosario que me entregó. Solo en esas ocasiones usaba el atuendo propio de tales menesteres, pues el resto del tiempo vestía de verde olivo, con su cantimplora y demás cosas, excepto armas, pues nunca las usó.

“Se trataba de una persona muy querida por todos los combatientes y el campesinado; por eso le ayudaban y cuando le veían cansado se echaban encima su mochila.

“Era uno más entre nosotros; lo mismo se ponía a cocinar que a pelar una vianda, o a atender a un guajiro; estos lo buscaban para plantearle problemas, pedirle consejos, o simplemente hablar. También conversaba mucho con Fidel, por quien se preocupaba hasta de qué iba a comer.

“Como la mayoría de los campesinos eran analfabetos, desde un principio les leíamos las cartas, les escribíamos las que querían enviar a la familia, y unirse a nosotros; Sardiñas se sumó a esa práctica. Era un ser humano maravilloso.

“No solo ofreció sus oficios religiosos en La Plata. Cuando nos deteníamos en algún lugar donde no hubiera guardias cerca, armaba un pequeño altar que llevaba siempre consigo, casaba, bautizaba, hacía una misa, por supuesto corta, con los campesinos que hasta allí llegaban”.

Siempre del lado de la Revolución

En plena lucha insurreccional, en la Sierra Maestra, el
sacerdote Guillermo Sardiñas realizaba ceremonias religiosas.
Foto: Cortesía de la entrevistada

 

Al preguntarle sobre qué pasó con el padre Sardiñas cuando la iglesia comenzó a enfrentar a la Revolución, indica:

“Siguió con su sotana verde olivo, especialmente diseñada para él por el comandante Camilo Cienfuegos, y su grado de comandante, que le fue impuesto al triunfar la Revolución, a propuesta del propio Camilo. Se mantuvo oficiando en la iglesia del Cristo Rey, en la calle Ermita, entre San Pedro y Lombillo, en el hoy municipio de Plaza de la Revolución, hasta su muerte, ocurrida el 21 de diciembre de 1964. Incluso pasó la Escuela de Responsables de Milicias, en Matanzas”.

Precursor de la Teología de la Liberación

Nacido en el seno de una humilde familia de Sagua la Grande, en la entonces provincia de Las Villas, el 6 de mayo de 1917, Guillermo Isaías Sardiñas Menéndez cursó estudios en seminarios de La Habana y Santiago de Cuba, y de Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana de Roma. En 1941 fue ordenado presbítero en la Catedral de Cienfuegos y designado cura ecónomo de la iglesia parroquial de Corralillo, ambos en Las Villas. A esta siguieron otras parroquias en zonas muy pobres del país, hasta llegar a la de Nueva Gerona, en la entonces Isla de Pinos, donde el inquieto sacerdote, muy ligado al dolor y a las necesidades de su pueblo, se inició en la lucha clandestina como miembro del movimiento revolucionario lidereado por Fidel Castro Ruz.

Al definirlo en ocasión del aniversario 31 de su fallecimiento, Jesús Montané Oropesa lo calificó de “(…) hombre sencillo, noble, bondadoso, cristiano y revolucionario (…). Único sacerdote católico que llegó a ser oficial del Ejército Rebelde durante la guerra de la Sierra Maestra (…)”. Y aseguró que:

“Sin saberlo —y de saberlo sin que le importara una gloria terrenal que nunca ambicionó—, nuestro sencillo hombre es, históricamente, precursor de una poderosa corriente social-humanista que en la América Latina es conocida hoy por sus seguidores como Teología de la Liberación”.

Se cuenta que, en los pueblos donde le destacaron, jugaba a la pelota con los niños y adultos, así como dominó, montar a caballo, visitar a los campesinos, escuchar música, ir al cine y organizar fiestas para los jóvenes. Ese contacto directo con los más pobres le permitió aquilatar, en su justa dimensión, la triste situación económica y social en que transcurrían sus vidas, afianzar sus convicciones religiosas y comprender que era necesaria revertir la situación para proporcionarles un sistema que verdaderamente los representara y defendiera.

Y no dudó en contribuir a conquistárselo, a base de sacrificios, como se colige de las siguientes palabras de Montané, en la ocasión antes señalada:

“No es difícil imaginar cómo transcurrió su vida de campaña en el Ejército Rebelde. Cuánto sufrimiento en alguien de tan pocas condiciones físicas para una existencia precaria en tan inhóspitos parajes, sumado a las privaciones y a las permanentes marchas y contramarchas a que obliga la guerra de guerrillas. Pero, simultáneamente, cuánta satisfacción espiritual por el ejercicio infatigable de su sacerdocio en tales condiciones; y cuánto orgullo patriótico por su participación de primera línea en la epopeya liberadora nacional. Todos los que lo conocieron entonces lo recuerdan con respeto y agradecimiento”.

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