Los educadores crean sus lápices gigantes, los de la salud coronan todo de blanco, los industriales confeccionan maquetas de sus producciones; cada cual hace suyo el día, desde sus características propias y de la manera más auténtica.
Cada cual quiere hacerse sentir y busca para ello la forma original de lograrlo; no importa si es improvisando una décima, formando parte de una conga con los más inusuales instrumentos o pintando un simple cartel con el creyón de labio que ha guardado para ocasiones y con sus propias manos donde dice solo tres palabras: Yo soy Fidel.
Y en ese desdoble aparece el ingenio creador, la iniciativa sabia, en esa complicidad sana surge lo mejor que nace del trabajador humilde, del hombre que está junto al horno o en el surco, aquel que frente a un aula es exigente o el más preocupado de los médicos, es que para este día se sueña y brota el artista, porque ese día es nuestro y como nuestro hacemos que se desborde la Patria para ir feliz a la Plaza.
Ya unos engalanan sus centros laborales, pintan carteles, colocan afiches… El lema Nuestra fortaleza es la unidad se enarbola en múltiples lugares, todos visibles, y con el colorido que demanda la ocasión.
Otros dan los últimos toques a las iniciativas que llevarán sus colectivos al desfile durante la marcha y que forman parte de la concepción que cada sindicato ha realizado de su bloque.
Pocos observan y el que mira es, casi siempre, porque dio una idea que se realiza entre muchos, en fin, todos colaboran. Es una participación consciente, espontánea y sentida.
Es que el Primero de Mayo es de todos, es un acto de masas, es una concentración tradicional e histórica que implica para el cubano la certeza de que se tienen derechos garantizados, un trabajo estable y un país donde el trabajador es escuchado y tenido en cuenta.
Se van cumpliendo también las metas productivas, se van llenando de rojo, blanco y azul las Plazas, en cada una de ella está Fidel desde su estoico legado y con su Concepto de Revolución. Se acerca el día.